Hacia una noche perfecta, pensó Jara saliendo al exterior, hasta el patio techado que daba a la parte trasera de la casa terrera de sus padres. Encontró a Rian de espaldas a ella, sosteniendo un portarretrato en sus manos, examinando la imagen que había en el.
La joven tuvo que enzarzarse en una lucha personal para deshacerse del estúpido impulso que la invadió de querer salir corriendo y abrazarlo por detrás.
“Hola, me llamo Jara Bandama y sufro un caso realmente peliagudo de Síndrome de Estocolmo… Todos: ¡Hola Jara!”
Cuando estuvo lo suficientemente cerca y pudo reconocer la fotografía que había, al parecer, despertado su curiosidad, a la muchacha le dio un vuelco el corazón. Esa era la última instantánea que sus padres se habían sacado con ella tan solo unas semanas antes de morir en un trágico accidente automovilístico.
¿Cuántos años había trascurrido ya desde ese fatídico día?
Muchos.
Ella apenas era una adolescente y desde entonces había tenido que arreglárselas por sí sola para salir adelante. Quizás ese fuera el motivo por el cuál le costaba tanto romper lazos definitivamente y para siempre con Rian. Él había sido la primera y hasta entonces única persona que; aunque sin permiso e imponiéndose, se había instalado en su eremita existencia para quedarse…
O eso había creido ella.
Avanzó y cuando él la notó abrumadoramente a su lado, dejó el portarretrato de nuevo en su habitual lugar y murmuró:
—¿Los extrañas?
—Sí, mucho. Los amaba —asintió, con voz quebrada.
Él se volvió para mirarla a los ojos y el pulso de Jara se disparó, haciéndola desear más que nunca clavarse las uñas en las palmas de las manos. Fue entonces cuando se dio cuenta del pequeño botiquín que traía y para qué.
—Siéntate, Rian. Quiero examinar esas heridas que tienes en las manos. Después terminaré de seleccionar los libros que puedan ser útiles a esa organización de la que me has hablado.
La boca masculina se mantuvo neutra mientras obediente, se sentaba en el borde de la mesa de piedra que ornamentaba aquel sitio.
—¿Vas a ejercer nuevamente de enfermera conmigo, chiquita?
—Al menos esta vez puedo ver que las heridas son reales, que están ahí —explicó ella, rebuscando en el botiquín, evitando mirarlo a los ojos—. No como… —De repente, enmudeció.
—¿Cómo cuando estuvimos en la bañera? —Le había apartado un mechón de cabello suelto de la cara y cuando habló de nuevo, su voz se tornó ronca—. Sí, recuerdo perfectamente esa madrugada y cómo nos acariciamos desnudos en el agua… El dolor que sentía era real, solo que de otro tipo —“El mismo que siento justo en estos instantes al tenerte tan endemoniadamente cerca”—. Así que no te mentí del todo, pequeña.
Miró divertido como las mejillas de Jara se arrebolaban y como obviando el tema, empezaba sobrecogida a sanar y a mimar sus manos.
—No tienes por qué hacerlo. Tienen un aspecto…
Cerró los ojos e inhaló dichosamente atormentado cuando la joven a modo de respuesta, acarició amorosa sus espantosas laceraciones sin ningún tipo de repulsa. También pudo leer en su hermoso rostro el dolor que le causaba que él pudiese padecer cualquier tipo de mal.
—¿Cómo te las hiciste? —musitó, en tono estrangulado—. ¿Alguien te… atacó?
—Sufres por mí… —Su boca se curvó en una sonrisa aprobadora, y quitándole importancia al asunto, comentó—: Son solo gajes del oficio, Jara. No deberías preocuparte por mí. Se arreglármelas solo ahí fuera.
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ÁNIMA SEDUCIDA
ParanormalÉl era el mal y se regodeaba en ello. Absolutamente nadie obtenía su compasión ni su misericordia, ni siquiera, la persona que inesperadamente había despertado y alimentado en él emociones que creía muertas. Desde la pérdida de su esposa, las noches...