Capítulo III

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Capítulo III

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Capítulo III

Natasha se acomodó los guantes de cuero en las manos y luego cubrió su brillante cabello rojo con un pasamontaña de lana, dejándolo sobre su frente. Estaba nerviosa, eso no podía negarlo. Aquel sería su primer gran golpe, el primero que daría sola y el temor a fallar había formado un nudo en su estómago que la hizo arrepentirse de haber pedido la malteada en el restaurante. Pese a todo su nerviosismo, el recuerdo del chico de pie sobre la acera mientras ella se alejaba la hizo sonreír. El primo de Wanda había sido un lindo descubrimiento y, quizás, si se andaba con cuidado, podría disfrutar de él un tiempo más. Clint Barton, la mano derecha de su padre la miró hacia atrás y, aún en la semipenumbra de la camioneta, ella distinguió su sonrisa brillante. Para él, no había pasado desapercibida aquella sonrisa de la chica. Parecía una gata satisfecha.

⸺ ¿Y? ¿Qué tal estuvo la cena de esta noche?⸺ preguntó, mirándola socarronamente y Natasha sólo sonrió nuevamente, fingiendo acomodarse nuevamente los guantes.

⸺ ¿Quién te fue con el cuento?⸺ preguntó, poniendo su mejor expresión de indiferencia.

⸺Nadie tiene que contarme nada, niñita. Te conozco desde que eras una cachorra. Y ya no lo eres... tienes bien afiladas las garras, leoncita. Eres igual a tu madre⸺ Clint le pellizcó la nariz cariñosamente y Natasha infló las mejillas, alejándose de él con el ceño fruncido.

El resto de los hombres que iban dentro de aquella camioneta de placas falsas los miraron con suspicacia mientras escondían una sonrisa. Cualquiera podría pensar que aquella peculiar pareja, que bromeaba entre ellos como un padre con su hija, no podrían dar un golpe como aquel. Sin embargo, aquel dicho de "las apariencias engañan" aplicaba perfectamente con ellos. La camioneta estacionó frente al banco y todos bajaron sus máscaras, dejando que Natasha fuera la primera en descender. Aquel sería su primer golpe y el honor era para ella. La muchacha descendió del vehículo con calma, sosteniendo el rifle con ambas manos y sintiendo la adrenalina rugirle en los oídos.

Empujó la puerta giratoria de aquel edificio de mármol blanco, tan magnífico e impersonal como todo banco y entró, sin temor. En ese momento, el tiempo pareció detenerse. Observó todo a su alrededor con calma, detallando las filas de gente frente a las cajas, los ejecutivos a su derecha, las grandes puertas de madera, oscura que separaban las diferentes áreas, y la luz pálida y brillante que caía sobre de ella desde el enorme tragaluz ubicado en el techo altísimo. Se sentía extrañamente poderosa, invencible, mejor que nunca. La adrenalina recorriendo su sistema, la emoción, el temor, la sensación aplastante de la aventura, de hacer lo prohibido era como una droga y la movían como hilos invisibles, empujándola hacia adelante.

⸺¡Muy buenas tardes!⸺ gritó, llamando la atención de las personas a su alrededor. Sin darles tiempo de nada, amartilló el fusil y sonrió bajo la máscara que cubría su rostro⸺ ¿Podrían arrojarse al suelo por mí?⸺ pidió con voz dulce. Alzó el arma y disparó una ráfaga al aire, provocando de inmediato el pánico entre el público y los trabajadores del lugar.

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