EPÍLOGO

1.1K 47 26
                                    

—¡Vamos, vamos! —azuzó Atteneri, dando unas palmadas—. Quiero ver esas paredes pintadas antes de que acabe este siglo. ¿Acaso exijo demasiado? ¡Porque yo creo que no!

Rian negó con la cabeza, recorriendo con la mirada el enorme salón que estaban adecentando para el nuevo comedor social. De repente, se dirigió al aburrido inmortal que tenía a escasos dos metros.

—¿Cómo demonios la has soportado todos estos años?

Aridam se encogió de hombros y sin detener su trabajo con la brocha, explicó:

—No he tenido más remedio. Tuve el infortunio de ser su gemelo.

Las fosas nasales femeninas se ensancharon con determinación al oírlos. Enrabietada, caminó hasta ponerse a la altura de sus dos esclavos ese día.

—¡Vosotros dos! ¡Menos cháchara y más trabajar!

Con los ojos entrecerrados, Rian observó a la desequilibrada que tenía delante mientras intentaba recordar por qué aguantaba semejante suplicio.

Por Jara.

Jara le había prometido que si colaboraba en la restauración de ese lugar, lo recompensaría, y qué si por el contrario no accedía, lo mandaría a dormir al sofá.

¡Pequeña chantajista!

—¡Venga, que es para hoy! —los acució de nuevo la desesperante rubia—. Quiero que mi Sammy vea todo esto perfecto…

—¿Y por qué no viene tu Sammy a echar una mano? —inquirió su hermano, evidentemente harto de su gemela.

—Porque es una sorpresa. —declaró ella, poniendo los ojos en blanco y como si fuera obvio. Luego, dio un fuerte pisotón en el suelo, exasperada—. ¡Se acabó el recreo! ¿Es qué lo tengo que hacer siempre yo todo?

Rian tiró la brocha y comenzó a limpiarse las manos en un viejo trapo. Su mirada penetrante cayó sobre la joven.

—Tú, Barbie desiquilibrada, salvo pegar gritos y contonearte delante de tu queridísimo sacerdote, no has hecho absolutamente nada.

La espectacular rubia curvó los labios, brindándole una encantadora y coqueta sonrisa.

—Creo Rubiales, que el salir al exterior a tomar aire fresco después de haber retenido a Jara por más de tres meses encerrada en tu lúgubre guarida; con a saber qué cosas cochinas, no te ha sentado nada bien. Solo espero que hayáis tomado precauciones para ahorrarle al mundo nuevas y futuras generaciones de mini Rubiales Psicópatas.

Enarcando las cejas, él le brindó una mueca sardónica.

—Por una vez estamos de acuerdo. No estoy dispuesto a hacer pasar a Jara por algo que, tal vez, pueda matarla. Antes me cortaría la…

—¡Rian! —irrumpió la voz de Jara. Corrió hasta él y lo abrazó.

—¿Qué sucede, cariño, has perdido a Guanchi? —se burló.

—Es Guanche.

—Como sea. —Con un brazo posesivo rodeó a su mujer—. Ahora cuéntame lo que le pasa o inquieta a mi gatita.

La muchacha, indecisa, alzó su rostro arrebolado. Jugueteaba con la camisa negra de él, nerviosa.

—Es que… Tú y yo… Va-vamos… —Respiró hondo, y apresuradamente soltó—: ¡Vamos a ser papás, Rian!

—¡¿Qué?! —exclamó Attenari, horrorizada, apareciendo de pronto en medio de los dos y empujando a un lado a un Rian, que había palidecido y que totalmente paralizado, parecía estar en shock. Solo un tratamiento de choque lo hubiera hecho reaccionar en esos instantes.

ÁNIMA SEDUCIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora