16. Bip

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Reacciono de golpe, como si de un empujón me hubieran regresado a la Tierra, cayendo duro contra el pavimento. Mis párpados pesan toneladas y me es imposible abrir los ojos, no consigo por lo menos dar un pestañeo. El sentido del tacto vuelve, para darme cuenta que estoy reposando sobre algo que podría ser un colchón, debajo de sábanas duras y ásperas. Y en mis oídos retumba un ruido constante, bip... bip... bip.

Respiro hondo para probar los olores que me rodean, porque son muy densos. El dolor de la esterilización, clínico e inocuo. El olor dulzón de las flores se atora en mi garganta y me provoca una extraña picazón.

Toso con fuerza para sacar la molestia, y se siente como si todo mi cuerpo sintiera el terremoto más grande del mundo, pero solo saco un sonido pequeño.

Escucho el movimiento de la fricción. Hay alguien aquí. No puedo abrir los ojos, aunque lucho por hacerlo. Aspiro más aire, quizás de esa forma pueda diferenciar a la persona, pero antes de siquiera darme cuenta, esta habla.

— Calma, calma... — susurra, acariciando mi frente y mi antebrazo. — Aquí estamos.

Es Fredo. ¿Quién más está aquí?

Es imposible poder reaccionar, pero sé que me está viendo y sabe que estoy bien. Quiero gritar, y llorar, y pedir perdón por ser imprudente.

— No me iré a ningún lado. — vuelve a susurrar.

Bip. Bip. Bip.

Bip... Bip... bip..... bip..... bip.

A medida que el ruido desciende, siento a mi cuerpo relajarse, pero es muy rápido y me estoy relajando demasiado. El pozo oscuro me traga por segunda vez y tengo la urgencia de gritar más fuerte, pero aunque luche y desgaste mi mente, sigo cayendo en la penumbra.


Parece que despierto enseguida, y los párpados tienen el peso de siempre, pero abrir los ojos es una tortura porque la luz duele cuando se filtra entre mis pestañas.

La cabeza es ahora pesada, pero me impulsa la necesidad de agua. Tengo tanta sed que empiezo a desesperarme.

— A...ag... agua.

— ¡Korn!

Cecilia y Agnes están aquí, viéndose fatal. Y me hace sonreír, a pesar del dolor y el malestar. Agnes me alcanza un vaso con agua, y absorbo el líquido mediante un sorbete, mientras C llora en silencio.

¿Qué demonios pasó?

— ¿Dónde... estoy? — pregunto, con mejor voz ahora que mi garganta está húmeda. — ¿Qué p... pasó?

Agnes respira hondo y me retira el sorbete de la boca.

— Pues, en el hospital. — mira a C, adoptando el mismo semblante con ojos llorosos y labios curvados hacia abajo. — Tuviste una sobredosis, Korn. Pensamos que te perderíamos.

Las lágrimas también me atacan, pero llorar es tan doloroso como un golpe en los ojos.

¿Perderme?

— Una mujer me llamó... dijo que te habías desmayado. ¡En Brooklyn! — chilla C. — ¿Qué estabas haciendo allí?

Agnes la intercepta, frenándola para que se relaje y deje de gritarme. Cecilia comprende y continúa llorando en silencio. Hace una pausa, para recobrar la compostura y me toma la mano, que tiene mi dedo índice conectado a un aparato.

— No supe qué hacer, y llamé a River... — absorbe por la nariz. — Fuimos a recogerte a una discoteca de Brooklyn. Estabas inconsciente, y te trajimos aquí... Korn, dinos qué pasó allí... Te lo ruego.

La Ópera del Diablo |henry cavill|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora