ᴄᴀᴘíᴛᴜʟᴏ 10

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Capítulo 10

Las palabras de Ashton se cuelan en mis pensamientos mientras observo las figuras abstractas que decoran el techo de mi habitación. La luz que mi ventana entre abierta proporciona y las ramas de los árboles, provoca que bailen sin ritmo.

«Me gusta la oscuridad porque en ella no se aprecian los detalles»

Me quedo pensando en la contradicción de esa frase. Si en ella no se aprecian los detalles, ¿por qué creo conocer un poco más a Ashton que cuando lo veo a plena luz? puede que no detallara todos los rasgos externos, pero sin duda en las sombras sus grietas internas se hacen más pronunciadas.

A pesar de las pocas conversaciones que hemos tenido, las cuales reconozco que no han sido del todo amistosas, esta noche siento que conecté con él. Y aunque la conversación terminó en un cómodo silencio y un regreso tardío a la habitación, sentí en sus respuestas un poco de tristeza.

Me volteo en la cama y posiciono mis manos bajo mi mejilla, parpadeo y dirijo la mirada a los rizos sueltos de mi hermana en la cama de enfrente. Recuerdo la primera noche en aquella casa hogar, la policía que nos visitó al día siguiente, las preguntas incómodas, las respuestas que no tenía. Esa noche no me despegué de ella, me comporté como siempre hice, con la única diferencia de que mi madre no estaba. Le preparé un biberón, la bañé, la arropé, le canté, dormí en el suelo junto a la cuna que le asignaron;  la señorita Laila se negaba a que durmiera de esa forma. El problema es que yo tenía miedo, aunque fuese un poco imposible, existía el pánico a que mi hermana también me dejara.

Suspiro mientras observo el tranquilo subir y bajar de sus hombros. Creció, eso quiere decir que ya pasaron varios años desde ese día. Recuerdo que yo era arisca con todos, nadie se podía acercar a Caroline y lo hacía todo por ella, a fin de cuentas, ya estaba acostumbrada a un papel que no correspondía al de mi edad. Una noche un chico pasado de peso se sentó en la esquina de la habitación. Me miraba con las cejas fruncidas y los brazos cruzados. El niño no pronunció palabra durante días, hizo eso cada noche. Una tarde la curiosidad fue más grande que mi timidez y me acerqué al chico. El tiempo pasó y con ello nació una bonita amistad entre ambos, jugaba con mi hermana como si fuese la suya y me dio esperanzas aunque él no las tenía. Lucas me hizo ver que ya no éramos dos, sino tres.

Cuando me resigné a que eso era lo que había para mí y que nada iba a cambiar, supe que debía aprender a ver todo con otros ojos, a fin de cuentas… ¿Qué cambio podría lograr una niña de diez años con una hermana de meses? En poco tiempo Lucas se volvió familia, mi compañero de escapadas, mis gominolas diarias, mis regaños continuos, mis carcajadas torpes. Me alegro por él, por el regalo que la vida le dio al poder ser adoptado. En una de esas noches en las que me escabullí del hospicio, decidí tatuarme. Nunca hallé mejor tatuaje que el ancla en forma de flecha que adorna mi antebrazo.

Simboliza la flecha con la que amanecí el día en que él se fue, no para recordarme su despedida, sino para tener presente que él siempre estuvo. Esta flecha me demuestra que no estoy sola en el mundo, que existen personas que han pasado por una situación parecida. En cierta forma es un lazo continuo que tengo con la realidad.
Cierro los ojos y aprieto las sábanas. Ya mañana será otro día.
            
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Mis pupilas luchan por adaptarse a la claridad que ahora inunda cada rincón de la habitación. Intento no enloquecer con los continuos llamados de mi hermana.

—Vamos Maia, despierta, vamos tarde.

Resoplo. Veo a mi hermana ya vestida.

¿Cómo se levantó tan temprano?

Posiblemente Susana la despertó, debería haberlo hecho conmigo también.

—¿Cómo es posible que seas la hermana menor y la más responsable? Se supone que esa es mi tarea.

Crayones para un ángel ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora