Agnes y Cecilia de pie frente a mí se cruzan de brazos e intercambian miradas para luego concentrar una muy poderosa sobre mí, juzgando y sin poder creer todo lo que he estado ocultando.
Mi cuerpo está deshidratado y necesita algo orgánico para sobrevivir pasado mediodía. Por lo que estamos en un restaurante con las mesas al aire libre, respirando aire puro y haciendo mi fotosíntesis gracias a la luz del sol. Hemos salido por completo de la zona sur de la ciudad, solamente para huir del radar de River Ferguson y poder estar en un lugar en paz, luciendo como si me hubiera levantado de un sarcófago.
No quería verme al espejo, pero cuando Cecilia llegó a sacarme de casa el martes por la mañana, tuve que convencerla de que no había intentado quitarme la vida por inanición, o de ninguna otra forma.
No me había levantado de la cama durante 20 horas desde que ingerí una cantidad excesiva de píldoras antidepresivas para dormir. Cuando desperté en medio de la desorientación, vomité aire, porque me sentía muy enferma. Bebí agua y comí lo que sobraba de la bolsa de pan. Luego volví a la cama para seguir durmiendo. Y en pocas palabras, ese había sido mi lunes. Un día que no servía para nada.
Estaba consciente que llegar a esos extremos solamente por una desilusión rabiosa no era algo bueno. Sobre todo si llevaba unos días con un humor indestructible y luego caía en un oscuro pozo. Es por eso que decidí llamar a Agnes también, y al estar reunida con las dos personas en las que más confiaba, podía hablar de las cosas que me estaban provocando esta clase de recaídas.
Es por eso que llegamos a este punto, en el que las dos me miran indignadas y molestas.
— No puedo creer que no me buscará por ayuda. — Le dice C a Agnes. — Literalmente, estuve ahí todo el tiempo en la terraza 230. No me di ni cuenta...
— El otro día en la cena, empezó a llorar con Shakespeare in Love. — agrega Agnes. — ¿Tengo cara de saber que ella está en un lío con el tipo del concierto?
— Que no es sólo el tipo del concierto. — apunta C. — Es el guitarrista de La Ópera del Diablo... ¡El amor de su infancia!
Me quito los enormes lentes de sol con furia.
— ¡Oigan! — exclamo. — No hagan como si yo no estuviera presente.
Después de refunfuñar y darle pisotones al suelo, que al propósito no es culpable de nada, vuelven a tomar asiento en nuestra mesa.
C suspira y cambia sus tensas facciones angulosas de súper modelo, por unas más amigables y apenadas. Toda una artista facial. Luego, pasa el antebrazo a través de la mesa para tomar mi mano y reconfortarme con un apretón. Quizás si logra algo, porque me siento más tranquila.
— Entonces... ¿Te dijo que estaba arrepentido? — dice.
Me vuelvo a poner los lentes de sol por la emergencia de sentir cómo se avecinan las lágrimas, por eso traje mi escudo de refuerzo de Gucci.
— Hmmm, no me lo dijo. — hago comillas con los dedos en las últimas palabras, arrugando la nariz, recordando exactamente ese momento. — Lo demostró, y creo que eso es peor que cualquier otra cosa.
C asiente. Y Agnes nos hace saltar del susto al darle un furioso manotazo a la mesa. Nos volteamos a ver si alguien se ha dado cuenta del escándalo causado por el ruido, y efectivamente, hay personas criticándonos con sus peores caras y otras están aprovechando para sacar fotos de nosotras con sus teléfonos celulares.
— ¡Canalla! — chilla Agnes entre dientes, luego coloca la cabeza sobre sus brazos cruzados sobre la mesa, para decir bajito para nuestro público: — Y ustedes también.
Ya no puedo estar triste y molesta después de esta escena, entonces la risa es más fuerte y me empiezo a reír a carcajadas.
— Cálmense y tengan en cuenta que River es un hombre de treinta y cinco años que ha tenido sexo con la hija de su mentor musical muerto. — digo, alzando las cejas y sacando un cigarrillo de mi bolso.
Cecilia abre la boca con drama y Agnes hace lo mismo con los ojos. Es patético de mi parte ser tan cruda y fría con los hechos cuando tengo que decírselos a los demás, pero alguien tiene que resaltarlo. No es que River haya hecho todo mal, yo también tengo la culpa por corresponderle cuando ambos sabemos que es una relación un tanto enfermiza.
De todos modos, la molestia se filtra por los poros de mi piel hasta llegar a mi sangre, que se pasea por cada rincón de mi cuerpo y me provoca un terrible malestar. Quisiera que River no fuera un hombre típico que, al primer contacto físico concluido, huye sin dar explicaciones.
— No te pongas de su lado. — dice C. — Además, ya no tienes once años, todo lo que han hecho es legal. ¡Y no puedes fumar aquí! — me arrebata el cigarrillo y lo parte en dos.
Refunfuño por la impotencia de no poder fumar cuando más necesito estar relajada. Al mismo tiempo, un recuerdo mínimo me pincha las costillas, donde las manos de River estuvieron ese día.
La mesa vuelve a retumbar por el segundo manotazo de Agnes. La gente vuelve a mirarnos con recelo. Un par de flashes se reflejan a lo lejos, y saco el dedo medio para que lo capten.
— Tengo una idea. — dice la rubia, brindándonos una mirada y sonrisas malévolas.
— Me das miedo. — le digo entre risas cómplices con C, que me codea para hacerme cosquillas.
Agnes pestañea como una muñeca de porcelana con sus enormes pestañas de abanico.
— Quieres a River molesto, ¿no? — arremete, con una ceja alzada.
Asiento con la cabeza, nerviosa por lo que mi amiga está planeando.
— ¿Sabe que Peyton Sterling te desea?
C y yo asentimos.
Agnes se ríe con suficiencia. Supongo que el hecho de que sea más joven que nosotras, es un bono extra a nuestra amistad. Ella no tiene tanto miedo de arriesgarse con sus planes infantiles, que desde la perspectiva de los adultos se oyen un poco más prácticos. Como en un universo combinado en donde nosotras pertenecemos a un capítulo combinado de Sex and the City y Gossip Girl.
— Pídele a Tom Ford que te dé un atuendo en su desfile. El que muestre más piel. Y luego, llevas a Peyton al after party y puedes besarlo si quieres. Al día siguiente, todo el mundo lo sabrá.
— Eres perversa, Agnes James. — aplaude Cecilia, luego llama al mesero para que tome nuestro pedido. Hemos estado tan enfocadas en el tema de conversación que nos olvidamos por completo de la comida. — Tengo el atuendo perfecto, Korn. Hay un prototipo que nadie quiere usar y Tom lo puso a un lado en el ensayo.
Agnes aplaude.
— Esperen, ¡No voy a besar a Peyton! — me ahogo en sensaciones nauseabundas imaginándome besando a un hombre que no es River Ferguson.
— ¿Quieres molestar a River o no? — amenaza C.
Suspiro hondo y me resigno a su malévolo plan de comedia para adolescentes. Tomamos nuestro pedido y elijo un plato lleno de verduras de todos los colores, mi cuerpo necesita algo sano para no desfallecer.
De pronto, recuerdo algo que probablemente cause problemas al plan.
— Despídanse del plan. Le prometí al hermano de River que iríamos al desfile. — explico. — Él me cae muy bien así que no cancelaré eso.
Cecilia rueda los ojos como yo fuera una completa estúpida.
— Eso es mejor, Korn. — dice. — Él será nuestro mensajero.
Día del desfile
En medio de un bullicioso y abarrotado backstage, Tom Ford pasea su mirada de arriba hacia abajo por todo mi cuerpo para analizar el look y hallar algún desperfecto que necesite de sus manos especialistas. Hay modelos y maquilladores yendo de aquí para allá, algunas comiendo, otras durmiendo sobre o debajo de las mesas. Dejo que el diseñador revise cada espacio de mi look, peinado y maquillaje, mientras busco con la mirada a C, que debe estar metida en alguna parte.
Estoy usando el dichoso atuendo que Cecilia me había prometido en el almuerzo del lunes. Ese mismo día, más tarde, Tom Ford estuvo a punto de llorar cuando C lo llamó para ofrecerme como su persona elegida para usar lo que se resumía a un pantalón acampanado en los tobillos, estampado de leopardo en una tela de terciopelo gruesa, y cadenas plateadas sueltas y cruzadas que salían desde la cintura. Solo eso. Sin alguna blusa o top que me cubriera los pechos.
Tom arruga la nariz como si algo no estuviera correcto, luego va él mismo a traer un cargamento de collares de oro que están sobre una de las mesas.
— Ahora sí. — me dice más contento, colocando cuidadosamente las joyas alrededor de mi cuello sin tocar el peinado. — Perfecta. Te toca salir después de Gigi.
¿Qué diablos estoy haciendo?
Salir tras Gigi Hadid solo me hará ver diminuta y patética en un desfile. Realmente no luzco como una modelo, aunque sea muy parecida a Marion, no creo llegar a los talones de estas mujeres, que han luchado por alcanzar el éxito en este negocio con su propio esfuerzo. Todas miden alrededor de 1.78 de altura y yo estoy a penas en el 1.75m –con tacones. Sin embargo, ninguna me lanza miradas desagradables porque las conozco, y conocen a C.
Saben que solo estoy aquí por el topless, ya que nadie más quiere hacerlo.
Cuando el diseñador pasa a hacer lo mismo con otra modelo, voy a revisar mi aspecto en el espejo del tocador rodeado por focos de luz amarilla. Luzco como si me hubiera despertado en un mundo paralelo donde todos tenemos grandes ojeras y párpados negros, el cabello todo peinado hacia atrás con gel, con una textura y aspecto húmedo. Me veo fantástica y terrorífica al mismo tiempo.
Mi teléfono en el bolso vibra y me apresuro a revisar quién es.
"Fase 1 del plan: Completa".
Ella no tenía por qué ser tan dramática.
Parte del plan creado por Agnes había sido incluir sin falta a William Ferguson. Por eso, ella se había encargado de asistir con él al desfile, usando los pases de invitados que nos obsequian a las modelos, en mi caso, a las oportunistas. Al no conocerse, se encontrarían en la entrada. Cecilia había invitado a Jess Ahmed y a Peyton a la fiesta después del desfile. Todo estaba listo.
Me tenso en respuesta, y busco en mi bolso mi frasco de píldoras de Adderall. Disimulando, me tomo un par, con un poco de agua del dispensador. Espero que me ayuden a estar con un ánimo más eufórico al momento de tener que lidiar con el público echándole un vistazo a mis pechos desnudos.
Y yo que me creía muy madura.
De todos modos, me había animado mucho por esta estrategia, ya que habían pasado los días sin noticias de River. Otra vez. Y en esta oportunidad, no se presentó en mi puerta como inconscientemente estaba esperando.
Me preguntaba si este plan era para molestarlo o para llamar su atención, porque yo estaba actuando como una verdadera adolescente, y quizás empezaba a avergonzarme de eso.
C viene corriendo desde algún punto del backstage para darme un abrazo sorpresa por la espalda. Nos miramos a través de nuestro reflejo en el iluminado espejo, y nos brindamos una sonrisa la una a la otra. A pesar de todo, es emocionante compartir esta experiencia con ella.
La encargada del desfile da un aviso para todas estar listas, ya que iniciaremos en cinco minutos.
Cecilia me besa la frente y sale corriendo porque ella abrirá la pasarela.
Los nervios me abruman cuando Gigi sale hacia el público y los fotógrafos, ella está usando un look con colores y estampados parecidos al mío, pero a diferencia de mí, ella sí está llevando un top.
Respiro hondo y salgo.
Recuerdo cuando era niña y me asustaban los flashes de las cámaras sobre mí. Una niña insegura bajo el manto frondoso de su madre podría sobrellevar las situaciones públicas. Sin embargo, al crecer aprendí que nada podría arruinar mi vida, excepto los recuerdos. Hasta que llegó River, claro.
Me mentalizo que unos simples flashes en pleno topless no van a lastimarme. Solo tienen que lastimarlo a él.
Camino la pasarela dejando el miedo en el backstage. Las luces me ciegan y no soy capaz de ver a las personas invitadas al desfile. Asumo que Agnes y William están allí, cumpliendo con lo que premeditamos.
Doy la vuelta y salgo airosa.
Cecilia ya me está esperando adentro. Saltamos y nos abrazamos con el resto de modelos, que se emocionan por mí y el hecho de que nadie se esperaba a Cornelia Dreyfus en una pasarela. Tom Ford se abre paso entre las demás y me levanta del suelo en un abrazo.
—¡Te lo agradezco tanto! — me dice. — ¡Ha sido el mejor show de la semana! Ven conmigo.
Sin dejarme opción a dar un respiro, me lleva al vestidor y de uno de los colgadores, jala un vestido de látex negro, sin tiras y corto sobre las rodillas.
— Un obsequio. — sonríe entre dientes.
—¿Hablas en serio? — abro los ojos, sorprendida.
—Mi agradecimiento. — aplaude. — Úsalo en la fiesta. Todos van a querer acostarse contigo.
Me atraganto con el aire y la saliva. Sí, claro. Y luego se arrepentirán.
Tom sale del vestidor tras guiñar y me deja perpleja, es como si él también fuera parte de nuestra descabellada idea. O tal vez simplemente, los planetas se alinearon para este día.
El vestido me queda como un guante, completando mi aspecto alienígena inter dimensional con el peinado y el maquillaje. Sonrío a mi reflejo en el enorme espejo de cuerpo entero. Las Adderall me han puesto muy ansiosa, en el buen sentido, y ya estoy lista para cualquier cosa.
William y Agnes están en el backstage cuando salgo del vestidor, ella me busca con la mirada mientras deja al joven hablando con uno de los encargados del desfile. Trota hacia mí, pidiendo permiso entre el tumulto, y cuando me encuentra, abre la boca como si no se lo pudiera creer.
—¡Guao! — exclama, echando un vistazo general. — Te ves increíble. Necesitaré una foto con este vestido para Instagram. — saca el labio inferior haciendo un puchero.
Ruedo los ojos y la jalo de la mano para dirigirnos hacia William.
—No me dijiste que el tal William era lindo. — me codea, y por inercia ambas miramos en dirección al joven hermano de River.
Nuestros mentones caen al suelo cuando William también se vuelve hacia nosotras, sonriendo como ninguno, señalando y saludando en nuestra dirección. En eso, dos personas nos dejan la vista libre, podemos ver a un bien vestido River Ferguson, sonriendo, también. Al poner los ojos en mí, su mirada agradable cambia, dándole un aspecto diabólico que hace que mis piernas tiemblen y el fantasma helado no solo recorra mi espalda, sino mi cuerpo en general.
Todo se paraliza a mi alrededor.
Mierda.
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La Ópera del Diablo |henry cavill|
Hayran KurguTras la trágica muerte de sus padres, todo lo que Cornelia Dreyfus conoce, se esfuma para siempre. La música, la familia y la alegría. Incluso, el amor imposible de su infancia. Los años han pasado, y Cornelia vive en el mundo salvaje del espectácul...