El Templo de Piedra (II)

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— Pensé que no hablaríamos hasta mañana —Se extrañó Ala al ser citada a la sala de reuniones.

Únicamente Klog, sentado en la primeras gradas de piedra, la esperaba. Al Klog ver a Ala entrar, deseó poder cerrar la puerta, pero era imposible. La entrada de esta sala era de piedra maciza y se tenía que girar sobre su centro para moverla. Se limitó a creer que nadie los interrumpiría.

Klog había perdido el sentido de lo que era o no correcto, sin embargo, la pesadumbre que lo mataba por dentro le pedía a gritos lo que estaba a punto de hacer. Ala escudriñó su rostro preocupado mientras se acercaba, así que antes de que pudiera preguntar qué le pasaba al gran jefe de las Montañas de Hielo, este tomó palabra.

— El nacimiento de Aren fue una puñalada para mí.

Ala se sentó a su lado en silencio, dispuesta a escucharlo.

— ¿Sabes?, Aren no lloró al nacer, fui yo quien lloró ese día. ¿Por qué? Porque sentía una culpa inmensa.

Sus manos inquietas se encontraron y por fin quedaron tranquilas. Fijó la vista en el brasero central de la sala como si quisiera quemar la tristeza.

— Había perdido a mi primera mujer, a Polo y después a Luna. ¡Ya no me quedaba corazón, Ala! Y menos para amar a un bebé tan extraño que con el tiempo solo se mostraba más débil y enfermizo. Tengo 14 hijos y solo con él descargué mis enojos, ¡pero ni con eso se fortalecía! Que fastidio.

>> Le acabé amando, Ala, desde que aprendió a caminar no se despega de mí y sus ojitos curiosos me persiguen a donde quiera que voy. Me molesta y a la vez no, porque lo amo, y él saca mi lado más fraternal... en fin, es un niño raro, Ala, lo sé. No un raro "normal", me refiero a que tengo miedo por él, de que algún día descubran lo especial que es y decidan... Ala tienes que saber una cosa.

El rostro de Klog se entristeció muchísimo y a la luz de la hoguera pareció envejecer años. Primero se creyó incapaz de mirar a Ala a los ojos, luego se recordó quién era y le sostuvo la mirada.

— Klog, me estas asusta...

— Todo esto es una mentira, los gemelos corren peligro.

Ala se levantó de golpe, incapaz de pronunciar alguna palabra. Un fuerte dolor de cabeza le recordó su deseo.

Cuando la crueldad de su pueblo sea más grande que la crueldad de su dios.

— Ala... fuera de Llanos Blancos la situación es caótica. La tierra está ennegrecida y los animales desaparecen. Las personas no se olvidaron y nunca se olvidarán de las particularidades de esos niños... piensan que has invocado la visita al Templo para darlos en sacrificio.

Cuando la crueldad de su pueblo sea más grande que la crueldad de su dios.

Ala sintió cómo la ira se apoderaba de sus sentidos.

— ¡Cómo pueden ser tan monstruos! —Empezó a caminar de un lado para otro frenéticamente.

— Dentro de dos o tres días los demás jefes llegarán y los cedas o no, se hará el sacrificio. Decidieron dejar uno vivo para que la sangre de Boro prevalezca... han pensado matar a... Hyl...

— ¡No lo permitiré! ¡No tocarán a ninguno de los dos! ¡Cómo pudiste... !

Se interrumpían mutuamente

— ¡No es fácil para mí!, ¡son los hijos de Boro, maldición! Estuve muy ciego y he actuado de manera muy tonta. Llegué a creer que de verdad los ibas a entregar y me di cuenta muy tarde de mi error, ¡muy tarde!

— ¿Sí?, pues ayúdame a salir de este lugar.

— Ala... eso es imposible, no piensan dejarlos escapar. Lo siento.

La impotencia paralizó a Ala.

Cuando la crueldad de su pueblo sea más grande que la crueldad de su dios.

¿Pero esto era obra de su pueblo o un deseo de su dios?

— ¡Solo tienen dieciséis años Klog! Son... son...

Sin poder controlar sus ideas y temores, se le llenaron los ojos de lágrimas.

<<No, no me permitiré llorar. Le prometí a Boro que los cuidaría>>.

Estás al mando hasta mi regreso —Le había dicho el difunto— y... cuida a los niños.

Ala, ya sin paciencia, abandonó la sala. No estaba molesta con Klog, ¡estaba furiosa con todo el mundo!

No demoró en llegar a su habitación.

La lanza, comida de paso, pieles, instrumentos; todo estaba en su lugar. Solo faltaba encontrar a los gemelos y escaparían. Buscó en cuanto pasillo recorría y en cada mesa servida de la Terraza sin resultados.

Las personas a su alrededor notaron su desespero, pero no dijeron nada. No querían que se llevara a los gemelos, aunque si estaban desaparecidos deseaban que aparecieran. Solo los pertenecientes a la aldea de Ala buscaban tan preocupados como ella.

Entonces la joven jefa vio a Aren, lo encontró nervioso. Se acercó a él. Cuando este la vio puso cara de extremo alivio.

— ¿Dónde están?

Algo le aseguraba que él sabía.

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