Capítulo 5- Las historias de Tassia

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La familia es la patria del corazón.

Giuseppe Mazzini.

Anastasia no podía creer lo que acababa de hacer, pero ya lo había hecho

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Anastasia no podía creer lo que acababa de hacer, pero ya lo había hecho. ¿En qué momento se había convertido en una alimaña más? Aunque la apodaran «el zorro». , siempre había presumido de unos principios envidiables. O eso creía ella hasta entonces. Llevaba cinco años en el poder y había cambiado: ahora era una mujer más fuerte, que hablaba con menos rodeos y algo autoritaria. Además, estaba dispuesta a cualquier cosa con tal de ganar la partida y mantener la supremacía Románov en Rusia. 

Nicolás la había provocado. Él era el que se había colado en sus dominios con burdas patrañas. Ella no lo había ido a molestar en su reino. Él era el que había secuestrado a su hermana, ella jamás había hecho daño a la familia von Wittelsbach. Él era el que confabulaba en su contra junto a los conservadores, para destronarla; ella ni siquiera mostraba interés por el trono de Prusia. Él era el monstruo. Y ella tan solo se había defendido.

Con esa marea turbulenta de pensamientos, el pelo hecho una maraña desordenada, el vestido empapado y el rostro descompuesto llegó al Palacio de Invierno a lomos de su yegua. La sangre del Rey se había secado en sus manos que temblaban por el frío, por la emoción del crimen y por todos esos  juicios que emitía su conciencia. 

«Se lo merecía.», se dijo a sí misma. 

«No es más que un intrigante, un asesino.», repitió para sus adentros.

«No lo he matado, tan solo lo he herido.», acalló a sus remordimientos. 

«Va a matarte.», la fustigó su miedo. 

«Será una buena forma de morir.», contestó su valentía. 

«Vas un paso por delante de tu peor enemigo, deja de temblar y aprovéchalo», ultimó su astucia. 

—¡Alteza! —gritó uno de los caudillos de la Guardia Imperial al verla llegar—. Llevamos horas buscándola, hay un ejército entero en el bosque. 

—¿Se puede saber por qué no me seguisteis? ¿En qué estabais pensando cuándo me dejasteis a merced de un Rey extranjero? —demandó, desmontando ayudada por los mayordomos reales, que corrieron a asistirla. 

—Alteza Imperial —Bajó la cabeza el caudillo, avergonzado. —El Rey nos pidió que le dejáramos el asunto a él. 

—¡¿Y qué autoridad tiene el Rey de Prusia en mi Palacio?!  ¿Acaso oyes lo que dices?

—Los embajadores avalaron nuestra decisión de quedarnos en la retaguardia —siguió excusándose el hombre, cada vez más cabizbajo.

No era la primera vez que sus vasallos obedecían a otro hombre antes que a ella. La sociedad patriarcal estaba tan arraigada en las mentes de sus súbditos, que inconscientemente obedecían primero a un hombre que a una mujer. Por eso, siempre gozaba de la protección de Izabella. Penosamente, ella estaba en Turquía buscando al bastardo de Nicolás. 

El corazón de la emperatriz. Dinastía Románov II.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora