CONVERSACIONES

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Niños corriendo, riendo, jugando, decenas de pelotas surcando el patio, charcos de agua por la arena a causa de la lluvia; profesores vigilando a sus alumnos y hablando animadamente entre ellos, Carlitos y Aria columpiándose en los dos únicos columpios que había en aquel patio...

-Aún no puedo creerme que ayer mamá no te echara bronca ni papá tampoco. Por una vez que no sigo tus absurdos jueguecitos. ¡No es justo! -Carlitos balanceaba sus piernas de arriba a abajo con fuerza intentando que el columpio fuera lo más alto posible. Aria en cambio se columpiaba de pie en el asiento y pensaba en sus padres, al igual que Carlitos.

-Yo tampoco me lo creo. Ayer por la mañana me esperaba una bronca monumental por parte de mamá, pero al ver que no me hablaba del asunto esperé que fuera la tarde para escuchar al menos la de papá. Pero nada, estaba más feliz que una perdiz. -Aria estaba extrañadísima y pensó que algo había salido mal.

-Puede que papá no te creyera y no fuera a casa. Estábamos dormidos, no sabemos lo que pasó. -Carlitos no se creía demasiado sus palabras, pero era lo único coherente que podía haber pasado.

-No sé. Papá me dijo que venía enseguida. ¡¡Joliin, no debería haberme dormido!! -Aria saltó del columpio y quedó de pie en la arena. Carlitos hizo lo mismo pero con más cuidado. -es que tenía mucho sueño. -continuó diciendo Aria, mientras Carlitos se ponía a su lado.

-Y no pienso preguntárselo a mamá. Porque imagínate que es verdad lo que dices y que al final papá no vino. Me estaría poniendo yo misma el castigo. -se quedaron unos segundos pensando y finalmente Carlitos habló.

-Pero papá igualmente debería haberte reñido, al menos por la llamada. ¿No? -Aria movió los hombros de arriba a abajo a la vez que sonó el timbre de fin del recreo.

-Mejor que no hablemos más de esto. Porque me parece que jamás sabremos qué pasó.

-Tienes razón. -continuó Carlitos, y enseguida fueron corriendo hacia clase.

***

-Hija, ¿me vas a decir cuándo has visto a Hugo? -dejé de comer de golpe y miré a mi madre situada delante mío en la mesa del restaurante.

-¿Perdón? No sé a qué te refieres. -intenté disimular lo mejor que pude. Pero con mi madre mis caras de sutileza parecían no funcionar. Mamá dejó el tenedor y el cuchillo en el plato, puso los codos sobre la mesa y se aguantó la cara con sus manos.

-Sabes perfectamente de lo que estoy hablando. Te despiertas con una sonrisa en la cara, me das cien besos a la hora del desayuno, me invitas a comer a un restaurante; raro en ti, ya que odias comer fuera. Y sobre todo, no paras de decir lo bonito que está el día de hoy, pero si está lloviendo a cántaros hija mía. Y ayer estuviste igual, pero sin el detalle del restaurante. -sonreí para mis adentros.

-¿Qué pasa? ¿Ayer también querías ir a comer a un restaurante? -solté una pequeña risotada.

-Muy graciosa. Muy graciosa... -me compuso una media sonrisa, pero enseguida se desvaneció.

-Te equivocas. Esta alegría que tengo encima es a causa de Rafa. - "Eva, eres una mentirosa".

-Eva, eres una mentirosa. -me atraganté, pensando que había escuchado mis pensamientos.

-Esa cara solo se puede definir así: "He visto a Hugo y estoy feliz de la vida". -me entró una risa floja al escuchar a mi madre imitar mi voz. -¿Te hace gracia? -paré de reírme de golpe.

-Bueno, es que... mira mamá. No he visto a Hugo y aunque lo hubiera visto, Rafa me hace sentir cosas únicas. -me acabé los últimos macarrones que quedaban en el plato, intentando mirar a otro lugar que no fuera dentro de los ojos de mi madre.

UNA SEGUNDA OPORTUNIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora