Capítulo 22: Un tierno

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(Cósimo)

Definitivamente iba a llorar, no podía esperar menos de él. Alex, mi dramático y definitivamente menos atractivo amigo. Era un buen chico, vivir con él fue como una gran aventura, e increíblemente me sentí más en casa que en la casa donde estuve por años.

Veía como se alejaba después de mis, como él las llamaba, molestas bromas.

—¡¡¡DEJA DE LLORAR!!! —le grité a lo lejos.

Él inmediato me hizo un gesto con el dedo del medio, y se fue en su auto. El día que fuimos a buscarlo, ¡mierda, era lo mejor! Obvio iba a extrañar muchas cosas, esperaba que nada cambiara a pesar de la distancia. Le debo mucho a ese desgraciado.

Ver a Alex fue lo único que me quitó por unos segundos ese amargo sabor de la boca que había tenido por varios días. Esos momentos, sus últimos momentos, yo estuve ahí. El frío de la habitación era insoportable, y fuera también. No mejoró, tenía toda la convicción de que saldría de esa, como siempre lo hacía. Muchas veces estuvo en aprietos, se metió en problemas, peleó con todos y salía con su insoportable arrogancia a contarle al mundo. No fue así esa última vez.

Todavía no encontraban las causas, y en las noticias hablaban de asesinato. Me quisieron hacer algunas preguntas, ¿cómo se les ocurre?

Tenía la corazonada de que todo esto tenía algo que ver con Alex y esa caja, o no. Nada tenía sentido.

Nuestra relación nunca fue la mejor, nuestras peleas eran cosa del día a día. Mi padre fue definitivamente la relación tóxica que nunca tuve, bueno sí tuve varias, pero esta era una que no se podía cortar; porque ya a esas alturas no era capaz de cambiarlo, y él tampoco era capaz de cambiarme a mí. Claro que lo quería, de mi padre logré aprender muchas cosas. Quizá no estuvo siempre, su trabajo era básicamente su vida, pero en los pocos momentos que estaba no me hacía extrañarlo.

Tenía once. No podía dormir, le temía a las tormentas, los relámpagos retumbaban con estruendosa potencia. Trataba de esconderme debajo de las sábanas, pero en verdad estaba muy asustado. Salí de allí a buscar a mi madre a su habitación. Estaba arriba, tenía que atravesar la sala y subir las inmensas escaleras. Cuando pasaba por la cocina escuchaba un ruido extraño, como un quejido o esfuerzo. La luz estaba encendida, pero a esa hora se suponía que todos debían estar durmiendo. Uno siempre dice que en las películas de miedo los personajes son idiotas por acercarse a ver de dónde viene el ruido misterioso, pero no sabía porque había hecho justamente eso. Por suerte no era un asesino serial, sólo mi papá haciéndole una pequeña revisión a profundidad una de las criadas... y no, no era médico, ya saben a qué tipo de revisión me refiero.

Sí, hermoso recuerdo. Obviamente sabía lo que pasaba, no le dije a mi madre, pero me sentía muy mal con eso. De todos modos ella lo supo.

Tenía trece. El futbol era la única cosa que le apasionaba aparte de los negocios y la compañía. Toda la familia se reunía en el verano para jugar unos partidos en la cancha que había aquí mismo en el patio trasero. Y hablando de "trasero", nos patearon el trasero. Nueve a uno, terrible derrota, nos aplastaron. Yo pude marcar, pero en mi propia portería. El único gol que logré anotar, autogol. Después del partido me dijeron que no servía. Lloré, por horas. Mi padre se me acercó, y recuerdo como me dijo: "Tú definitivamente amas avergonzarme".

Sí, también genial.

Tenía quince. El club de teatro, era nuestra primera obra. La llevábamos ensayando por meses, y todos nos la sabíamos de maravilla. La profesora Carmen me convenció de unirme, me hizo sentir parte de ellos, y por primera vez creía que podía ser bueno en algo.

Mi mamá llamó a mi padre para que asistiera. Yo no quería que me viera, sabía que no era lo que él quisiera para su hijo. Al final sospechaba que no iría, pero cuando estaba montado en el escenario, era el momento de decir mi dialogo, que era uno solo, solo un párrafo. Cuando lo vi al lado de mi madre quedé en modo estatua. Perdí totalmente la concentración en la escena. Sus ojos me gritaban: "Baja de ahí, eres un fracaso". No dije nada, el silencio incómodo fue abrumador. Todos esperaban mis palabras. "¡Habla, hijo!" me gritó desde su asiento.

Her NameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora