Capítulo 13-Fieles, detractores y cortesanas

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Izabella Mazepa logró colarse en el Palacio de Invierno sin ser vista

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Izabella Mazepa logró colarse en el Palacio de Invierno sin ser vista. Era de noche y jirones de niebla pálida se enroscaban alrededor del colosal edificio. Los centinelas de la Guardia Imperial corrían de un lado para otro limpiando el baño de sangre que habían provocado en la matanza de la Plaza. 

La cosaca turca seguía sin creer que aquello fuera obra de su sobrina. Así que con mucha cautela, pero con decisión, se deslizó entre los pasadizos secretos del Palacio hasta llegar a los aposentos imperiales. Para su sorpresa, estaban vacíos. No había rastro de Anastasia ni de Natasha, la doncella personal de la Emperatriz. Además, las estancias estaban frías porque alguien había dejado las puertas abiertas de los balcones. La sospecha de que algo no iba bien se convirtió en una certeza y corrió a esconderse de nuevo en los pasadizos. 

«No hay nadie  —advirtió Izabella—. ¿Dónde está el séquito de Anastasia? ¿Dónde están sus mozos y sus lacayos? ¿Dónde está Máksim?»

Los pasadizos secretos eran oscuros y polvorientos. Tan solo los miembros de la familia Románov conocían su existencia. Pero no debía confiarse. Si su intuición no le fallaba, «la serpiente» estaba detrás de todo aquello y podía estar en cualquier parte. Así que, lentamente y midiendo sus movimientos, anduvo por todo el Palacio desde las sombras, buscando respuestas. Los pasillos mohosos por los que caminaba habían tenido en otros tiempos colores maravillosos, y en el suelo se veían aún vestigios de una moqueta confeccionada con hilos de oro que brillaban entre el gris desvaído y los manchones negros. Lo que quedaba de la alfombra amortiguaba el sonido de sus pisadas, una gran ventaja que la ayudó considerablemente a posicionarse en la Sala del Trono. Tras una pared con agujeritos imperceptibles y estratégicamente colocados, vio a Nicolás von Wittelsbach. El Rey de Prusia estaba sentado en el Trono y al lado de él, de pie, estaban el enano (Ser Thonas) y el obispo. 

—Nicolás von Wittelsbach, rey de Prusia, sea usted bienvenido como el regente de Rusia, como el nuevo y poderoso Emperador... hasta que Anastasia Románova aparezca —reverenció Ser Lancel, el hombre más viejo del Palacio, haciendo una venia torpe—. ¡Qué infortunio que nuestra Emperatriz haya sido secuestrada por su propio Consejero Real! No descansaremos hasta encontrarla... —Se giró el anciano hacia la multitud de palaciegos que observaban la escena expectantes y conmocionados. 

«¿Anastasia secuestrada por Damien Obolénski? —se dijo Izabella—. ¿Qué clase de retorcida artimaña era esa?»

—¿Cómo ha podido suceder tal cosa? —reclamó Ser Aron, indignado a la par que escéptico—. ¡He visto como la Guardia Imperial masacraba a los revolucionarios en la Plaza! ¡Instados por la Guardia Real prusiana! —Señaló a un grupo reducido de hombres vestidos de negro riguroso que rodeaban a su Rey. 

—El Rey nos ha salvado de una revolución, esa horda de pueblerinos pretendía asaltar el palacio. Si no hubiera sido por la intervención de su Majestad —volvió a reverenciar Ser Lancel—. Ahora mismo tendríamos a Damien Obolénski presidiendo esta sala... con todo lo que conllevaría dicho paradigma de terror. 

El corazón de la emperatriz. Dinastía Románov II.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora