ᴄᴀᴘíᴛᴜʟᴏ 6

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Capítulo 6

Ashton.

La noche me rodea mientras miro al vacío de un pueblo que a estas horas parece muerto. El silencio es espeso, y la oscuridad aplasta mis pulmones como si se tratase de un escarabajo víctima de un zapato distraído, presionando a tal punto que el frío no es algo a lo que presto atención. A pesar de ello, procuro mantenerme quieto porque un paso en falso o un mal soplido del viento podrían desencadenar una escena lamentable.

Los pensamientos que taladran mi cabeza son un tormento que no se aleja ni con pastillas, mucho menos con meditación, tampoco las sesiones con el psicólogo ayudan. Simplemente regresan y me toman como el juguete de sus experimentos crueles, para luego empujarme a un límite tan extremo en que me llego a romper.

Aprieto mis dedos sobre el concreto de la orilla. El vértigo es algo con lo que he tenido que lidiar desde hace mucho, intento por todos los medios no marearme aunque la altura sea pequeña. Puedo sentir el ácido quemar mi garganta, así como el cosquilleo creciente en las plantas de mis pies. Le tengo miedo a caer, pero aún así, como el masoquista que soy, he desarrollado cierto amor y temor hacia estar en lo alto. Debo admitir que me impulsa la curiosidad de saber qué es lo que habita a un paso de un precipicio.

Si existiera una lista para desafortunados, el número uno estaría acompañado por un Ashton Ludwig escrito en negrita y letra cursiva para adornar lo patético. He gastado trece años buscando respuestas a diferentes preguntas: ¿Qué pasaría si mi vida fuese diferente? o ¿De verdad es importante que tenga una vida?, son algunas de ellas. La respuesta del Ashton sensato es que debo adaptarme a que esta es la historia que han escrito para mí, me fastidia, pero no hay mucho que pueda hacer al respecto.

La respuesta del otro Ashton, ese que toma mi cabeza a ratos y lo manipula todo, es aventurarme a descubrir qué se encuentra a un paso de distancia a la nada. Lo que sientes cuando no tienes que jugar, porque la partida acabó. Ese sempiterno silencio en que el universo frena su ruleta de momentos de infortunio y regala el último susurro de un para siempre eterno.

Lamo mi labio inferior. Estoy nervioso. A un paso de distancia se resuelven mis dilemas, o puede que no. La incertidumbre ha matado más personas que un corazón roto. Aprieto los ojos cuando el mareo aumenta, el picor en la planta de los pies se torna insoportable.

Silencio.

Eso es lo que existe a un paso de un precipicio.

Un ruido destruye la burbuja hermética que construyen mis pensamientos. Es raro, como si algo se hubiese estrellado contra un metal. Volteo siguiendo el rechinar de la puerta, debido a la oscuridad, lo único que vislumbro es una sombra que emerge de la entrada a la azotea. Hasta el momento la única que sabe que acostumbro subir a estas horas es Lillian. Debe ser ella. Le resto importancia al intruso y devuelvo mi atención hacia los árboles que se alzan cuales edificios a mi alrededor. No tengo ganas de escuchar su regaño. Me limito a esperar la reprimenda aguardando el momento exacto en que deba poner mute a mis oídos. Lillian tiene la mala costumbre de preocuparse por cosas insignificantes.

No escucho gritos, tampoco pasos acelerados. No huelo el aroma frutal empalagoso que siempre lleva.

Sea quién sea... no es ella.

De reojo noto unos pies que cuelgan al vacío, ladeo la cabeza. No sé si su única intención sea fastidiarme, pero no me causa ni una pizca de gracia que la chica de esta tarde esté sentada a mi lado. Tiene ese porte prepotente, como si estuviese a la defensiva. Se mantiene en silencio a pesar de que la miro de mala manera.

—¿Por qué rayos estas aquí? —pregunto.

Se termina de acomodar sobre la orilla, ambos estamos en sitio con bastante riesgo.

Crayones para un ángel ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora