20. Impulsos

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— ¿Qué es lo primero que harás cuando salgas de aquí?

Miro por la mampara de vidrio hacia el jardín. La oficina de Anna está en el primer piso del segundo edificio, es amplia y acogedora, extrañamente te traslada a la guarida de una pitonisa que te leerá el futuro a través de las cartas. La oficina está decorada con alfombras pesadas en el suelo, estantes con libros y adornos de vidrio y metal, y los sillones puestos frente a frente son tan cómodos que puedes acurrucarte en ellos con confianza.

No pienso mucho antes de responderle.

— Visitarlos. — digo, sin sentir el sabor agrio en la boca. — Poner flores en su tumba. Definitivamente, comprar nuevos jeans.

Anna sonríe.

— Te ves muy saludable.

Asiento devolviéndole la sonrisa, aunque todavía no me siento muy cómoda con esto. Cuatro kilos en dos semanas es bastante para lo que estoy acostumbrada, pero por estar sonriendo siempre fingiendo que me gusta como me veo ahora, empiezo a creérmelo. Y a aceptarlo.

— ¿Vas a poner en práctica lo que hemos discutido estas semanas?

Respiro hondo.

Las terapias con Anna habían sido conversaciones extensas como si hubiera hecho una nueva amiga. No me recetó medicinas y tampoco me dio un diagnóstico. Nos la pasamos conversando, y ella me ayudó a darme cuenta de lo mucho que estaba guardando en mi interior. Claramente, no necesitaba tanto tiempo en el centro de rehabilitación porque mis problemas no eran tan graves, pero necesitaba toda la ayuda posible para no empeorar en ello.

Sin embargo, Anna me persuadió para tomar de otra manera las circunstancias de mi vida. Empezando por perdonar los errores de mis padres mediante experiencias de mi fase en la adultez. Y sí, quizás entendí un poco sus problemas y sobre todo, entendí el egoísmo de Marion al querer encontrar una salida desesperada de su mundo puesto de cabeza.

Comprendí además, que estaba bien ser testaruda, traviesa y salvaje. Mientras eso no destruya mis relaciones personales, es por eso que la bitácora es mi fiel compañera ahora. Escribo todo lo que siento.

Y finalmente, la adicción a las pastillas. Anna dijo que la distracción que me proporcionaba aprender a tocar guitarra era algo bueno, me incrementaba muchísimo los niveles de serotonina faltante en mi cerebro. Del mismo modo, me ayudaba mucho estar enamorada.

Arrugo un poco la frente cuando pienso en River, pero me deshago del gesto rápidamente.

— Por supuesto. — sonrío.

— Una última cosa. — dice. — Visitar a Billy Delgado puede ser liberador, Cornelia. Considéralo, y cuando estés lista puedes hacerlo. Cerrar ciclos es muy difícil, pero a largo plazo trae mucha satisfacción.

Asiento.

No voy a hacer eso. Sería capaz de embriagarme en ira y romper el vidrio que nos separa, los barrotes, las paredes, con tal de asesinarlo.

— Gracias, Anna. — me pongo de pie y ella me imita.

— Gracias a ti. — me aprieta las manos con una improvisada amistad. — Ya que hemos terminado, te diré algo que estuve ocultando. — sus mejillas se encienden y suspira. — Siempre he sido fanática de tu mamá. Marion Dreyfus era mi ídola de la adolescencia.

La abrazo.

— Le habría encantado conocerte. — le digo, aun sosteniéndola.

Me paseo por el jardín una última vez, esperando a Vince para reunirme con él y despedirme. Me hace mucha ilusión que pronto salga de BronxCare también y regrese a los brazos de su novia, con la finalidad de que al fin pueda recuperarse y llevar una vida normal fuera de las intenciones suicidas y las adicciones. Es un gran ser humano, incluso, de niña pensaba que él era mi favorito de La Ópera del Diablo hasta que llegó River para arrebatarle su posición.

La Ópera del Diablo |henry cavill|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora