5. Harvest Moon

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Las píldoras de Adderall me miran desde el estante detrás del espejo del baño. ¿Realmente las necesito para poder lidiar con el día de hoy? La verdad es que no lo sé. Por ratos me siento confiada y capaz de actuar rodeada de sonrisas y libre de ansiedad con River. Sin embargo, no tengo nada que temer. Sin embargo, es posible que los nervios me traicionen y termine armando una escena de llanto.

Cierro el espejo de golpe, temiendo porque se rompa. No voy a tomar píldoras hoy. Está decidido.

Me armo de valor para salir de casa, pero antes, guardo en mi bolso la gorra que River olvidó anoche.

Me he arreglado un poco hoy, vistiéndome con unos jeans ajustados y una blusa de tirantes, holgada y de un tono verde esmeralda. Mis infaltables botas de combate. Me recojo el pelo en un moño de bailarina de ballet en lo alto de mi cabeza y me coloco máscara de pestañas y labial rojo.

Demasiado arreglada para un almuerzo de domingo.

Tuve que buscar la mejor manera de cancelar la invitación a los Parisi, y con el dolor en el corazón le mentí a Fredo que pasaría el día con Agnes. No sé si es algo malo sentirme culpable por estar a escondidas con River, es más, ni siquiera sé cómo le parece a él. Pero yo prefiero mantener esto en secreto.

River está esperándome en el lobby del edificio, hablando por teléfono mientras tiene los ojos clavados en el suelo, dando vueltas sobre él en círculos.

Mi corazón se altera y da inicio a los latidos ruidosos e incesantes. Me pregunto por qué me sigo sintiendo así si ya no me genera ningún sentimiento negativo. Quizás es emoción, al verlo actuando como si nada, sin nervios. Vestido como si hubiera salido de un anuncio de Calvin Klein.

Su cabello ondulado y oscuro peinado prolijamente. Uns camiseta blanca y un par de jeans. ¡Quién diablos se ve así de bien!

Cuando él me ve, me pide aguardar un segundo mientras termina su llamada.

— El track número siete es un interludio... No, el siete. — suspira exasperado. — Arréglalo... El siete. Listo, adiós.

— Te oyes muy profesional. — bromeo.

River coloca los ojos en blanco.

— Es difícil estar al mando. — se encoge de hombros. — ¿Estás lista?

Asiento con la cabeza.

River haciéndose pasar por un caballero, me abre espacio para caminar primero. Y al salir del edificio, un auto está estacionado en la calle. Es un Chevrolet Camaro 1969 azul, digno de aparecer en películas de James Bond con un conductor que se ve como River. Él se adelanta para abrir la puerta del copiloto para dejarme entrar, luego da toda la vuelta para subir en el asiento del conductor.

— ¿Por qué decidiste llevarme a tu casa? — le pregunto cuando ya estamos avanzando.

— ¿Por qué aceptaste venir a mi casa? — se burla de mí carcajeándose solo.

Le lanzó una mirada de pocos amigos, captando el momento preciso de sus brazos expuestos por su camiseta de mangas cortas hasta los codos. Su aspecto le pertenece a alguien fuera de este mundo, sobre todo ahora que ha dejado de reír, y está serio, concentrado en la autopista.

— No es justo. — me quejo.

— Pensé que sería la mejor manera de romper el hielo. — me explica con naturalidad. — Te he notado muy tensa conmigo, y así no podemos ser amigos.

Me da una mirada rápida con esa condenada sonrisa en su cara.

Amigos. Listo, no volverá a besarme jamás.

Toda la tensión acumulada en mis hombros, incrementa, y cuando la siento presionando más fuerte, me obligo a relajarme por la fuerza, clavando las uñas en las palmas de mis manos.

Decido que es mejor no responder a esta parte de la conversación porque él tiene razón.

— Le dije a Fredo que estaría con Agnes, es mi vecina de abajo.

— Hiciste bien. — dice mientras gira el auto a la izquierda, saliendo de TriBeCa para ingresar a Greenwich Village por la avenida. — Estoy muy seguro que Hannah no confía en mí.

— Hannah es muy observadora. — aclaro. — Muchas veces tiene razón.

River me mira.

— ¿Tú confías en mí?

— Por ahora no lo sé.

Nos quedamos en silencio y prefiero que sea así.

Las calles en Greenwich Village pasan de verse artísticas y pintorescas a tomar formas más cuadradas y en tonos anaranjados, como los ladrillos de las casas altas. Hay árboles delgados y frondosos en las calles, y pequeñas escaleras que llevan a las puertas. Cada cosa en esta parte de Nueva York es cinematográfica y pacífica, como si hubiera salido de un dibujo.

Disfruto pasar por aquí imaginando cómo deben ser las vidas de las personas que viven en esas casas. Es una zona familiar, sin embargo, es muy cara. Apuesto a que River gana mucho dinero siendo el productor de Bristol, y me alegra que haya elegido vivir por aquí. Cumpliré mi capricho de conocer aquellas viviendas por dentro.

Al cabo de un rato, ingresamos por una calle menos transitada. La misma arquitectura, menos árboles.

River estaciona el auto frente a una de las casas con ladrillos anaranjados y no espero a que me abra la puerta, yo puedo hacer eso sola.

Él me mira sonriente, y lo sigo por la acera, subimos la pequeña escalera y abre la puerta de la casa que ya estaba pensando.

Este lugar se siente como lograr el efecto deseado que tiene una píldora de duloxetina. Libre de ansiedad. Tranquilidad total. Colores cálidos y olores distintos.

Un corto pasillo blanco es el recibidor. Hay una mesita con un teléfono y muchos periódicos mezclados con la correspondencia. La cocina está a la derecha y tiene platos recién lavados, la botella de jugo abierta.

— ¿William? — llama River.

Camina adelante, conduciéndome a la sala. Amplia, con sillones espumosos y grandes. Hay una manta sobre uno de ellos. Un mueble para la televisión. Dos guitarras en sus aparadores. Detrás, una de mesa pequeña de comedor iluminada por la gran luz que otorga la mampara de vidrio, que esconde un pequeño patio atrás, en el que alcanzo a ver una pelota de fútbol.

No sé cuál es el encanto de esta casa, pero no quiero irme.

— Me encanta. — susurro para mí misma, esperando que River no pueda escucharme.

River me observa, cuando me acerco con timidez a revisar cada parte de su hogar.

— Toda tuya. — me indica, y me da la libertad de hacerlo con confianza.

Suenan pisotones en las escaleras de madera y William está bajando.

— ¿Cornelia está aquí? — pregunta impactado cuando me ve.

River pone los ojos en blanco.

— No, es una ilusión óptica. — bufa. — Ve a saludarla.

William se acerca a mí y me da un abrazo.

— Pediremos comida para el almuerzo porque no sabemos cocinar. — se encoge de hombros.

Suelto una risita.

River se acerca y lo empuja.

— Gracias William. — le dice, lanzando una mirada molesta. — Puedes irte a seguir jugando Minecraft.

William abre la boca para gritar, pero la reduce, relajándose. Y obedece, subiendo las escaleras peldaño por peldaño y refunfuñando.

— Es Delta Force, estúpido. — chilla en voz baja.

River alza las cejas y deja salir un suspiro grave. Camina hacia la cocina y yo lo sigo, porque no tengo algo mejor que hacer, ya que soy la única invitada.

— ¿Quieres algo de tomar? — pregunta, luego chasquea los dedos— Ah sí, cero alcoholes para ti.

Me indigno.

— ¡Oye!

— Es broma. — ríe, y cambia de posición para inclinarse a buscar en el refrigerador. — Tengo cerveza y vino.

Me muestra ambas botellas.

Le arrebato el vino de la mano. Obviamente esa es mi elección.

Abre la botella con el sacacorcho y vierte el líquido en dos copas que ha sacado del reportero sobre su cabeza. Lo observo embobada, teniendo en cuenta que mi yo de once años jamás se hubiera creído esta escena.

Me conduce hacia la sala para acomodarnos en los sillones espumosos y soy feliz cuando tomo asiento y mi cuerpo prácticamente rebota. Un poco del vino en mi copa salpica en mi blusa, haciéndome chillar.

— ¡Mierda!

River empieza a reír a carcajadas. Y no puedo renegar si tengo sus dientes en plena sonrisa expuestos solo para mí.

No tengo de otra que reír también, porque estoy nerviosa y creo que este hombre es el más hermoso que he visto.

— Te daré algo para que te cambies. — ofrece.

— No, solo son un par de gotas.

Y es cierto, no tengo mucho problema con tener la blusa con un par de manchas diminutas.

Bebemos vino mientras me cuenta sobre su trabajo con Bristol. River los descubrió tocando en la estación del metro subterráneo en Londres, cuando los integrantes aún eran adolescentes. Les costó mucho trabajo llegar hasta donde están en la actualidad como una de las bandas del momento bajo un contrato millonario con una disquera famosa gracias a su canción número uno en el tablero del Billboard.

— Ed me dijo que tú escribes algunas canciones. — le digo, evitando agregar lo que Peyton comentó acerca de sus crisis.

River sonríe avergonzado. Y se inclina para tomar una de las guitarras acústicas que están a su costado. La coloca sobre su pierna, y su enorme brazo se apoya sobre el instrumento. Se ve ridículo. Nada combina en esta escena. Un enorme hombre musculoso sosteniendo una guitarra como un profesional. Sin embargo, todo empieza a tener sentido cuando sus dedos se mueven y una melodía nos abraza.

— Digamos que tengo mucho de qué quejarme. — responde vagamente mirando a las cuerdas, pero es una respuesta que amerita muchas preguntas.

— ¿Corazón roto?

— El mío no. — se burla. — Pero no quieres saber eso.

La Ópera del Diablo |henry cavill|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora