Capítulo 18.1- El origen de la serpiente

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Para el encuentro, el General von Alvensleben se vistió con una levita militar de terciopelo negro y la cadena símbolo de su cargo (Pour le Mérite,  «por el mérito» en francés, el lenguaje de la corte real)

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Para el encuentro, el General von Alvensleben se vistió con una levita militar de terciopelo negro y la cadena símbolo de su cargo (Pour le Mérite, «por el mérito» en francés, el lenguaje de la corte real).  A su Alteza no le iban a gustar las noticias que traía consigo y le convenía recordarle lo mucho que había hecho por Prusia antes de que tomara una decisión inexpugnable. Sus botas de caña alta, hechas con cuero, repiqueteaban contra el suelo de moscovita al ritmo de sus pasos rígidos y sistemáticos en dirección al Salón de Sangre. 

Allí era donde Nicolás von Wittelsbach lo estaba esperando. Aún se le hacía extraño estar bajo las órdenes «del pequeño». Había pasado más de media vida sirviendo a Federico von Wittelsbach y parte de la otra preparándose para servir a Klaus, el primogénito de la familia real. Nunca pensó ni imaginó que el extraño y solitario hijo pequeño del rey llegaría a ocupar el trono. Nicolás jamás destacó en el arte de la guerra ni en ninguna otra arte asociada al liderazgo de un país. Lo recordaba como un niño solitario, extraño y continuamente vejado por los otros niños a causa de su extraña apariencia. Continuamente consolado por su madre, la dulce y buena Luisa, había crecido delgado, alto y con una extraña afición a las pócimas. Solía pasar largos ratos junto al curandero centenario de la corte y raramente se juntaba con caballeros de su edad o rango. 

El propio Federico se había referido a él, en varias ocasiones, como «el segundón o el monstruito». Objeto de burlas continuas y de desprecios, Nicolás se fue a Rusia bajo la protección del Emperador Alejandro y se convirtió, por méritos propios, en su Consejero Real; asombrando con ese hito a los prusianos. ¿Qué tenía el rarito de Nicolás para que un Emperador lo convirtiera en su mano derecha? Inteligencia. Descubrieron muy tarde que el  «el segundón o el monstruito» era una de las mentes más eminentes que el mundo había tenido el placer de albergar. Klaus intentó enmendar su error pidiéndole disculpas públicamente, pero difícilmente Nicolás llegó a aceptarlas.  Es más, las malas lenguas aseguraban que él estaba detrás de la muerte de su padre y la de su hermano. 

No obstante, como las ansias de poder y de autoritarismo eran superiores a cualquier moral, en la corte prusiana sucedía lo mismo que en la rusa: Nicolás era visto como el salvador de la monarquía y de una vida a punto de extinguirse. Letal, malvado e implacable, se había ganado la confianza de los más importantes e ilustres personajes del país. 

El Palacio de Königsberg era la residencia principal de los reyes de Prusia, construido en el año 1202 ostentaba salones de toda índole. Los monarcas que habían vivido allí, habían ido dejando su huella a su paso. Entre las salas más emblemáticas estaban la Sala Moscovita, la Sala  Ámbar (copia de la original, entregada a Catalina la Grande) y el Salón de Sangre, el favorito de Nicolás. El Salón se remontaba a la construcción del castillo, de estilo medieval. El suelo estaba constituido por enormes losas de piedra, de los techos colgaban fastuosas lámparas de metal con ornamentos clásicos y barcos de madera, signos de la relación estrecha entre Prusia y el mar (controlaban parte de la ruta de la seda) y de las paredes sobresalían cabezas de ganado metálicas. Sin embargo, el nombre de la cámara era dado por unas enormes botas de vino adornadas con orfebrería inspirada en la vendimia que se alzaban majestuosas en un extremo. El vino, rojo como la sangre, solía discurrir desde las botas hasta el suelo. colándose entre medio de las losas y perdiéndose en las profundidades del abismo. En el centro, como si fuera una taberna de lujo, grandes mesas y sillones se extendían agasajando a los nobles que allí quisieran sentarse. Según la leyenda, de esas botas salía la sangre de los enemigos a los que Prusia había vencido. 

Allí, lejos de los protocolos de la sala del trono, encontró a «la serpiente» tal y como conocían a su señor actualmente. Estaba de pie, frente a una de las botas, contemplando, al parecer, el escudo de la familia que sobresalía de la orfebrería. Le dio la sensación de que era más alto de lo que recordaba y que sus hombros se habían ensanchado, poco o nada tenía que ver ese hombre con el niño lloroso que un día fue. 

—¿Sabes por qué lo llamamos Salón de Sangre? —inquirió Nicolás en un siseo, todavía de espaldas a él. No le había dado tiempo a anunciarse ni a que lo anunciaran, pero el Rey parecía verlo y saberlo todo sin necesidad de palabras ni de miradas. 

—Alteza —reverenció el General, guardando una distancia prudencial.

—Alteza Imperial, ahora —lo corrigió seco y tajante, virando hacia él y regalándole una media sonrisa llena de cinismo—. Te he hecho una pregunta.

—Por las botas de vino —respondió apresuradamente ese hombre que se había curtido en mil batallas y que llevaba el máximo honor dentro del ejército prusiano. 

—Error —lo corrigió de nuevo, acercándose a él y penetrándolo con las pupilas verticales envueltas por un halo verde brillante y temerario—. Ven, acércate —lo tuteó libremente, haciéndole una seña con la mano derecha y manteniendo la izquierda tras la espalda.

Gustav se acercó, y el miedo que nunca lo había invadido en las más feroces de las contiendas, le recorrió el cuerpo de forma asquerosamente cobarde. 

Continuará...

Odio cortar los capítulos en pequeñas partes, pero odio más dejaros días y días sin nada...Y sin saber nada de vosotras, aunque algunas seáis de lo más aburridas y fantasmales (claro está que no la mayoría). ¿Qué creéis que pase con el General? No, no lo mata, ya os lo adelanto. Un saluddoooo. 

Ah, por cierto. Aquí el Salón de Sangre (REAL todo, el nombre y su existencia) de Königsberg:

 Aquí el Salón de Sangre (REAL todo, el nombre y su existencia) de Königsberg:

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El corazón de la emperatriz. Dinastía Románov II.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora