Capítulo XXIX

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Capítulo XXIX

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Capítulo XXIX

Alioshka estaba furiosa. Realmente furiosa. Desde el momento en el que dejó Ucrania todo comenzó a irse al carajo. En su país, ella solía ser un pez gordo, manejando desde las sombras los negocios que aún persistían de su familia, haciéndolos crecer en base a buenas decisiones, una sonrisa coqueta y más visitas a hoteles de las que podía recordar. Pero, aquí, ella no era nadie. Su hijo no era nadie. Todo su esfuerzo no era nada. Regresó a Estados Unidos con la idea de asesinar a Alian y retomar lo que dejó veinte años atrás cuando se fue para concretar su venganza. Esperaba encontrar a una muchachita débil y vulnerable, no a la mujer que se le plantó delante con entereza y que echó por tierra todos sus esfuerzos sin importarle que ella era su madre. Su madre. Tampoco le importó el futuro de su hermano ni sus aspiraciones ni sus sueños. Natasha era su más grande error y ahora estaba pagándolo con creces.

─ ¡Hagan algo, maldita sea! ─ gritó, enfurecida, disparando a diestra y siniestra, sin importarle a quién hería.

─ ¡Ya basta! ─ exclamó Ekaterina, sosteniéndola de un brazo y jalándola hacia atrás para luego cruzarle el rostro de una fuerte bofetada─ Detén ahora mismo este berrinche, ¡o juro que me llevaré a toda mi gente y te dejaré sola para que tu hija te use de alfombra en su casa! ─ le gritó y Alioshka la miró de hito en hito, con el rostro en llamas y la sorpresa pintada en sus facciones. Al verla más tranquila, Ekaterina continuó─ Eso es. Ahora, ayúdame a buscar a tu bastarda y al hijo de perra que atropelló a mis hombres.

Katya Kuzmin era conocida por sus métodos brutales. Toda ella parecía ser pura fuerza, con aquellos músculos impresionantes, sus atuendos intimidantes y su mirada de hielo. Pero, bajo toda esa capa de brutalidad y dureza, había una mente brillante y aguda y una profunda devoción por la gente que había decidido seguirla, pese a que su familia contaba con otro heredero aparente. Usando sólo gestos que ni Alioshka ni Jasha comprendieron, Ekaterina movilizó a sus hombres, desplegándolos alrededor del sitio del accidente para acorralar a Natasha, a Clint y al recién llegado. Avanzaron paso a paso, buscando algo que diera con el bastardo que había asesinado al menos a tres de sus compañeros y que los había sumido en el caos y el miedo. Ellos estaban acostumbrados a trabajar como una unidad, moviéndose todos al mismo tiempo, todos pendientes de los pequeños gestos e indicaciones de su jefa, quien estaba decidida a encontrarlos y darles la peor de las muertes. Con la rabia y el deseo de venganza corriendo por sus venas, los hombres avanzaron y avanzaron...

Luego de aquel breve beso que duró menos que un pestañeo, Steve se apartó de Natasha y avanzó con ella pegada a su espalda, lentamente, siguiendo la dirección del viento para que el humo de su camioneta los cubriera el mayor tiempo posible. Se sabía en desventaja numérica y quería aprovechar los resabios de su maniobra lo más posible, con tal de idear una estrategia que les permitiera seguir vivos. Afortunadamente la noche ya había caído y la oscuridad los protegía como un manto, pero, la luna ya comenzaba a brillar en el cielo y cuando estuviera en su cénit, la oscuridad no sería ninguna protección. Cuando finalmente encontraron a Clint, éste observó al policía con sorpresa. Jamás esperó verlo ahí y mucho menos que apareciera de aquel modo dramático como un brillante caballero de armadura al rescate de su damisela en peligro. Los tres se parapetaron detrás del contenedor y esperaron por algunos angustiosos segundos, mientras contaban las balas que aún tenían.

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