Capítulo 18.2-El origen de la serpiente

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—Error —lo corrigió de nuevo, acercándose a él y penetrándolo con las pupilas verticales envueltas por un halo verde brillante y temerario—

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...—Error —lo corrigió de nuevo, acercándose a él y penetrándolo con las pupilas verticales envueltas por un halo verde brillante y temerario—. Ven, acércate —lo tuteó libremente, haciéndole una seña con la mano derecha y manteniendo la izquierda tras la espalda.

Gustav se acercó, y el miedo que nunca lo había invadido en las más feroces de las contiendas, le recorrió el cuerpo de forma asquerosamente cobarde. 

—Alteza Imperial —concedió, disimulando pésimamente su miedo. 

—Ven, acércate más —lo instó, guiándolo hasta la bota que quedaba en el extremo izquierdo, la primera—. Fíjate en los grabados de orfebrería. ¿Qué ves?

—El castillo de Königsberg, Su Excelencia —dijo, buscando en los ojos de su Rey la complacencia sin éxito—. El blasón de su familia —volvió a intentar—. Y la representación del primer margrave (marqués alemán) adquiriendo el castillo de Wittelsbach de las manos del Gran Maestre de la Orden Teutónica.

—Vuelves a errar, Gustav, y se está empezando a convertir en una costumbre. —Lo cogió por la nuca con un movimiento rápido y lo acercó violentamente al grabado. —Fíjate bien —silbó, pegando los labios en su cogote y constriñéndolo con fuerza. 

«¿Desde cuándo es tan fuerte? Siempre fue un enclenque, pero parece que ni cien soldados podrían contra él ahora mismo —consideró el General, aplastado contra el metal que decoraba la bota de vino.»

—Yo te lo diré —continuó «la serpiente»—. Es el palacio de Heidelberg, el lugar de residencia original de los von Wittelsbach, una dinastía tan antigua como la de los Románov que remonta al Sacro Imperio Romano. ¿No lo sabías? Resulta que, mientras tú te dedicabas a instruir a mi perfecto hermano Klaus y le reías sus gracias acerca de mi persona, yo me encerraba horas y horas en este salón, estudiando. Cuanto sé, cuanto albergo en mi mente es gracias a mi encierro infantil —Lo arrastró hasta la siguiente bota como si no fuera más que un títere en sus manos. —Vamos, vuelve a intentarlo. Pero esta vez, si fallas, te cortaré el meñique —Sacó de su pantalón  una daga de doble cuchilla, como los colmillos de una serpiente y se la acercó a la mejilla. —Me has fallado adrede, lo sé. 

—Le juro por Dios que no es así, Alteza Imperial —suplicó el General del Ejército Prusiano, reducido a la nada ante la constricción de Nicolás—. La Guardiana de la Emperatriz se interpuso en nuestro camino, teníamos al niño...

—No malgastes tu saliva, soldado —se burló el monstruo—. Respóndeme antes de que pierda la paciencia. 

El General Gustav, con el hombro derecho dolorido por el disparo de Izabella y el fuerte agarre de Nicolás, trató de concentrar su atención en los grabados sin que el sudor de su frente supusiera un impedimento. —Es Federico I de Prusia en el día de su coronación. 

Un dolor agudo le atravesó el meñique y luego un chorreo de sangre le brotó del lugar en el que su dedo ya no estaba. Observó como su sangre se perdía en el suelo junto a ese pedazo de carne que le había pertenecido desde el nacimiento. El más feroz y doliente de los gritos salió de su garganta, pero Nicolás no aminoró el agarre; muy al contrario, lo estaba asfixiando  —Es Otón, nuestro antepasado más antiguo, adquiriendo el ducado de Baviera. Estas piezas fueron trasladadas desde el Palacio de Heidelberg cuando el Gran Maestre nos entregó Königsberg. Sigue, fíjate bien en los pies de Otón. ¿Qué ves?

El corazón de la emperatriz. Dinastía Románov II.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora