CAPÍTULO 24

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¡Maldito hijo de puta!

Aquel bastardo llamado Joshue aún estaba entre el cada vez más reducido número de parias inmortales que Rian, junto con Jerome, el muñeco de Aridam y algunos niños más del mamonazo de Altax, se estaban encargando de aniquilar en el Club M30. O lo que era más importante: de erradicar definitivamente de la faz de la tierra.

 Momentáneamente vivo, la malnacida rata salida de alguna infecta cloaca, lo miraba sonriente desde uno de los extremos más apartados y ocultos del local.

¡Acobardada nenaza!

Protegido por la distancia y por la algarabía y batalla campal que se había desencadenado en medio de aquel centro nocturno, Joshue se deleitaba con la masacre que teñía las paredes y suelos de un intenso y repulsivo escarlata. El color de la muerte.

 Rian luchaba sangrante y con sudor, no solo para quitarse de encima a la manada hambrienta de almas y sedienta de sangre que había irrumpido en el M30, sino también, para mantenerse erguido sobre sus pies, sobreviviendo. Aún le quedaban secuelas por todas y cada una de sus articulaciones que le recordaban, cuando se quejaban con alguno de sus movimientos, los varios días que estuvo encerrado, torturado, famélico y a punto de perder por completo la razón.

En cada ocasión que intentaba recorrer los metros que separaban sus puños de la cara del imbécil de Joshue, nuevos y cobardes golpes impactaban por su espalda, siendo a continuación atacado también por cada uno de sus frentes.

—¡¡Joshue!! —vociferó, cuando vio como el miserable se giraba sobre sus talones para hacer lo mejor que se le daba: huir—. ¡¡Juro que no existirá ninguna alcantarilla lo suficientemente profunda que te sirva para esconderte de mí!! ¡¡Antes de que acabe la noche una preciosa y punzante daga estará clavada en tu repugnante garganta¡! ¡¿Me has oído, Joshue?! ¡¡Es una maldita promesa!!

El susodicho que se había detenido para oír sus amenazas, le sostuvo la mirada. Sus ojos malévolos le sonrieron antes de, sin darle mayor importancia a los mortíferos juramentos que tronaron en el recinto entero, darse media vuelta y marcharse.

¡Condenado bastardo!

Con el rostro convertido en una máscara de fría ira, Rian tuvo que apañárselas con unos cuantos más toca pelotas. Algo que le seguía costando un sobresfuerzo, ya que sus heridas, ocultas bajo la ropa negra que lo cubría, y su debilitamiento físico, lo hacían ser la sombra de lo que realmente había sido antes de perder a…

Su vacío corazón rugió con agonía al pensar en Jara.

Nada era más tormentoso e insoportable que el profundo pozo al que se había precipitado tras la pérdida de su pequeña. Un vertiginoso abismo del que creía que no saldría jamás.

Mientras Rian continuaba quitándose de encima a sus rivales, un lóbrego borrón cruzó la estancia del local y desapareció por el mismo sitio por el que, minutos antes, la nenaza de Joshue se había largado.

“Altax”, descifró, rechinándole los dientes, esquivando y asestando algunos golpes a las garrapatas que le impedían ir tras sus pasos de inmediato.

La acostumbrada furia lo consumía de nuevo.

Joshue era suyo. Si ese soberano cabrón de Altax le arrebataba ese placer, entonces, sería él quien conocería su violencia; aunque eso significara su inminente sentencia de muerte… Si es que no lo estaba ya tras alimentarse de Sanara y adentrarse sin su permiso en algunos de sus recuerdos. Recuerdos que le habían desvelado y de manera sorpresiva, que la joven estaba vinculada a ese Ser.

Lo pudo ver y leer en la mente de Sanara, le bastó para saber, que los mezquinos actos que él alguna vez había llegado a cometer con Jara, se quedaban en meras fechorías de aficionados comparadas con las que ese bastardo había ejecutado en esa humana.

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