17. BronxCare

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Tras tomar una larga ducha purificadora, me vestí con la ropa limpia que Fredo había conseguido para mí del loft. Un pantalón de algodón gris y una chompa beige que no combinaba en nada era mi atuendo para esperar que llegara la hora de salir del hospital.

El médico había aconsejado estar un par de horas más para completar el proceso de monitoreo de mis signos vitales, aún con el constante y atormentador bip zumbando en toda la habitación.

Cepille mi cabello y al verme en el espejo, pude ver a mi padre, mirándome a través de mis propios ojos. Si pudiera abrazarlo y consolarme con sus palabras precisas, me sentiría mucho mejor. Sin embargo, en este momento, intento trasmitirle que estoy bien, porque hay alguien que me ama como a él le gustaría.

Hago las paces con Daryl así como conmigo misma, porque tenemos tanto en común que quizás, al morir, una parte se quedó en mí para remediar lo que él no pudo.

Salgo del baño, y me quedo en la puerta un momento admirando lo que tengo frente a mis ojos. River sigue aquí, más relajado, trabajando desde su computadora portátil sobre la cama, como si fuera suya.

— Estoy lista para irnos. — le digo.

Él extiende la mano para que me acomode con él.

— La noticia ya está en internet. — me muestra un sitio de chismes. — Hay fotógrafos afuera, esperándote, pero Fredo traerá el auto por la parte de atrás.

Asiento, un poco temerosa, pero para nada sorprendida. Ya estaba esperando que los medios empezaran a atacarme como han hecho desde el momento en que nací. Por eso, acomodo la pantalla de la computadora para leer mejor lo que andan escribiendo.

"La maldición de los Dreyfus: Todo sobre la sobredosis de Cornelia, su amorío con el ex-guitarrista de La Ópera del Diablo, y las vinculaciones con la mafia."

Vaya.

River me arrebata el aparato y lo pone a un lado, me atrae para acostarnos en la cama, con mi cabeza sobre su pecho, y acaricia mi cabello con dulzura.

— Hueles bien. — susurro.

— No debería. — se ríe. — Estuve en el gimnasio toda la mañana.

Aspiro su olor con más decisión, pegando la nariz a su sudadera. Para mí, es el aroma del hogar y la paz.

Recuerdo cuando añoraba tener una vida amorosa como la de Cecilia, y quería experimentar un amor que me hiciera sentir mariposas, escalofríos y sensaciones nuevas. Jamás habría imaginado que River sería la persona con la que se cumpliría.

Lamentablemente, tendremos que separarnos por las semanas que estaré internada en el maldito centro de rehabilitación.

— Me gusta. — estiro el cuello para besar su mentón. — También me gusta que no te hayas afeitado...— tomo su mano entre mis dedos y siento las protuberancias en sus palmas, adorándolas con pasión. — Sabes, tengo que confesarte que siempre estuve enamorada de ti... Desde hace años, cuando era una niñita. — me sonrojo.

River empieza a reír muy fuerte.

— Ya lo sabía. — me dice en tono de burla. — Era muy evidente.

Me atraganto con mi propia saliva de la impresión, incorporándome muy rápido para mirarlo a los ojos, llena de vergüenza y diversión.

— ¡Qué dices! — exclamo.

Él disfruta mi reacción, echando la cabeza hacia atrás envuelto en sus carcajadas.

— Estás del mismo color con el que me hablabas antes. — me toca el rostro, pellizcando mis mejillas. — Roja como una cereza.

La Ópera del Diablo |henry cavill|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora