Capítulo 16: Uno sin beso

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La lluvia no paraba, y la distorsionada silueta de la luna brillaba detrás de las espesas nubes. Además, el viento soplaba tan fuerte que no dejaba caer las gotas de forma vertical. Mi camisa de lana se hacía pesada sobre mis hombros.

Mis ojos no se apartaban de ella, y ni los suyos de mí. Pasaba por mi cabeza muchas cosas, pero no tenía palabras. Sólo esperaba que viniera un helicóptero, y me lanzara una soga para escapar de eso; o tal vez no, a lo mejor no tenía que decir nada, estaba bien así.

Un efímero y repentino sonido llamó nuestra atención. Estábamos atravesados en la salida del centro comercial.

—¡Quítense del medio, idiotas! —gritó una mujer desde su auto.

Yo todavía no entraba completamente a la realidad. No terminaba de creer lo que ya había pasado. ¿Realmente eso estaba pasando? Jazmín y yo.

—Alex —me llamaba mientras me tocaba la mano.

—Ah, sí.

La señora no se detenía y seguía reclamando. No podía ver nada, mis lentes estaban empapados; pero sonaba como mi madre. Si fuera ella, estaría contenta de ver qué seguí su consejo.

Reaccioné, y quité las gotas sobre mis gafas para poder ver. Nos movimos fuera del camino pavimentado. Estacionó detrás de mí, la vi abriendo la puerta y saliendo de su auto verde manzana. Muy peculiar, por cierto; no había visto muchos así.

Ella era todo un enigma: por las cosas que tenía parecía ser de buena cuna, quizás rica. Sin embargo, no había conocido a muchas chicas de familias adineradas, pero a las pocas que conocía no se parecían en nada a Jazmín. No la veía usar casi su teléfono, era muy educada, no la veía usar cosas exóticas. Generalizar así no es del todo correcto, pero es sólo una idea que pasaba por ahí.

Tenía frío. Encendí la luz y me estiré para tomar un abrigo de Cósimo que había dejado allí en la mañana. Antes de cerrar la puerta vi la gran mancha de de agua en el asiento. Estaba nuevo y ya lo había ensuciado, pero igual se secaría.

La seguí adentro. Ella caminaba por la acera techada, y yo aceleraba el paso para ponerme a su lado. Las luces superiores eran de un color cálido e iluminaban suavemente el exterior.

—Toma —le entregué el abrigo oscuro.

—No, tranquilo.

—Por favor, estás hasta temblando.

Se detuvo y lo pensó un segundo.

—Quiero quitarme esto mojado primero —dijo mientras tomaba la prenda.

—Bien, yo te espero aquí.

—Si eso quieres —pronunció y se regresó.

¿Si eso quieres?, ¿Eso que significa? Tal vez era un chiste.

¿Pueden creer que me sentí culpable de verle el culo mientras se alejaba? No quería hacerlo, pero mi mirada se bajó sola y una cosa llevó a la otra. El grupo femenino tal vez piense que soy un degenerado, pero investiguen. Está comprobado que es un instinto, así que no me juzguen.

Metía mis manos en los bolsillos de mis jeans. La tormenta cesó. Veía al lo lejos y detallé lo oscuro que estaba ese estacionamiento. Por la salida no había mucha gente, sólo carros saliendo.

Vi hacia mis pies, y junto a mi pie derecho estaba una moneda. Definitivamente era mi día de suerte. Me incliné para tomarla. El óxido era evidente, nada sabía cuánto tiempo tendría eso allí. Se le pudo caer a mi padre cuando niño o algo así. Nadie se salva del tiempo, ni siquiera esa moneda. No importa qué hagas o no hagas, el tiempo siempre corre para ti y para todos. Nunca sabes cuánto te queda, un minuto, un año o un siglo. Él sólo pasa, y me hace pensar que el momento para todo es ya.

Her NameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora