CAPÍTULO 01

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Atardecía, y en aquel nirvana y escondido paraíso del atlántico se extendían alegres carcajadas rodeadas de una festividad tradicional; que traía de regreso a la actualidad, a la edad moderna, las costumbres más arcaicas de los aborígenes que gobernaron y fueron soberanos del pequeño archipiélago de islas. Unas islas, isuloamazighes[1], que muchos creían con fervor que se trataban de los restos visibles y más elevados de de un continente hundido: La Atlántida.

Unos ladridos se entremezclaron con el jolgorio. Unos ladridos que parecían ir solo y directamente hacía el objetivo que más ambicionaba demoler. En este caso… él.

Acomodándose en actitud flemática en el banco en el que llevaba sentado los últimos minutos, Rian dejó caer el peso de su espalda contra el respaldar y entreabrió un poco sus musculadas y largas piernas, ligeramente estiradas hacia delante.

Su inmodestia resultaba tan insuperable como su ego.

Una bestia grande, jadeante, rabiosa, con un cuidadísimo pelo negro y con muy malas pulgas, se plantó frente a él. Cada uno de sus fanfarrones gruñidos prometían hacerle añicos.

El chucho por lo visto, era más celoso que un ex marido en pleno ataque de cuernos.

Sin abandonar la postura y apoyando un brazo por encima del respaldar, saludó con imitada exhortación al animal.

—Cómo te va, Guanchi…

—Es Guanche —lo corrigió una suave voz femenina, acercándose.

Rian ladeó la cabeza y en su campo de visión apareció Jara Bandama; una joven con una encandilada y dulce belleza, que por lo puro de sus rasgos y su altura —de no más de uno y sesenta y cinco—, haría sentir a muchos como unos delincuentes energúmenos por el simple hecho de desearla sexualmente, pese, de tener veintisiete años de edad. Pero claro, la cosa cambiaba cuando la mirada descendía y sus generosas y bien definidas curvas hacían acto de presencia. No era ninguna niña, por mucho que su rostro embaucara la realidad, sino toda una mujer.

—Bueno, pues como se llame el Scooby.

Abandonando su haraganería, permitió que la recién llegada se sentara a su lado. El bicho lanudo se recostó a los pies de su dueña, ofreciéndole a Rian un más que detallado primer plano de su dentadura afilada.

—Se está ganando todas las papeletas para visitar al Doctor Spencer. Es un veterinario que sin duda, este bicho adorará –alegó maliciosamente con pulla, imaginándose la situación.

—Mmm… ¿Para qué? Ya lo llevo yo a su clínica habitual.

—Sí, pero estoy convencido que este le quitará de un tajo —matizó—, las malas pulgas que tiene.

Ante la explícita indirecta, Jara, con fingida desaprobación, se incorporó para ponerse a continuación en cuclillas, junto a su fiel y recelosa mascota.

—¡Eh! Harás que mi pequeño tenga pesadillas durante días.

—¿Pequeño? ¿Guanchi?

Ese animal debía superar los 45 kilos.

—Guanche —volvió a corregirlo ella.

Y como la más abnegada de las madres, empezó a llenar de mimos y carantoñas al perro. Rian creyó captar en su hocico una sonrisilla lobuna cargada de burla por robarle en ese instante las amorosas atenciones de Jara.

¡Será cabrón el Scooby gusano!

Fulminó al chucho con los ojos y se paseó el dedo índice de un extremo al otro de la garganta, en secreta advertencia. 

ÁNIMA SEDUCIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora