Capítulo 5: Un lamento

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El auto de Cósimo olía a limón, y a pesar de que era una pocilga por dentro, por fuera se veía como una máquina de correr. Si se lo preguntan, sí, decidí ir a la fiesta. ¿Qué es lo peor que podía pasar?, era el momento de despejar mi mente de todas esas cosas raras que me habían pasado esos días. Nada de chicas raras, ni cajas raras, ni nada raro.

Este tipo conducía a setenta kilómetros por hora en plena tarde por la ciudad. Yo, por mi parte, estaba prácticamente adherido al asiento del susto, pero comprendo que si tienes un Mustang 2007 a tu disposición, ¿qué mejor que correrlo cada vez que puedas? Ya contaba el cuarto semáforo en rojo que se saltaba y se la veía como si nada.

—Hay papas en la guantera —dijo mientras me señalaba dónde.

Aunque no moría de hambre, abrí sin cuestionar.

—O al menos, lo que queda de ellas —agregó riéndose después de que vi la bolsa casi vacía.

Al fin llegamos. Vi el reloj y habían pasado diez minutos desde que salimos de la universidad, pero por alguna razón sentí que viajamos años. Vi la casa por la ventana y fingí no estar sorprendido, pero lo estaba.

—Bienvenido a mi casita —expresó supongo que de manera irónica, porque para nada era una "casita".

Abrió el garaje, y colocó su auto al lado de otros cuatro autos igual o más caros que el suyo. Entramos y parecía que no había nadie, sólo había una sala grande, él solamente seguía caminando y yo detrás. De repente el dolor fue intenso, algo me golpeó en la zona baja y me dejó sin aire.

— ¡¿Qué carajos pasa contigo?! —exclamó Cósimo

Levanté la cabeza y pude ver a un niño de rizos negros corriendo con uno pistola de juguete de esas que lanzan dardos de goma espuma, y que a pesar de ser goma espuma me dejó un dolor de bolas impresionante.

—Lo siento, mi hermano está loco —añadió apenado.

—Está bien. —dije tratando de recuperar el aire.

— Te dió duro en los huevos, ¿no? —preguntó mientras se reía.

— ¿Tú qué crees, hijo de puta? —dije, yo también riéndome.

—Vamos al balcón allá podemos estar más tranquilos.

A medida que caminaba solamente veía arte renacentista en todos lados, seguramente era el día en donde había visto más culos en mi vida. También vi algún que otro retrato familiar.

Ya casi anochecía, y nos habíamos fumado casi una caja de cigarros entera, mientras me contaba de sus vacaciones en República Dominicana.

— ¿Vas a ir así?

—No tengo un cambio de ropa para fiesta de emergencia en el bolso, así que... sí —respondí a su idiota pregunta.

—Ven, te presto algo —dijo y levantó su trasero del balcón.

Lo seguí y entramos a lo que parecía su habitación. Abrió el closet y sin mentir, parecía un arcoíris. Todo estaba extremadamente prolijo, y organizado por colores, y era demasiada ropa.

—Agarra cualquiera.

—No va a estar fácil, ja, ja, ja... —repliqué y empecé a buscar algo.

—Tú eres un poco más alto, menos encantador, pero más alto. Espero que no haya problema.

El empezó a revisar su teléfono mientras yo trataba de elegir algo aceptable. Creo que le encantaban los colores fuertes, pura mierda fluorescente o muy chillona. Igual no importaba, elegí lo que sea.

Her NameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora