Su curiosidad y sus, por lo visto, muchas ganas de terminar perdida y tirada en algún rincón de aquel subrepticio y frondoso bosque, tuvieron más fuerza que su antagonismo o precaución. Porque allí estaba ella, atravesando un campestre y desconocido paraje aún después de que la luz del día se consumiera y la refulgencia de las primeras y tímidas estrellas junto a la siempre embrujada luna, tomaran su lugar.
Jara se paró en seco cuando un rasgado ruido la sobresaltó. Con el corazón en un puño y con una vista deficiente, aguzó el resto de sentidos mientras se encorvaba ligeramente hacia abajo y, con la mano, se cercioraba de que su fiel Guanche seguía a su lado.
—¿Has oído eso, amigo? —Disimulando un simple gesto de afecto, inclinó el rostro para besar la cabeza de su mascota y poder susurrarle—: No estamos solos —afirmó.
Y es que percibía algo flotando en el ambiente, además, su perro lobo precipitadamente estaba en guardia y tenía el pelaje erizado.
Sus ojos, que sin el fulgor diurno parecían regenerarse solo un poco, para ver algo más que la mortecina negrura que solía contemplar la mayor parte de las horas, apenas la dejaban distinguir nada en esa recién empezada noche.
Tragó saliva mientras se erguía y un sudor frío se deslizó por su espalda.
La imagen que su mente recreó ante ella era inquietantemente de ultratumba.
Cálmate, Jara. ¡Cálmate!
Había comenzado a soplar una brisa incesantemente rara para comienzos de primavera, lo que haría muy viable que las ramas de los muchos árboles y la maleza en general, crujieran. Nada paranormal.
Una risita que fluctuaba entre el nerviosismo y la histeria surgió de su boca ante la brillante y, sobre todo, consoladora conclusión. Sí no quería echar a correr gritando como una desequilibrada mental, mejor auto-convencerse y auto-engañarse.
—Vamos, Guanche, volvamos a casa —musitó, dándose la vuelta, lista para emprender el camino de regreso a la vivienda, propiedad de Rian.
Se quedó momentáneamente petrificada cuando nuevos estrepitosos chasquidos se oyeron agobiantemente cerca.
Sus súbitas paranoias eran muy infantiles. Había paseado a sus anchas por todo un laberinto de laderas repletas de follaje y no se había topado ni con un alma.
Había decidido explorar por sí sola los alrededores en la ciclópea casa en la que vivía desde hacía unas semanas, pero por lo visto, sin la ayuda de Rian no conseguiría absolutamente nada más que deambular, y al parecer, en círculos, sin llegar a ninguna parte.
Era extraño, pero tenía la impresión de que al hogar de su amigo lo custodiaba una fortaleza invisible de la que sería improbable salir o adentrarse sí no eras previamente invitado…
Horrorizada, supo de manera instintiva que alguien estaba detrás de ellos, observándolos.
Ahogó una exclamación. Giró sobre sus talones y su perro lobo, al que podía notar pegado a sus piernas como sí se hubiese proclamado su escolta personal, empezaba a gruñir.
—¿Qui-quién eres y qué quieres? —A pesar del pánico que la consumía, intentó sobreponerse y parecer segura, serena.
—La peor pesadilla de Rian —se burló una voz de hombre—. Y tú, monada, no deberías estar aquí sí no quieres que pongan como trofeo tus lindos huesitos.
La muchacha se estremeció ante aquellas desalmadas palabras. Buscaban a Rian, y por lo visto, no con muy buenas intenciones.
No sabía sí había regresado o no ya a casa, pero no permitiría que lo asaltaran por sorpresa y con la guardia baja, en la despreocupada confianza de su propio hogar.
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ÁNIMA SEDUCIDA
ParanormalÉl era el mal y se regodeaba en ello. Absolutamente nadie obtenía su compasión ni su misericordia, ni siquiera, la persona que inesperadamente había despertado y alimentado en él emociones que creía muertas. Desde la pérdida de su esposa, las noches...