...—¿Prefieres seguir negándote a mi propuesta y permanecer aquí encerrada mientras yo me ocupo de tu sobrina a mi manera? Con la posibilidad, claro está, de que me canse de ella y acabe igual que su madre... ¿O te casas conmigo y juntos aplastamos a esa escoria mientras te ocupas de la cría? Ya has visto que tu querida Tassia empieza a desconfiar de ti... Tiene expectativas muy altas sobre tu persona, ¿crees que podrás cumplirlas?
Anastasia, todavía con los ojos puestos sobre la puerta por la que había desaparecido su sobrina, se levantó del suelo con el rostro desencajado y la mano derecha sobre su estómago. Necesitaba un par de minutos para asimilar que Damien Obolénski, el mismo hombre que le había pedido matrimonio unos días antes, había asesinado a su hermana Tatiana. ¡Por Dios Misericordioso! ¿Acaso ese hombre había perdido el juicio? Aunque Nicolás le hubiera hecho creer que ella lo había traicionado, lo que había hecho era imperdonable. Si de verdad hubiera sido fiel a su persona, la hubiera buscado sin descanso en lugar de sacar conclusiones precipitadas y correr hacia Moscú para cometer semejante atrocidad. ¡Maldito fuera Obolénski y el día en el que lo sacó de la cárcel! ¡Ella! Que lo había dado todo por su gente, por su pueblo. Ahora, le daban la espalda por algo que ni siquiera había hecho. Entendía que, como Emperatriz, tenía ciertas responsabilidades que no podía eludir. Que, en parte, todo lo que ocurría en Rusia era por su culpa y por sus malas o buenas decisiones. Aún así... ¡Tatiana! El dolor se le aferraba a las entrañas, obligándola a llorar. «La mariposa» había abandonado el Palacio con la intención de ser feliz con su esposo; es más, había renunciado al trono para lograr llevar una vida normal. Pero su apellido, Románov, la había perseguido y la había condenado, como si fuera una maldición.
Las ganas de vomitar la golpeaban insistentemente en forma de olas agresivas que sacudían su cuerpo. Lo último que recordaba de Damien, su Consejero y amigo, era su beso. Ese beso robado que ella aceptó. Ahora, se sentía asquerosamente traicionada.
—Anastasia —dijo Nicolás ante su largo mutismo, acercándose a ella. Pero ella solo consiguió oírlo en la lejanía, sumergida en el desconsuelo.
Había rescatado a Tatiana del búnker de «la serpiente» para condenarla a una muerte humillante. Era su culpa, por su causa había muerto la única persona que le quedaba en ese mundo cruel. La única hermana, sangre de su sangre, con la que había llegado a establecer un vínculo más allá de las intrigas del Palacio de Invierno. Ahora, ya no quedaba ninguna Románova en el mundo más que ella. Su sobrina, como bien había dicho Nicolás, era una Wittelsbach.
—Anastasia —repitió Nicolás, cogiéndola por el brazo—. Cásate conmigo y los aplastaremos juntos —dijo en tono conciliador, tratando de llegar a ella—. ¿Ahora entiendes de parte de quién debes estar, verdad? —Le acarició la frente y le limpió las lágrimas con sus pulgares. —Tan solo el absolutismo puede protegeros a ti, a Tassia... Al mundo como lo conocemos. Y yo soy el máximo representante del mismo en estos instantes, soy la mano dura que esta sociedad necesita. Juntos, seremos invencibles. Créeme —insistió, atrayéndola hacía sí.
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El corazón de la emperatriz. Dinastía Románov II.
Historische RomaneRetirada para su venta. Anastasia Románova ha sobrevivido a las intrigas del Palacio de Invierno y se ha coronado como emperatriz de todas las Rusias. Pero Nicolás von Wittelsbach, rey de Prusia, quiere venganza y poder. Los acuerdos a los que llega...