CAPÍTULO 25

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 Rian cerró los ojos con fuerza. Con desesperación.

Aún podía ver y oler la sangre de Jara en sus manos. Seguía sintiendo como el dolor le desgarraba las entrañas, haciéndola retorcerse de agonía entre sus brazos… Y él simplemente no había podido hacer nada más que verla morir.

Las lágrimas que le quemaban la garganta desde hacía semanas, desde que le arrebataron a su pequeña, comenzaron a deslizarse tímidamente por sus mejillas.

Había pasado ya casi un mes y se prometió así mismo que no lloraría por Jara, porque su llanto solamente serviría para ensuciar su memoria. Un bastardo como él no merecía ni siquiera albergarla en sus recuerdos y mucho menos, en sus sueños, en donde aún podía acariciarla, besarla y hacerle el amor.

Solo por breves instantes.

Al despertar volvería a sufrir. Jara le había reconstruido el corazón para más tarde partírselo sin piedad.

Con voz áspera y ronca por el llanto silencioso murmuró su nombre: “Jara.”

 De repente, Rian notó como el enorme perro lobo que aparentemente holgazaneaba a su lado, en el banco en que permanecían sentados hacía más de media hora, gimió con tristeza mientras recostaba su hocico en sus muslos. El animal agachó las puntiagudas orejas con desolación.

—La echas de menos, ¿no es cierto, Guanchi? —vaticinó él, palmeando la cabeza al lobo. Antes de volver a hablar tragó saliva para recobrar la voz—. Yo también la extraño mucho, amigo… demasiado. Pero se ha ido para siempre.

Y no existía nada que mitigara aquel dolor sin fin. Que consolara el terrible vacío que esa mortal de grandes ojos marrones y de encantadora sonrisa había instalado dentro de él.

Ahora se sentía por dentro más hueco que nunca.

Respiró hondo y contempló la gente, que ignorando su pena y desconociendo su tortura, atravesaban paciente o aceleradamente la plaza a esa hora de la tarde. Aquel lugar había sido en numerosas ocasiones un punto de encuentro entre Jara y él. 

Las muchas áreas encubiertas por abundantes arbustos, siempre les ofrecieron intimidad y los mantuvo aislados del resto de personas.

—Debería haber sido yo quién estuviera muerto y no ella —musitó al animal en un tono quebrado—. No… no pude salvarla, Chanchi. No pude salvarla de ellos ni… —Tragó saliva para derribar el nudo de culpabilidad que lo estaba ahogando—. No pude salvarla de mí.

Destrozado, intentó aferrarse a unos pocos e insustanciales recuerdos, y se maldijo por no haber estado con Jara cada segundo de su vida desde que la vio por primera vez.  O desde que después, pasados unos días de su inicial y poco amistoso encontronazo, la buscó.

Precisamente, en esa plaza, fue donde se quedó impregnado por segunda vez de la joven.  En donde su ira comenzó a bullir más que nunca, nublándole la razón. No podía permitir que una anodina humana se le incrustara en lo más profundo de su ser, que lo hiciera olvidar a su esposa Payne.

***

Rian quería mostrase distante, cumplir con el encargo por el que podría exigir el mejor y el más alto precio de todos, y olvidarse del resto del mundo para siempre. Sobre todo, quería olvidarse de esa endiablada humana que lo estaba trastornado.

Llevaba minutos observándola desde la distancia, oculto entre las sombras, y no había podido evitar recrearse con las deliciosas formas de su cuerpo y con su adorable rostro.

Y fue entonces cuando maldijo entre dientes. La deseaba. Y mucho además.

Y esa atracción que sentía por ella complicaba sus planes.

ÁNIMA SEDUCIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora