Chapitre trente

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Un sábado cualquiera de septiembre de 2023 en París, Francia, a las diez de la noche.

Park Jimin

La noche de verano estaba siendo muy calurosa a pesar de que estábamos a nada de entrar al frío otoño. El cielo de la gran ciudad de París estaba despejado y las estrellas brillaban como si fueran diamantes en una joyería. El viento caliente golpeó mi rostro a medida que la noria Grande Roue iba descendiendo con lentitud. Sonreí junto a mi corazón contento por estar aquí y observé toda la gran ciudad mientras íbamos bajando.

Aeon se movió a mi lado sacando fotografías al paisaje nocturno con una sonrisa.

Nunca pensé que París sería todo lo que estuve buscando en mi solitaria vida. Incluso cuando llegué aquí hacia menos de una semana, se sentía como si hubiera pertenecido a Francia para siempre. Habíamos venido para una conferencia que realizó una gran empresa de videojuegos de este país días atrás y nos estaríamos yendo la semana que viene. Al principio me sentía un poco intranquilo de dejar las pocas cosas que estuve haciendo en Busan, como las tareas a medias de mi trabajo actual en las oficinas y el gimnasio, las salidas nocturnas y los domingos de merienda con Hyolin en Seúl, pero Aeon me insistió en venir a este lado del mundo diciéndome que necesitaba un descanso de toda mi aburrida rutina. Y tenía razón, en los últimos años yo no había hecho más que quejarme de lo insignificante que eran mis monótonos días sin diversión porque todo seguía transcurriendo de igual manera que siempre. No hubo un cambio significativo ni nada por el estilo.

No hubo ni sorpresas ni cosas que volvieran a alegrarme otra vez. No hubo nada.

Yo seguía siendo el Park Jimin que siempre fui y el mismo que cuando comenzaron a leer esta historia, con la simple diferencia de que me hice más fuerte, aprendí más cosas y dejé mi egoísmo de lado. Seguía siendo aquel solitario y cansado tipo de veintisiete años que renegaba todos los días porque a mí gerente no le gustaba mi trabajo de edición, aquel que salía los sábados a discotecas aleatorias, disfrutaba de la música y de un buen trago a solas.

Aquel que conoció lo mejor de la vida alguna vez.

Cuando el Grande Roue descendió, solté una risa un poco mareado y me bajé junto a Aeon. Comenzamos a caminar alejándonos del lugar y nos detuvimos frente a la fuente que había en el centro de la plaza Concordia.

—Me iré a jugar unos juegos en el casino —me dijo Aeon un tanto pícaro y fruncí mis cejas negando con la cabeza—. ¿Tu regresarás al hotel o irás por ahí? Sé que no te gustan los juegos de azar.

—Voy a caminar, la noche es joven y espera mi diversión —me reí, a lo que Aeon palmeó mi hombro derecho y carcajeó—. Buscaré algún lugar para bailar y beber un rato. Nos encontremos aquí a las cuatro, regresemos juntos.

—De acuerdo, a las cuatro aquí. Ni más, ni menos —Aeon soltó mi hombro y se giró a punto de marcharse, pero lo interrumpí.

—Aeon, no engañes a Hyolin —le advertí.

El pelinegro se giró y caminando hacia atrás, me miró incrédulo.

—Por supuesto que no engañaré a mi novia, no seas idiota —tras decir aquello, se dio media vuelta y se marchó.

Solté una risa y luego un suspiro mirando al cielo con una sonrisa. Emprendí mi tranquilo viaje escuchando las bocinas de los vehículos en la calle, el parloteo de las personas a mi lado y el motor de los barcos en el gran río Sena. Caminé mirando todo en silencio y consumiéndome del ambiente nocturno de esta ciudad sacada de una película. Mientras buscaba un lugar para divertirme, observé a varios artistas callejeros demasiados talentosos y tras pasar al lado de la Torre Eiffel me deleité de su preciosa iluminación dorada que me hicieron chillar de emoción. No evité quedarme absorto mirándola como si aquella fuera un gran gigante y sin parpadear le saqué varias fotografías con mi teléfono celular.

Samedi • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora