ᴄᴀᴘíᴛᴜʟᴏ 26

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Capítulo 26

—¿Crees que alguien nos escuche? —pregunto mientras sigo a Lucas. En parte no quería, esta zona de la casa me da miedo, pero es de esas pocas veces que es audaz y no quiero frenar esa faceta de él.

—Nadie baja al sótano. —responde con cansancio.

—¿Y por qué tenemos que ser los primeros? —indago. Intento no resbalar en la escalera. Las luces están apagadas en esta parte de la casa, y a lo único que me aferro para no perderme es del cuello de su camisa— Lucas, no quiero bajar.

Los otros chicos siempre hacen historias sobre este lugar de la casa. Todos dicen que está embrujado. El crujir de cada escalón que piso incrementa mi miedo.

—No seas miedosa —Entrecierro los ojos ante su falsa valentía—. Si quieres te puedes quedar arriba, voy a ser rápido.

—No te voy a dejar solo —Me indigno. No veo un escalón y eso hace que casi paremos en el suelo. Es una suerte que Lucas se apoyara en la pared—. Perdón.

—Intenta no matarme por una vez, ¿quieres? que siempre o nos caemos, o termino emborronado. —Después de su queja comienza a caminar de nuevo, esta vez me agarro más fuerte de su camisa.

—No seas gruñón. Además, no te hagas el valiente que tú le temes a la oscuridad, ni siquiera sé que hacemos aquí abajo con todo tan oscuro.

—Taylor anduvo en mis cosas y apostó con Ross que no bajaría al sótano a por el paquete de crayones que me regaló la señora Marie —confiesa con molestia—. No tengo idea de en qué momento lo tomaron y bajaron al sótano.

Aprieto los labios pensando en Ross. No puedo creer que mi amiga haya hecho eso. Sé que le gusta gastar bromas pesadas, pero de todas formas no tiene justificación porque todos saben que esos crayones significan muchísimo para Lucas. Tanto, que es capaz de bajar hasta el sótano a por ellos.

—Ya está —anuncia cuando llega al final de la escalera, yo lo hago segundos después—. A-Ahora a buscar y nos vamos pitando de aquí.

Pestañeo varias veces. La oscuridad abunda en cada rincón de la habitación, huele a húmedo y polvo. Tanteo hasta buscar su mano, tengo miedo, en esta parte no se escucha ni el más mínimo ruido y eso me da repelús. La mano de Lucas está bañada en sudor, debe estar nervioso porque si a mí no me gusta la oscuridad, a él no le gusta el doble.

—Quédate quieta, Ross me dijo que Taylor lo puso justo al lado de los últimos escalones —Puedo percibir el temblor en su voz, intenta soltarme de la mano. Niego con la cabeza como si pudiese verme—. Quédate aquí, es caminar dos pasos nada más.

—No, o vamos los dos, o no va ninguno. No quiero estar sola. —suplico.

—Nunca te dejaré sola. No digas tonterías.

Esa tarde Lucas encontró su paquete de crayones, los cuales me regaló después y todavía conservo. No sé si llamarme estúpida, pero cada palabra o gesto suyo siempre lo tomé como una promesa:

Nunca te dejaré sola.

Prometo volver por ti.

Ustedes son mi familia.

Para una niña de once años puede que fuese común memorizar canciones, pero para mí, mi actividad favorita era memorizar las promesas de mi mejor amigo. Ahora entiendo que cada promesa firmada en el aire no es más que el augurio de una promesa sin cumplir, que cuando la palabra no es pesada, el aire la arrastra borrando cualquier rastro de su existencia. Quizás él nunca sintió lo mismo que yo, porque no puedo hallar otra justificación coherente para que mintiera de esa forma.

Crayones para un ángel ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora