CAPÍTULO 19

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Tras la discusión con Jara y en unas de las cámaras subterráneas que constituían uno de los muchos dominios que poseía su flamante líder, Altax, Rian, descalzo y vistiendo tan solo un pantalón negro, estaba cubierto de sudor por las ininterrumpidas horas de entrenamiento que llevaba desde el alba.

No había rastro de cansancio alguno en él, y el saco de arena que maltrata en esos instantes era el último que aún sobrevivía en el aire. Su contenido no enlodaba el suelo de la catacumba iluminada por cirios.

—Si piensa que su mundo va cuesta abajo y sin frenos, yo me encargaré de sacarla de ese error y de enseñarle lo injusta y egoísta que puede llegar a convertirse la vida de mi mano cuando me enfurecen —gruñó Rian, asestando con saña y con manos desnudas un golpe más al saco.

A su lado y estudiando su temperamento se encontraba Jerome. El inmortal convertido en su sombra y en la cansina voz de su consciencia desde que ingresara en las filas de Altax. En sus Ánimas del Purgatorio.

—Cometiste errores, no vuelvas a caer en otros aún mucho más graves…

Rian propinó un violento puñetazo a modo de advertencia a la bolsa, dejándola agonizando y a punto de acabar con el resto por el piso.

—Volvería a cometerlos. Todos y cada uno de ellos.

—No la castigues por tus equivocaciones.

Con un encolerizado último golpe, el saco cedió y vertió sobre la superficie y como un reloj de arena todo su contenido.

—Perfecto, San Jerome, ya te he escuchado —dijo, deteniéndose y enfrentando la mirada llena de censura de su compañero—. Ahora necesito que me digas si esta noche te las podrás arreglar sin mí.

El aludido enarcó una ceja negra, del mismo color de sus ojos y de su pelo rapado.

—¿Desde cuándo me he vuelto co-dependiente de Don-me-creo-irresistible?

—Desde que me conociste —exclamó Rian, tirándole a la cara la toalla con la que se secaba el sudor—. Te las arreglarás sin mí, ¿sí o no? —volvió a insistir.

Jerome guardó silencio unos segundos.

El hecho de que Rian no le ocultara del todo sus planes no se debía solo a que poco o nada pasaba inadvertido para ese zahorí, sino porque sabía lo mucho que detestaba oír de su viva voz sus despreciables maquinaciones. Y si no podía ocultarle a ese santurrón sus imperdonables pecados, al menos, podía mortificarlo con ellos.

—Lo haré —Se oyó finalmente decir con un resoplido y encaminándose hacia la salida, pero antes de marcharse y con una mirada severa, le recordó—: Pero solo déjame advertirte algo. Estás tirando en exceso de una cuerda que se deshilacha cada día un poco más, y terminarás rompiendo las frágiles hebras que aún te mantienen unido a ella. Piensa en ello.

Solo, Rian creyó saber por qué entre toda la hermandad de guerreros, Jerome parecía ser la mano derecha de Altax, teniendo en cuenta que su majestad, el toca pelotas, tenía auténtica aversión a todo y a todos; ¡porque ese bastardo poseía su mismo complejo de fastidioso orador!

Entre ellos, solo entre ellos, se entenderían a la mil maravillas.

¡Malditos lingüísticos desempleados!

Soltando el aliento, contempló la sala de entrenamiento de arriba abajo.

A pesar de llevar horas encerrado, ejercitándose para apaciguar de alguna manera a la bestia que lo alentaba a cometer todo tipo de atropellos sobre la persona que más le importaba, no había logrado mitigar levemente su furia. La paliza con la que había obsequiado a su cuerpo ese día, al parecer, no había servido ni una mierda.

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