Capítulo 16-El destino de la Emperatriz

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Tatiana Aleksandróvna Románova, primogénita del Emperador Alejandro I de Rusia y reina viuda de Prusia, apretó contra sus faldas a Tassia

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Tatiana Aleksandróvna Románova, primogénita del Emperador Alejandro I de Rusia y reina viuda de Prusia, apretó contra sus faldas a Tassia.

-Mamá, ¿qué ocurre? ¿Qué es ese ruido? -preguntó la niña, cogiéndose con fuerza al terciopelo rosado que envolvía las piernas de su madre.

El ruido del tiroteo hacía temblar la cristalería fina del salón en el que se encontraban y los muebles lacados de oro amenazaban con venirse abajo ante el estruendo. Si el suelo no estuviera hecho de mármol macizo, a Tatiana le daría la sensación de estar hundiéndose en arenas movedizas.

-Unos hombres han venido a vernos -respondió ella, pálida y temblorosa, pero firme sobre sus pies. «Es un alivio que Tassia no tenga la altura suficiente para llegar a la ventana -agradeció para sí, contemplando a los muertos que se amontonaban en el patio principal.»

-Alteza -Entraron cuatro guardias a toda prisa, mirándola con espanto y acercándose a ella armados. -Debe huir de aquí, inmediatamente. Coja a la princesa, no hay tiempo.

Tatiana intentó tragar saliva, pero el nudo de su garganta era demasiado estrecho como para ello. Ni siquiera el aire le llegaba a sus pulmones, estaba aterrada. Las secuelas del atentado sufrido junto a su esposo seguían presentes en su vida. No había noche que no tuviera una pesadilla. Se había convertido en una mujer amargada que no disfrutaba de la comida ni de nada que no tuviera relación con su única razón de existir: Tassia. La cogió en volandas y se dejó empujar por los guardias a través de los pasillos. Detrás de ellos se oía a la multitud enfurecida. Muchos ciudadanos se habían unido a la guerrilla de Damien e iban rompiéndolo todo a su paso mientras vociferaban toda clase de improperios.

-No llores pequeña -trataba de consolar Tatiana a su hija, pegándola a su cuerpo y apretándole la cabeza contra su pecho para que no viera los rostros enfurecidos de los asaltantes-. Eres una Románova, ¿me oyes? Eres la hija de Klaus von Wittelsbach, rey de Prusia y de Tatiana Románova, princesa de Rusia -habló a toda prisa con el aliento entrecortado-. No olvides quién eres, pase lo que pase.

Los muebles y objetos trababan los pies de Tatiana al correr, y las manillas de las puertas azotaban su cuerpo y le dejaban marcas en los brazos y las manos. Avanzaba a trompicones, con la sensación de no tener un rumbo fijo. El sudor y el miedo se habían apoderado de ella, y el vestido de terciopelo rosa le resultaba demasiado aparatoso para semejante contienda. Los Guardias estaban haciendo todo lo posible para protegerlas, pero eran incapaces de contener la mala saña del pueblo y terminaron solas y rodeadas. El esfuerzo de los Guardias por sacarlas de allí había sido infructífero y, además, habían muerto en el intento. Tatiana abrazó con todas sus fuerzas a su hija en un rincón de la sala en la que habían sido capturadas. Una decena de hombres, algunos sin dientes y otros con miradas lascivas, se mantenían a una distancia prudencial de ellas. Le dio la sensación de que ni ellos mismos creían lo que estaba sucediendo.

Entonces, ese pequeño instante de confusión, fue rápidamente disipado por un hombre de estatura media y hombros anchos que se abrió paso entre los revolucionarios y se plantó frente a ella sin titubeos. Tan solo una pequeña nube de compasión asomó por el semblante de Damien al reparar en el llanto de Tassia.

El corazón de la emperatriz. Dinastía Románov II.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora