ESPERANZAS II

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Apoyada en la pared fría del hospital me deslicé hasta el suelo y caí con mis brazos abrazando mis rodillas. Hacía bastante que no lloraba, las lágrimas se me habían acabado por completo. Ahora solamente pensaba en blanco, en vacío. Ni siquiera mostraba una pizca de expresión en mi rostro desde que mamá se había marchado a casa. Estaba enfadada, enfadada porque se lo había explicado absolutamente todo... Menos que pronto sería abuela por tercera vez. Me había acusado de no confiar en ella y tenía razón, pero es que yo era así de orgullosa, pensaba que podía arreglarlo todo yo sola.

Y después estaban los policías que me habían acribillado a preguntas de todo tipo. Ariadna... Pobre, Ariadna... Me entró un escalofrío aterrador al pensar en su muerte y al pensar que Rafa y Anaju aún estaban sueltos por alguna parte. Pero al menos la policía ya sabía que el asesino de Ariadna había sido Rafa y que Anaju había sido su cómplice.

-Lo siento, señorita. Pero no puede estar tendida en los pasillos del hospital, puede entorpecer nuestro trabajo. - Miré a aquella enfermera de ojos negros, totalmente desorientada. Me levanté a duras penas y le pedí perdón con la voz triste.

-No se preocupe. Sé lo mal que debe de estar pasándolo. Veo caras como la suya cada día.

-¿Sabe algo sobre Hugo Cobo? -Mi voz sonaba esperanzada, pero la respuesta no fue la que yo esperaba. La enfermera me miró con pena.

-Lo siento, aún no se sabe nada. Pero le aseguro que el doctor está haciendo todo lo posible para que se quede con nosotros. -Iba a marcharse, pero se giró por un momento antes que diera por finalizada definitivamente la conversación. -Pero le aseguro que él también está luchando y eso se nota cuando una operación está yendo mejor de lo esperado. -Me enseñó una sonrisa leve y se marchó con paso firme a través del pasillo blanco. Me quedé observándola detenidamente, dándole las gracias interiormente por los ánimos.

-Ten, esto te vendrá muy bien. -Giré mi cuerpo hacia donde venía la voz que me hablaba y miré la mano de Sam que aguantaba una bolsa de patatas. Negué con la cabeza al contemplar aquello que me provocaba arcadas solo de pensar lo que contenía.

-No, no pienso comer nada. No tengo hambre. -Sam me miró con una media sonrisa y con cara pícara. Abrió la bolsa con total delicadeza y se llevó una patata a la boca.

-¿Sabes que los bebés también comen? -Me dijo irónicamente mientras masticaba la patata con apuro. La miré con aire indiferente y le cogí la bolsa de patatas con rapidez y perspicacia. Cogí un par de patatas y me las llevé a la boca aunque las mastiqué con pocas ganas.

-¿Contenta? -Sam me sonrió mientras cogía la bolsa de mis manos.

-No, no estoy contenta. Llevo más de cinco horas aquí. He llorado como una posesa. Me he tragado la historia de Rafa y compañía. Me he enterado de que voy a ser tía... Bueno, esto último me llena de alegría. -La miré con el ceño fruncido, parecía estar burlándose de mí, pero supongo que aquello serían paranoias mías. Estaba cansada, muy cansada. Los médicos me habían dicho que estaba completamente sana y que el embarazo iba viento en popa, pero yo todavía tenía miedo porque aún faltaban ocho meses para que naciera el bebé.

De Hugo... Solo sabíamos que las balas no le habían tocado ningún órgano vital así que de momento estaba fuera de peligro. Aquello me llenaba el corazón de alegría a raudales, pero sin embargo me sentía culpable, totalmente culpable. Yo había sido la causante de que estuviera así, yo había sido la persona que le había causado todo aquel sufrimiento; tenía miedo de enfrentarlo, miedo de mirarlo a los ojos. Me senté otra vez en el suelo, haciendo caso omiso a lo que me había dicho la enfermera; Sam me vio e hizo lo mismo con cara alegre y con sus patatas en mano.

UNA SEGUNDA OPORTUNIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora