19. La fotografía

68 12 1
                                    

La primera semana en BronxCare había sido difícil.

La rutina me sacaba de mis casillas con sus aburridos tópicos y el único momento en el que podía ser libre era durante y después del desayuno, cuando me encontraba un par de horas con Vince para practicar las notas musicales en la guitarra.

Había aprendido rápido, según él, pero mis dedos se enduraban por calambres al finalizar la jornada. A pesar de ello, estaba acostumbrándome a tenerlos, y pronto ya no tenía que romperme la cabeza al momento de recordar la posición sobre las cuerdas.

Siempre tenía en la mente la cara de mi padre al verme tocando el instrumento que River me había regalado. Y quizás, ambos estarían orgullosos de mí.

Por otro lado, los dolores estomacales me destruían a la media tarde, cuando toda la comida empezaba a digerir y ya no tenía espacio para más. Tenía escalofríos en las noches y ansiedad desmedida porque me urgía tener Adderall en mi sistema. Poco a poco eso iba mejorando, y cada noche era diferente a la otra.

Las sesiones personales con la doctora Anna me habían ayudado mucho emocionalmente, empezando por concluir la fase de duelo por mis padres, que había arrastrado demasiado tiempo. Y me había convencido en cierta forma para comprender a mamá, y la turbia relación que tenía con mi padre.

A veces tenía sueños lúcidos con ellos, no hablábamos, pero compartíamos miradas que duraban largos momentos.

Es domingo por la tarde y estoy de pie, desnuda sobre la balanza. He aumentado un par de kilos, y supongo que debería estar contenta.

Tocan la puerta de mi habitación, y me asusto al creer que alguien podría entrar y encontrarme tal cual Dios me trajo al mundo.

— ¡Cornelia! ¡Tienes visita!

Impactada por las palabras de Christian, tropiezo de la balanza y me apresuro para buscar ropa limpia de la maleta guardada en el armario.

— ¡Ahora salgo! — exclamo de vuelta.

— ¡Te esperan en el jardín! — dice, con la voz oyéndose más lejos.

Hace buen clima, por lo que me coloco mis shorts de algodón y mi camiseta vieja de La Ópera del Diablo.

Salgo corriendo hacia el jardín, esperando por cualquiera de mis seres queridos. No importa cual de ellos sea, porque voy a ser muy feliz de ver a una cara conocida en este centro tan solitario.

Olvido revisarme el rostro en el espejo, pero sé que esos nuevos dos kilos sobre mi cuerpo me han dado un brillo especial.

Encuentro a Christian a medio camino y él sonríe burlón cuando me ve, agitada y emocionada.

Esta semana, Vince y yo hemos pasado mucho tiempo con Christian, y descubrí que era un sujeto gracioso tratando de ocultar su instinto gay y sarcástico, bajo esa faceta disfrazada de enfermero.

— Yo también estaría emocionada de ver a semejante monumento, querida. — bromea.

¡Ese debe ser River!

Cuando llego al jardín, lo veo, de pie con las manos dentro de los bolsillos de sus pantalones de mezclilla. Usa una camiseta azul pegada al cuerpo, el rostro completamente afeitado y la mirada perdida en el cielo.

Corro hacia él y cuando me ve, abre los brazos para recibirme.

Lleno su rostro de besos en todas partes, desesperada por tenerlo cerca. River me respira la piel con entusiasmo, sonriendo y mostrándome esos dientes que son ridículamente perfectos.

— No puedo creer que estés aquí. — le digo, besándolo todavía. — No sabía que podía recibir visitas.

— No puedes. — contesta con diversión. — Pero Vince sí.

La Ópera del Diablo |henry cavill|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora