Los verdaderos líderes deben estar dispuestos a sacrificarlo todo por la libertad de su pueblo.
Nelson Mandela.
Desde finales del siglo XVIII, durante el reinado del zar Alejandro I de Rusia, los rusos empezaron a interesarse por la nueva corriente intelectual europea liberal. Aunque, a decir verdad, la emancipación de los siervos era una idea que venía gestándose desde que Catalina la Grande ascendió al trono. El sistema de servidumbre ruso había sido creado en el siglo XIV con el fin de garantizar el valor económico de las propiedades agrarias en el campo ruso, y estaba destinado a impedir que los campesinos pudieran desplazarse libremente o emigrar.
La mayoría de los terratenientes pertenecían a la aristocracia, eran nobles. Dichos nobles eran los propietarios de miles y miles de vidas que tenían valor; en pocas palabras, podían comprar y vender porciones de tierra con los siervos incluidos. Por esa sencilla razón, los nobles conservadores eran los principales detractores de la reforma social que no solo consistía en terminar con el vasallaje, sino en poner límites a la monarquía. Para ese entonces, la voluntad del zar seguía siendo incuestionable, siendo la figura del monarca absoluta y totalitaria. No existía un parlamento electo. Los ministros eran elegidos de entre los nobles y los parlamentarios solían llegar a serlo mediante intrigas y corrupciones.
La oficialidad del ejército imperial ruso, que había vencido a Napoleón en el año 1812 bajo el mandato del padre de Anastasia (Alejandro I de Rusia), se formó principalmente por jóvenes aristócratas. Estos jóvenes habían viajado por toda Europa y habían vivido en Francia durante un corto período de tiempo, pero el suficiente como para empaparse del liberalismo y reclamar una democracia a su regreso. Fue entonces cuando el pueblo, sometido y contenido, empezó a encontrar líderes que surgían de entre los altos cargos.
El instrumento principal para la reforma fue el aristócrata Mijaíl Speránski, el difunto marido de Anastasia. Fue él quien redactó la nueva constitución junto al Ministerio del Interior. De hecho, el mismísimo Alejandro I de Rusia autorizó dicha redacción, influenciado por las enseñanzas progresistas que su abuela, Catalina, le había inculcado desde pequeño. Sin embargo, una vez en el poder, el zar jamás firmó esa nueva constitución. Es más, él mismo asesinó a Mijaíl Speránski con la peor de las villanías: la traición.
Una traición que había forzado a la viuda de Speránski a luchar contra todo y contra todos hasta coronarse Emperatriz. Y ahora, era ella la que debía liberar a los esclavos e iniciar una monarquía constitucional con un parlamento electo. El cambio estaba en sus manos o, mejor dicho, en su pluma. Su firma era decisiva.
El pueblo confiaba en ella.
—Ordene a la Guardia Imperial que rodee la plaza y movilice al ejército para proteger los puntos de reunión de los revolucionarios —imperó Anastasia al General del Ejército ruso, Valerián Madátov, que había sido convocado a los aposentos imperiales con máxima urgencia por Máksim, el mayordomo real, y hombre de confianza de la Emperatriz.
ESTÁS LEYENDO
El corazón de la emperatriz. Dinastía Románov II.
Ficción históricaRetirada para su venta. Anastasia Románova ha sobrevivido a las intrigas del Palacio de Invierno y se ha coronado como emperatriz de todas las Rusias. Pero Nicolás von Wittelsbach, rey de Prusia, quiere venganza y poder. Los acuerdos a los que llega...