Los tres jóvenes (II)

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Tristán había pasado un día entero reponiendo fuerzas en la vivienda de Nya, muy necesarias para emprender su viaje. La pequeña esperanza de que estuviera soñando era contrariada por  la enorme cicatriz en el cuello. Su plan, que era partir con el amanecer del segundo día, se vio interrumpido por el mal tiempo y tuvo que esperar hasta la tarde.

Nya le había dicho que no podría llevar bultos consigo; nada más tenía que cargar la canoa de la anciana por un sendero que descendía por el precipicio y navegar. Las indicaciones de su salvadora eran claras. Casi al final del río Avalancha vivía un viejo amigo suyo que prepararía a Tristán para los retos que le esperaban.

Los terranos no sentían inclinación hacia la navegación dado que sus ríos presentaban salvajes corrientes y los mares eran infinitos. Tris iba a romper con esta costumbre y se enfrentaría a los rápidos del mayor río conocido en Tierra Nevada, que la atravesaba de Norte a Sur.

Una vez descendido el precipicio y frente por frente al Avalancha, intercambió unas cuantas palabras con Nya por miedo a que fuesen las últimas.

— ¿Crees que todo esté bien en la aldea?

— Creo que podría estar peor, Tris, ¿has olvidado lo que hablamos en estos dos días?

— No, "el pasado existe para aprender de él, no para estancarse en él; dejaré de revivirlo... ¿Desde cuándo tienes esta "cosa"?

— Canoa, Tris, es una canoa, y siempre la he tenido, desde que mi amigo vive sobre las aguas del Avalancha.

— ¿Sobre? No sabía que era posible... Nya, dime, ¿cómo sabes aquella historia sobre la profecía?

Nya sonrió.

— Preguntas, preguntas y nada de tiempo para respuestas. No te preocupes, tus dudas serán aclaradas antes de lo que te imaginas. Tris, ¿tienes miedo de ahogarte?

— Ya no le tengo miedo a nada —Abrazó a la anciana.

Introdujo la canoa en el río  y se dejó llevar por la corriente más o menos tranquila dentro de lo posible, hasta los límites sureños. Su trabajo era asegurar que la embarcación no chocara contra las rocas auxiliándose de un remo.

Pasadas unas horas y creyendo que ya lo tenía dominado, las aguas del Avalancha se volvieron muy abruptas, demostrándole a Tris que seguía siendo un río indomable. La canoa se balanceaba tratando de sobrevivir a los rápidos mientras el chico, sujetándose con fuerza de los extremos, sintió el pánico apoderarse de sus sentidos.

<<Ya no le tengo miedo a nada —Se recordó decir>>.

Los rápidos del río rugieron amenazando con chocar la canoa contra las rocas, pero Tris no se dejaría vencer y guio la embarcación como pudo, sin darse cuenta que ya se estaba adentrando en tierras desconocidas y supuestamente deshabitadas en donde la furia del Avalancha era invencible. Sus habilidades como marinero fallaron y, para su pesar, la canoa impactó con una gran roca.

Tris se vio arrastrado junto con los restos de madera, chocando una y otra vez contra el suelo y las grandes piedras. Pocas veces la oportunidad de una bocanada de aire se le fue ofrecida y el pecho le empezó a doler por la falta de oxígeno. Estiraba los brazos en busca de algo a que aferrarse y solo encontraba golpes.

Hasta que una voz lo llenó de fuerzas.

"¡Dame la mano!" repetía una y otra vez. Parecía sonar más en su cabeza que a su alrededor, pero igual le obedeció y alzando los brazos por fuera del agua dio con una mano que lo jaló hacia la superficie.

— ¡Jaja!, ¿disfrutaste el chapuzón? —Rio el hombre mientras le daba unas palmaditas en la espalda a Tris que, inclinado, tosía sin cesar— Eso, muchacho, bótalo todo.

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