3. La terraza 230 Fifth

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El timbre me despierta del ensueño en el que estoy, y salgo corriendo del armario usando solamente las dos piezas de mi ropa interior.

Estaba pensando en cómo había llorado la noche del domingo, cuando hacía bastante tiempo que no conseguía hacerlo. Añoraba sentir la formación del nudo en la garganta, ya que todo lo que estaba experimentando hasta entonces, era un abismo oscuro en el estómago que me consumía lentamente. En palabras más infantiles, era mi monstruo inquieto al ataque de cualquier debilidad de mi cuerpo. Se burlaba por no sentir emoción, y de las comidas que perdí por la falta de apetito.

Llorar había sido un grito despertador.

Sin embargo, no había sido un buen momento y tampoco un buen lugar.

De todos modos, el hambre había regresado, y no iba a desaprovechar el sol del mediodía de un miércoles.

Abro la puerta y Cecilia entra sosteniendo una botella de champagne.

—¿Aló? — exclama contenta, bailando con sus enormes tacones en mi suelo de madera. —¿Alguien llamó a la máquina de la diversión?

Me río de ella. Es ridícula.

— Hoy amanecí de buen humor. — le comento mientras camino de regreso a mi armario. — No te aproveches de mí y déjame elegir primero lo que voy a usar.

Cecilia bufa en respuesta.

—¡Acepto!

C se quita los tacones y se tarda un poco antes de seguirme.

El ruido de la botella de champagne abierta resuena en todo el espacio de mi casa, que es un enorme loft dúplex. Es mi lugar favorito, porque todavía tiene todo lo que les pertenecía a mis padres. Y aunque muchas veces prefiero cerrar bajo llave todos los recuerdos, es una buena forma de recordarlos y sentirme menos sola. Suspiro y vuelvo a mentalizar mi buen ánimo de hoy.

Cecilia sirve en dos copas el champagne y bebemos mientras decidimos qué usar.

Hoy iremos a 230 Fifth, uno de los bares más chic de TriBeCa, en donde se celebrará una especie de brunch con celebridades que no conocemos por la presentación del nuevo disco de Conan Gray. Recibí la invitación y no dudé en llevar a Cecilia conmigo. Además, tengo hambre y no hay nada mejor que un desayuno/almuerzo con muchos cócteles en una terraza que admite cigarrillos.

Decido usar un vestido largo confeccionado con retazos de telas estampadas de tonos verdes, azules y rosas de Tommy Hilfigher. Y unas botas negras de combate, infaltables e invisibles debajo de ese vestido. Mamá siempre repercute en mis decisiones, sobre todo cuando involucran vestuario y comodidad.

Me dejo el cabello suelto y solo me coloco un poco de máscara en las pestañas.

Cecilia ha tomado prestado uno de mis vestidos ajustados brillantes de Alexander Vauthier, y al cabo de un rato estamos más risueñas que de costumbre gracias al champagne, y felizmente, listas para el brunch.

La terraza del 230 Fifth es maravillosa. Está compuesta por mesas de madera y sombrillas colocadas en fila por un área muy amplia. La decoración es simple, hay plantas aquí y allá y bombillas de luces amarillas encendidas a pesar de la luz del sol. La mejor parte: tenemos vista al Empire State y a todo lo bonito de la ciudad.

Claramente hemos llegado tarde, ya que hay muchísimas personas en la barra y dispersas por casi todos los rincones. A pesar de la multitud, los fotógrafos notan nuestra presencia y vienen en masa a fotografiarnos.

Ellos no lo saben, pero Cecilia y yo adoramos ser fotografiadas juntas en cualquier ocasión. Eso vuelve locos a todos. Las doble C llamando la atención es la mejor noticia de las redes sociales.

— Muero de hambre. — le digo al oído cuando hemos tenido suficiente.

Ella se despide de los fotógrafos, mandando un beso volado. Yo me limito a tomarla de la mano para seguirla en camino a la barra del buffet.

Es sorprendente el hambre que tengo, ya que han pasado alrededor de tres días desde la última comida decente que tuve. Para ser precisa, en la casa de Fredo. Al que además, estoy evitando. Ya fue suficiente tener que explicarle por qué me fui al borde del llanto de su casa sin darle una razón, y no quiero seguir escuchando su voz repitiendo "todo estará bien", porque no lo estará. En unos días, todo este buen humor se irá por donde vino. Por eso, más vale aprovecharlo.

Quizás lo llame más tarde cuando esté en casa y el alcohol de esta reunión me haya relajado.

La Ópera del Diablo |henry cavill|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora