Capítulo 11-El fin de la dinastía Románov

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Después de entregarse a la Guardia Real prusiana, Anastasia alcanzó a ver los guardias tendidos sobre el suelo

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Después de entregarse a la Guardia Real prusiana, Anastasia alcanzó a ver los guardias tendidos sobre el suelo. Los hombres que custodiaban sus aposentos se amontonaban a lo largo del pasillo. No estaban muertos, a juzgar por su aspecto estaban siendo víctimas de un trance al que Anastasia era completamente ajena. ¿Veneno, quizás? 

Ocultándose entre las sombras, la obligaron a ir por delante junto al guardia que la escoltaba. Los prusianos eran sigilosos, cautos y extremadamente eficaces. Cruzaban pasillos y más pasillos sin ser vistos, obligándola a guardar silencio bajo la amenaza de matar a Natasha, que andaba detrás de ella. La pobre doncella estaba hecha un manojo de nervios entre las manos de aquel villano que la amenazaba con la daga. Y aunque Anastasia trataba de girarse para asegurarse de que seguía con vida, a duras penas le permitían ver por donde pisaba. 

—Shh —gritó en un susurro su escolta, deteniéndola por el brazo y arrastrándola hacia un rincón estratégico con el fin de esconderse. El resto de la pequeña guarnición que los seguía, hizo lo mismo. 

La Emperatriz agudizó sus sentidos, tratando de mantener la calma pese a la terrible situación que estaba viviendo. Nicolás se le había adelantado, y estaba usando la violencia para ganar la partida. Las delicadas estrategias se habían terminado, la guerra estaba en su punto más álgido y cualquier cosa era válida con tal de ganarla. En cuanto Ser Lancel le contó que había reunido al Consejo de Ministros para obligarla a contraer nupcias con Nicolás, supo que estaba en una batalla a contrarreloj. Había intentado ganarla convocando al pueblo a las puertas del Palacio, pero «la serpiente» estaba agresiva, y se había atrevido a apresarla. ¡Era un golpe de Estado! Y lo peor de todo era que muchos de sus propios vasallos apoyaban al Rey de Prusia. 

Los conservadores la habían acorralado, y la estaban cazando. Primero, la convencieron para invitar al Rey de Prusia como mediador; después, Nicolás se había instalado en su palacio con sus propios guardias y, ahora ordenaba su arresto. ¡Traición! En el intento de contentar a los nobles, estos solo habían aprovechado sus concesiones para conspirar en su contra. 

Máksim, su mayordomo real, pasaba cerca de ellos acompañado por algunos hombres de la Guardia Imperial. Máksim la había servido fielmente desde que llegó al Palacio de Invierno, siendo tan solo una joven princesa. Él estaba secretamente enamorado de ella, pero su fidelidad iba más allá del amor. Máksim sería capaz de morir por los Románov, había servido a su padre con honor. Y lo mejor de él era que carecía de parientes aristócratas. Era un hombre de palabra, amante de su trabajo y parte de la familia, o así lo sentía ella. 

Sabía que era arriesgado, sabía que muchos podían morir si cometía alguna estupidez. Pero su futuro estaba comprometido si no hacía algo, así que hizo acopio de lo que Izabella le había enseñado y le propinó una fuerte patada a su captor. Con la agilidad, la astucia y la fuerza que la caracterizaban, sacó el puñal que siempre llevaba escondido la levita militar y se lo clavó en el cuello al hombre que amenazaba a Natasha, liberándola. 

El corazón de la emperatriz. Dinastía Románov II.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora