Capítulo 20. Un cuento

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Kirari Tsugikini era bellísima, siempre presentable, siempre educada y siempre misteriosa. Casi no hablaba y cuando lo hacía era como escuchar el canto de una sirena.

Llegó a ser llamada una diosa en la tierra por sus danzas en el templo, de era tan agraciada y bella que era envidiada incluso por sus propias hermanas. Pero ella sentía que no tenía nada que envidiar, levantarse siempre a las 4 a.m, para ser peinada con ostentosos adornos y orquídeas de valor exorbitante, para ser vestida con pesados kimonos que apenas le permitían respirar o moverse, ser vigilada con ojo crítico sobre cómo comía y bebía, lecciones de oratoria, bordado, danza, música, canto, poesía, literatura y demás que le dejaban tan cansada que solo quería dormir. Sumado a eso estaban las citas que sus padres orquestaron con los hijos de familias aún más poderosas.


Porque ese era el papel que toda primogénita debía ocupar, cuando se nace como la primera hija, tu deber es ser educada para ser la esposa perfecta de alguien con mayor poder adquisitivo que tus padres, para así mantener el prestigio de tu propia familia, eso nunca cambiaba entre familias con mayor o menor poder.

En un horario tan apretado, con nada de espacio para sí misma no había tiempo para errores, todo debía hacerse tan perfecto y tan delicadamente que ningún error podría ser perdonado, sus propios errores eran pagados con ser encerrada en el techo del templo con solo una yukata sin una manta o fuego, aquello le provocaba un sentimiento de asfixia y terror puro que se había convertido así misma en su pero tutora, incluso cuando cometía un error que no era castigado por sus tutores, procedía en las madrugadas a autolesionarse.

Tal vez fue cuando su primera menstruación llegó que pudo probar la libertad, a palabras de sus tutores y familia era asqueroso estar cerca de una mujer que sangraba. Razón por la que le dejaban esa semana libre, encerrada en su cuarto, repasando sus lecciones en silencio. Había ocasiones que quería que sus dolores durarán más tiempo.

-—¡Cuidado! - del árbol de cerezos que había a un lado de su habitación había caído quien se convertiría en su esposo.

En ese momento solo era el hijo de los agricultores encargados de los jardines, Sakurasao era un joven un poco torpe, lleno de energía y que solía hablar hasta por los codos cuando no trabajaba. Su primer amigo, quien le contaba historias de demonios y héroes que había vivido su abuelo, que le enseñaba los cuidados de las flores y de sus significados.

Solo eran amigos, solo dos para de chiquillos que hablan lo más silenciosamente que podían, pues si eran descubiertos quién sabe qué podía pasar. Las primaveras pasaron y con ello el compromiso de Kirari. Un joven aburrido, de apariencia sosa y conversaciones lastimeras y sin sentido. Lo odiaba, odiaba como se creía, con el derecho de tratarla como inferior, como le explicaba conceptos de manera errónea o con sus minas palabras, odiaba todo de ese hombre.

Había aprendido a ser la esposa perfecta, pero no quería, no soportaba a ese hombre. Razón por la que un día escapó y se presentó ante los padres y abuelos de Sakurasao.

— Quiero casarme con su hijo.

De manera digna pronunció sus deseos, el mencionado solo ardía en un sonrojo. Un trato que cambió su vida, la misteriosa Kirari Tsugikini había contraído nupcias con un desconocido Sakurasao Hanahaki. Nunca se arrepentiría de esa decisión, amaba a ese hombre con locura, lo amaba tanto que nunca le importó pasar hambre, las burlas de sus hermanas y hermano, nunca le importó los sobrenombres que le habían colocado, las ampollas en sus manos o pies, las heridas y enfermedades.-

— Pudiste conseguir algo mejor que yo.

Así, en medio del bosque, había entregado su cuerpo, qué noche de bodas tan poco elegante.

Flores en la sangre (KNY x Tu) FINALIZADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora