ᴄᴀᴘíᴛᴜʟᴏ 17

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Capítulo 17

«En cada niño que corretea por los pasillos ustedes tienen un hermano»

«Esta siempre será su casa»

Camino un poco ida con esas ideas en mente. Paso mis dedos sobre los adornos de madera de la pared en la planta baja, noto que mis dedos se llenan de polvo. Toco las puntas de mis dedos y siento la arenilla. Me quedo mirándolos embelesada. ¿Y si bajo las ventanillas? ¿Y si dejo que el polvo entre? Masajeo mis yemas con esa pregunta en la cabeza. ¿Podré soportar? Ashton me rebasa a paso acelerado. Aprieto el paso.

—¡Oye!

Continúa caminando como si nada. Lo vuelvo a llamar.

—¡Ashton!

—¿Qué?

—¿Eres sordo? —pregunto una vez lo alcanzo. Intento relajarme— Quería saber si quisieras...

Maldigo internamente porque es como si mi boca no pudiese articular palabra. Me pongo nerviosa a su alrededor, eso me fastidia.

—Habla claro, Maia.

—¿Quieres pasar tiempo conmigo? —suelto a toda velocidad.

Su expresión se torna desconcertada. Parpadea con lentitud.

—Ahora no puedo.

La conversación se vuelve realmente incómoda. No sé porqué se me ocurrió esa idea tan estúpida. Yo y mis impulsos. Los dibujos de la pared del pasillo se me hacen de lo más interesante en este momento. Siento vergüenza.

—Entiendo, tienes otras cosas que hacer.

Lo veo caminar en silencio hasta la escalera, supongo que va a su habitación. Me quedo anclada al piso. No tengo que hacer un lío de esto, no soy el centro del universo, es normal que tenga otras cosas que hacer. El problema es que me estoy acostumbrando a él, a alguien que entienda mi dolor, que lo haya vivido; me estoy acostumbrando a las cosas que me ha mostrado. Lo considero mi amigo aunque no se lo haya dicho y tiene en su bolsillo una de mis piezas, se la entregué aquella noche en el risco donde la oscuridad me permitió ver más allá de lo que la luz hacía, y la verdad, no me arrepiento. Pero me preocupa.

Meto las manos en mi sudadera, con evidente resignación regreso al patio. Desde el pasillo se escuchan los columpios y una pequeña algarabía que producen los niños. Empujo la puerta trasera. En el jardín se encuentra mi hermana corriendo en círculos, Samantha la alza en el aire y Claire las intenta envolver a ambas entre sus brazos. El resplandor del Sol se refleja en los cabellos de todas. Las hojas otoñales son pinceladas débiles de color sobre el suelo negruzco. Ellas son las únicas que están en la parte trasera de la casa. Si soy sincera, para mí esto es mágico. Me lleva a cuestionarme si lo que estoy viviendo es real. Si estoy teniendo ese descanso que merezco, porque sé que merezco ser feliz, tener sonrisas. Pero no es lo mismo merecer y lo que se nos otorga, y estoy cansada del carboncillo en una historia que yo no empecé a narrar.

Todas estallan en una carcajada. Mi hermana patalea entre los brazos de la rubia. Una sonrisa enorme aparece en mi cara y camino hasta ellas. Ninguna se percata de mi presencia, continúan en lo suyo. Samantha deja a mi hermana en el suelo y Caroline comienza a correr. Claire se da cuenta y comienza a perseguirla, le falta poco para alcanzarla, ambas se notan agitadas, pero felices. Mis ojos se abren de par en par cuando veo a mi hermana estrellarse contra el suelo.
Las tres nos quedamos estáticas. El llanto de Caroline es la aguja que estalla mi burbuja mental.

Por favor que sólo se haya tropezado.

Las dos chicas llegan primero y se agachan junto a ella. La mirada de mi pequeña está fija en mí y es la inyección de realidad que necesitaba para salir de mi trance. Corro hasta ella. Mis amigas me hacen espacio. Lágrimas ruedan por las mejillas de Caro y sus pestañas están repletas de humedad. Tomo sus manos y examino los raspones, sus rodillas están igual de magulladas. El suelo está decorado con ramas y rocas pequeñas que ocasionaron las heridas. No son tan graves, pero a su edad cualquier cosa parece triplicarse.

Crayones para un ángel ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora