6. El diablo

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El mechón suelto de cabello rizado de River cae sobre mi frente, haciéndome cosquillas, mientras intenta quitar el botón de mi pantalón mirando con cuidado entre la oscuridad mezclada por la poca luz que entra por las ventanas.

Lo observo, pretendiendo que sus movimientos están en cámara lenta. Me olvido que justo detrás de mí están las fotografías familiares y me dejo llevar por su tacto sobre mi abdomen. Grabo en mi mente el cosquilleo, que empezó en mi frente y desciende por todo mi cuerpo. Sus labios están ligeramente abiertos, hinchados por la sesión de besos intensos que nos dimos en el ascensor, después de cerrar la puerta detrás de nosotros al entrar en el loft, el recorrido hasta el sofá más grande.

River está sobre mí, con la camiseta aún puesta, al igual que yo con la suya. Por eso, todo a nuestro alrededor tiene su olor. Me quita el pantalón sin hacer que el acto se vea torpe, dándome a entender que es experimentado y ha hecho esto muchas veces.

Vuelve a subir de pronto, para estar frente a frente, nuestros ojos conectados por el deseo. Me adelanto a besarlo, y sin pensarlo tanto, introduzco las manos frías por su abdomen, ascendiendo por su torso, sintiendo su calor y a la vez, la tensión repentina por el frío. Subo la camiseta hasta su cuello, y él la retira para dejarla en alguna parte del suelo. Después, hace lo mismo conmigo, y sus palmas ásperas sobre mi piel provocan un sentimiento nostálgico que de pronto me impulsa a querer llorar, pero me trago las lágrimas. Y lo beso nuevamente, sintiendo su pecho contra el mío, completamente expuesta ante el gigante fuerte que se frota sobre mí en una danza que nos convierte en una sola persona.

Una de sus manos toca mi pecho, mientras la otra me sostiene por la cintura, como si toda ella alcanzara perfectamente en su agarre. Me aprieta el pecho y hace lo mismo con el otro. Me estremezco por el efecto, como si mi corazón quisiera salir por mi boca.

— ¿Estás bien? — me dice, entre besos.

— Sigue.

River sonríe y lo sé, por un pequeño reflejo de luz que le da en la cara. Suelta mi brasier por las tiras, dejándome desnuda ante la pequeña luz. Él se relame los labios y besa mis pechos para luego subir otra vez a mi boca. Siento su erección palpitando en sus jeans, y sé que es el momento correcto para trasladar mis manos a sus pantalones y deshacerme de ellos pronto.

River se aleja de mí para tomar asiento y quitarse los pantalones él mismo, y mientras lo hace, yo aprovecho para sentarme a horcajadas sobre él y quitarle también la ropa interior. Él se sorprende y me mira impresionado. También sé lo que hago. No soy una virgen sin experiencia.

Ya de pie frente a River, soy provocadora a mi manera, retirándome lentamente toda la ropa interior que impide sentirlo más cerca. Él me mira con paciencia, y puedo jurar que tiene los ojos más brillantes que hace cinco segundos. Me regocijo de eso, pero no me permite tentarlo por más tiempo, y me toma por la cintura bruscamente para volver a sentarme a horcajadas sobre él.

Siento su prominente miembro rozando la parte más íntima de mi cuerpo. Y un millón de chispas invisibles se manifiestan en mi vientre, como si estuvieran esperando este momento con ansias.

— ¿Ahora ya confías en mí, Korn? — me pregunta con la voz ronca por la anticipación.

— Shhh. — le susurro mirándolo a los ojos.

Aún no lo he decidido.

Desciendo lentamente para llenarme de él, sin dejar de mirarlo, notando cómo abre la boca poco a poco y arruga la frente, y cierra los ojos. Eso era lo que quería ver. El hombre perfecto, dependiendo de mí para su placer. Aprieta sus manos en mi cintura, y me impulsa para moverme de adelante hacia atrás más rápido, pero yo lo hago despacio, porque sé que eso le gustará. Busco mi placer también, enfocándome en su rostro, porque es todo lo que necesito.

Continuamos con la eufórica danza, de mirarnos fijamente y buscar nuestro placer. Los movimientos aumentan, y lo hacemos con más urgencia hasta que en un momento, las sensaciones me poseen, y mi cuerpo empieza a temblar, viendo cómo a River le sucede lo mismo. Sin dejar de mirarnos, nos hemos caído al abismo del inmenso placer al mismo tiempo.

Increíble.

River me abraza, recuperando juntos el aliento.

— Korn... — suspira. — Qué estamos haciendo.

—Siendo todo excepto amigos. —bromeo.

—No. — dice muy serio. — Estoy loco. Esto no debió ser así...

— ¿Ahora te arrepientes?

No contesta.

Me retira de él y me acomodo en la esquina del sillón, con las manos cubriendo mi cuerpo. Ahora sintiéndome realmente expuesta, con energías negativas apareciendo como cuchillos en el ambiente, mientras River se viste rápidamente.

— ¿Te arrepientes, River?

Está demostrando con su silencio y sus acciones que sí, está arrepentido.

Ya con el pantalón y los zapatos puestos, suspira, recoge su camiseta del suelo, y me mira.

— Cornelia... — dice con la voz quebrada. — No me presiones.

Me pongo rápidamente la camiseta negra que me prestó, y me levanto del sillón.

— Vete.

Camino en puntas de pies hasta llegar a la puerta, la tengo abierta, mientras River lucha contra algo que sucede en su interior y no sé qué es o qué significa, pero no estoy con ganas de sentir su rechazo y su arrepentimiento después del momento tan apasionado y vulnerable que hemos vivido.

River me mira entre pestañas, como si no creyera que estoy pidiéndole que se vaya. Arrastra los pies camino a la puerta, mientras termina de vestirse.

— No hagas esto. — dice, devolviéndole a su rostro el encanto.

— Tú empezaste.

Niega con la cabeza, con un gesto que me hace sentir culpable de algo que tampoco sé.

Cuando está en el pasillo, se detiene, y abre la boca para decir algo, pero la cierra inmediatamente.

— Korn... — empieza a decir, pero es demasiado tarde, porque he cerrado la puerta.

Recojo mi ropa del sillón y voy directamente a mi habitación. Me doy cuenta que he empezado a llorar cuando siento las lágrimas mojando mis labios. Y arrojo al suelo su camiseta, para deshacerme de su olor.

¿Qué estoy sintiendo?

Es un dolor distinto a cualquier cosa que haya puesto en duda mi cuerpo y mi validez. Lloro con furia, deseando poder eliminar este día y todo lo que sucedió desde que River apareció nuevamente en mi vida. Jamás debí ir a su casa. Jamás debí dejar que volviera a besarme, si con eso iba a darme el mayor placer del mundo, y después dejarme tirada en un rincón como si hubiera sido un error.

Un sabor amargo se crea en mi garganta. Fomentando las emociones nauseabundas, los síntomas previos a la descompensación.

Enciendo la lámpara de mi habitación y doy cuenta del frasco de píldoras sobre la mesita junto a mi cama, como si una luz imaginaria de colores las hubiese iluminado para que las notara, allí, inmóviles, esperándome para hacer una travesura imprudente.

Abro el frasco y no cuento las píldoras que caen en mi mano, y me las meto a la boca con furia.

River no puede hacerme llorar. No voy a darle ese poder sobre mí. Es solamente un hombre. Uno que se arrepiente de haber estado conmigo.

Corro al baño para abrir el grifo del lavabo y beber agua para poder tragar las píldoras con facilidad.

Necesito calmarme y la única solución es esta, la indicada para mantenerme lo suficientemente dopada para dormir y olvidar los hechos que me hacen sentir así de despreciable.

Me subo a la cama y cierro los ojos, esquivando las lágrimas y apagando el motor de mis latidos poco a poco, esperando que el sueño se apodere de mí. Recuerdo sus besos en mi cuerpo, su tacto en mi piel, su rostro deformándose con las sensaciones.

A él dentro de mí, en cuerpo y alma.

Jamás me había sentido así.

Pronto todo se vuelve negro, excepto la imagen de River, que me mira desde un lugar profundo en mis pensamientos, burlándose de mí, convirtiéndose físicamente en mi monstruo interno.

El mismísimo diablo.

La Ópera del Diablo |henry cavill|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora