CAPÍTULO 18

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Con la energía e ingenuidad de una chiquilla acelerada que cree que no existe un mañana y que puede resolver y comerse el mundo en apenas segundos, Jara bajaba precipitada y cargada de volúmenes antiquísimos, las escaleras que conectaban la vivienda de Laria, en la parte superior, con la extraña tienda exotérica ubicada en el primer piso.

Tan imparable y apresurada como iba, preocupándose más en trasladar los tomos que sostenía entre sus brazos y contra el pecho sanos y salvos a las estanterías que la maternal propietaria del lugar le había indicado, no prestó especial atención en mirar hacia delante y saber por dónde pisaba, y como era de esperar, terminó pagando su imprudencia al impactar con la que presumió sería la pared, pilar o estantería más sólida y dura del mundo, porque fue como chocar contra un muro de ladrillos.

—¡Aaaayy! —se quejó cayendo al suelo, los numerosos libros quedaron desparramaron a su alrededor.

A pesar del dolor, pudo forzar una sonrisa para consolarse así misma mientras con una mueca y la cabeza inclinada se desabrochaba algunos botones de la camisa lila que tenía puesta, para poder examinarse la probable contusión que vaticinaba le saldría en cuestión de minutos en la zona del diafragma.

—Dios, creo que me he roto una costilla —exclamó, desvelando sus pensamientos e inspeccionándose con la yema de los dedos donde le dolía.

—A ver, déjame verte —pidió una seria e inesperada voz.

Sobresaltada, Jara alzó el rostro y dejando escapar un sonido de sorpresa, reconoció al inmenso hombre vestido completamente de negro, de largo cabello rubio anudado en una coleta y ojos azul grisáceos, con el sujeto que había perturbado lo que en un principio se empeño en calificar como simples y angustiosas pesadillas, para luego terminar aceptando que todo había sido real. Absolutamente todo. Incluida la forma tan déspota y egoísta con la que la había despojado de su virginidad…

Él, Rian.

En el estado de aturdimiento que se hallaba, ni siquiera se había dado cuenta que él le había desabotonado totalmente la prenda y acuclillado a una escasa y alarmante distancia, empezó a palpar con sus manos la piel desabrigada.

La explosión de calor que se apoderó de ella en cuanto él la tocó, fue como una bofetada a modo de recordatorio que le chillaba lo farsante que era.

Puede que los métodos de Rian empleados aquella noche, hacía meses, en la que la poseyó como un animal, no fueran los correctos, que no se detuviera cuando se lo imploró y la sometiera hasta el final, pero la habilidad de ese inmortal la había hecho responder en ciertos intervalos y en medio del abuso a la pura lascivia masculina.

En más de una ocasión, Jara se había preguntado si  simplemente luchó contra él de forma mecánica.

Como bien le había dicho Laria; no podía soportar la idea de que solo quisiera convertirla en un pasatiempo sexual, el cuál tiraría a un lado, olvidado, una vez que se cansara de usarlo.

—No tienes nada fracturado, es solo el golpe —murmuró Rian primero, después dijo en tono censurador—: Estás mucho más delgada.

Las miradas de ambos se encontraron y se quedaron hipnotizados el uno con el otro. Hasta que de repente su boca se curvó en una leve sonrisa y comentó, con regocijo:

—Puedes ver —Parecía estar orgulloso de su obra.

Jara resistió el impulso de apartarse de la mano indagatoria que la estaba abrasando la piel, peligrosamente demasiado cerca de los senos cubiertos por encaje de color malva.

—Sí —asintió, con los ojos fijos en él—. Y aunque ni siquiera consultaste mi opinión, supongo que tengo que darte las gracias, ya que fue a partir de que… —Tragó saliva, nerviosa, buscando las palabras—. De que tú… yo…

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