Chapitre dix-neuf

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Me encontré rodeado de todas las caras que conocía de memoria, esas que veía todos los días en mi área de trabajo y me saludaban en cada mañana. Parecían estar en su propio mundo, charlando y riéndose entre ellos junto a las mesas redondas esparcidas por todo el bar. Y como la última vez, el gerente había iniciado el bautismo de la noche subiendo al escenario y cantando canciones de los años ochenta, haciendo un mix entre las hermanas Kim y Lee Seung Chul.

Sentado en el taburete al lado de la barra mientras sostenía mi vaso de cerveza, me reí falsamente mirando a todos y luego ladeé mi cabeza observando la hora en el reloj que estaba en mi muñeca. Eran las once de la noche, se suponía que Jungkook estaría aquí hacia media hora atrás y que cenaríamos papitas con kimchi como la anterior reunión, pero estaba demorándose. También, se estimaba que yo tenía que pasar por él para venir juntos en su motocicleta, de todas maneras me canceló el plan cuando en la tarde me mandó un mensaje diciéndome que vendría por su cuenta a eso de las diez y media. No me dijo el porqué. Suponía que había ido a visitar a sus padres o quizás tuvo que ir al gimnasio, quizás a la clínica.

—Oye, Jimin —me interrumpió una de mis compañeras al lado mío. La miré levantando una ceja y bebiendo ansioso de mi bebida—. Dime, ¿vendrá el chico bonito que cantó la otra vez? —preguntó coqueta, soltando una risa.

—¿Hablas de Jungkook? —le pregunté frunciendo mi ceño y dejando el vaso sobre la barra.

—¡Sí! —exclamó emocionada—. Todos estamos esperando por escuchar a tu amigo cantar, nuestro gerente está muy emocionado —chilló—. Dicen que quiere sacarle el puesto de cantante al estúpido del jefe Aeon y meterlo a Jungkook —me dijo en un murmuro, chismosa.

Solté un bufido y puse mis ojos en blanco, un poco gracioso al saber que la voz de Jungkook había endulzado incluso a mis compañeros de trabajo.

—Creo que si vendrá —le contesté—, supongo que dentro de un rato ya estará aquí con nosotros.

Mi compañera sonrió y asintió dando la media vuelta, regresando con los demás. Tal vez yo era el único idiota que, en vez de pasar tiempo con ellos, cenando y bebiendo soju mientras nos reíamos mirando al gerente en el escenario, estaba aquí solo con un vaso de cerveza y mirando a la puerta a cada instante. Sin embrago, siempre que había venido a estas reuniones fue así. Nunca pude llevarme bien con mis compañeros de trabajo, a menudo me sentía como un sapo de otro lago porque los veía muy falsos, mentirosos y chismosos. Era como tener veinte Aeons juntos, repitiendo sus manías y viviendo de sus treinta años. Yo era el más joven en mi área y él que más salía a divertirse los fines de semanas. La mayoría tenían hijos y otros tipos de responsabilidades que yo no me quería imaginar. Eran unos adultos con todas las letras.

Pero, ¿qué sentido tenía vivir rápido? ¿Qué había de malo disfrutar la juventud al máximo nivel? ¿Qué tan malo era querer ser joven para siempre? ¿Ser libre y enamorarse de la vida?

Mis pensamientos fueron interrumpidos cuando la puerta de entrada se abrió y Jungkook atravesó por ella, buscándome con la mirada. Se puso tímido cuando todos en el local se giraron a verlo, mientras que las chicas le regalaban sonrisas coquetas y chillaban entre ellas. Cuando nuestros ojos se encontraron después de una semana bastante lenta, me sonrió y yo me quedé sin aliento mirando como había cortado su cabello, dejándolo un poco más corto que antes y con pequeños mechones cayendo en ambos lados de su cara, por la frente. Su chaqueta de cuero negro se movió en su torso cuando caminó hasta a mí y su pantalón de jean del mismo color al igual que sus borcegos altos, también se movieron en sincronía de sus piernas y pies.

Sentí que mi corazón iba a salirse de mi cuerpo porque aquel muchacho estaba tan hermoso, que su manera de caminar me derretía sobre el taburete haciéndome verlo en cámara lenta y dejándome sin aire.

Samedi • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora