ᴄᴀᴘíᴛᴜʟᴏ 19

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Capítulo 19

Ashton.

Levantarse con el resplandor del Sol en toda la cara no es la mejor manera de despertar. Me desperezo en la cama y volteo de un lado a otro en un intento por alejar los ojos de la claridad, cosa que me es imposible. Me giro hacia la única ventana de la habitación, la cual se encuentra abierta y permite que el Sol se sienta rey y entre como Juan por su casa. Pongo un brazo sobre mis ojos y suspiro con cansancio. Mi estómago ruge en señal de que necesito comer aunque sea un poco, me parece que una ensalada me sentaría bien.

Me siento sobre la cama y paso los dedos por mis parpados. Miro el espejo de enfrente, un chico de cabello castaño y brazos tatuados me recibe, su mirada es cansada mientras escudriña cada parte de mi anatomía. Nunca me había sentido tan intimidado bajo la mirada de alguien. Me juzga, puedo ver la mueca de sus labios. ¿Nunca estás conforme? Miro mis ojeras, mi cuerpo.

No, nunca estoy conforme.

Es la respuesta que ofrece.

Me levanto, tomo una sudadera y voy hacia la cocina. En Clovelly amanece muy temprano. No siento ningún sonido en la planta baja, es mejor. Doblo por el pasillo hasta que llego a la amplia habitación llena de instrumentos de cocina. La encimera tiene algunas frutas y cestas. Se me había olvidado que hoy iremos al muelle.

Me sirvo un poco de fruta y la devoro en ese mismo instante. Tengo mucha hambre. Hay panes y aderezos, no creo que pase nada si tomo uno. No es mucho lo que tardo y para cuando me doy cuenta, ya me he comido tres. Me siento repleto y las manos me tiemblan. Odio perder el control sobre mí, porque son los instantes que mi mente aprovecha para reproducir recuerdos:

Me siento al fondo de la cafetería de la escuela. Hay un grupito de chicos que se lanzan papeles entre si e incluso se lo hacen a algunas chicas. No soy mucho de socializar, por eso no tengo amigos. Cuando ocurrió la mudanza me cambiaron de colegio a uno de élite y aquí no conozco a nadie. Miro el plato que me he servido, agradezco que la comida no sea mala y, como estoy bastante apartado, comienzo a comer con tranquilidad. Lo único bueno de esta escuela son las clases y la comida, porque los otros alumnos, a los que ni siquiera sé si se les puede llamar personas, son unos monstruos.

—¿Me das tu pudín? —Uno de los chicos de antes se sienta en mi mesa. Lo conozco, es uno de los idiotas de mi salón. No le hago mucho caso y continúo comiendo— ¿Estás sordo?

Hace el intento de arrebatarme mi bandeja y le aparto la mano con brusquedad. No estoy para jueguitos, ya tuve problemas con este chico en días pasados.

—Tienes el tuyo, déjame en paz.

—Aparte de gordo y bastardo eres tacaño.

—Déjame en paz. —Repito esta vez con más fuerza.

—No creo que el señor Mazzei sea tu padre, a lo mejor tu mamá andaba de ramera porque no se parecen en nada —Hace una mueca de disgusto, como si hubiera caído en cuenta de algo—. De hecho, ni a tu mamá te pareces.

—Eso a ti no te interesa —La molestia se hace presente en mi voz—. Preocúpate por demostrarle a la tuya que la mejor opción no fue el aborto.

Se me queda mirando unos segundos, analizando que otra cosa señalar de mí. Quisiera decir que es el único dolor de cabeza con el que tengo que lidiar, pero todos son como una plaga asquerosa en cada salón. Pasado unos segundos, se levanta con una sonrisa burlona.

—Que disfrutes tu pudín, gordo.

Se une a los demás chicos. Las carcajadas no se hacen esperar.

Crayones para un ángel ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora