CAPÍTULO 11

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Con la expresión ensimismada y con el cuerpo tenso, Rian contemplaba a la mujer que tenía prácticamente encima, rodeándole con los brazos.

La luz del cada vez más extinguido atardecer se reflejaba en su cabello castaño, haciéndolo resplandecer como el más sabroso de los suaves chocolates, y delineaba a la perfección los dulces rasgos de su perfil. El refrescante y espléndido traje escotado de color verde que llevaba, hacía el resto, incitándolo a que algo dolorosamente incendiario y totalmente prohibido palpitara dentro de él.

Prudentemente alejados, como dos enamorados que tientan a la suerte y a las siempre remilgadas murmuraciones que reprobarían una relación entre dos seres, tan dispares pero a la vez tan necesitados el uno del otro, Rian y Jara disfrutaban de la brisa marina que embriaga y salpicaba los sentidos en aquella playa de arena negra, en uno de los puntos más admirados y sobrecogedores de la isla de Achined.

—Me gusta este sitio —reconoció con sinceridad el exiliado demonio-. Es lo contradictorio a lo que se esperaría de un paisaje paradisiaco y aun así, sobresale por encima de todos ellos.

—Es la viuda negra —suspiró la joven, abstraída, aparentemente dejándose llevar por un estado de paz y armonía que no conocía desde hacía semanas, mientras se deleitaba con el sonido de las olas y de la gente que paseaba, se bañaba o simplemente buscaban un lugar donde poder sentir que, hasta lo más discordante, lo anormal en lo acostumbrado, también podía tener un embrujo y encanto naturales.

—Creo que ya no me gusta tanto —bromeó tras oír el peculiar nombre con el que bautizaban la playa.

Jara rió y se llevó una nueva cucharada del helado en tarrina que comía a la boca, la degustó con el ronroneo y zalamería de una gata golosa.

Rian la imaginó desnuda, lamiendo y mordisqueando su piel mientras sus piernas se aferraban en torno a sus caderas y se balanceaba al compás de sus movimientos, de sus embestidas.

Silenció una maldición al notar como su cuerpo se endurecía como respuesta sexual ante su inoportuno sueño erótico.

—Rian, ¿ves a mi pequeño?

—¿A Guanchi? —Recorrió con la mirada la costa y se encontró al perro lobo no muy lejos de ellos, correteando con la lengua por fuera, feliz—. Sí, lamentablemente, sí.

—¡Rian! —Lo amonestó entre risas la joven—. No seas tan gruñón con él y dime que hace.

—Creo que intenta impresionar o ligarse a un cangrejo. Solo espero que el bicho sepa utilizar bien sus tenazas en las pelotas de Guanchi. 

Sonriente, Jara negó con la cabeza, aceptando que su mascota y amigo eran peores que dos niños de cinco años. Así que decidió cambiar de tema mientras le ofrecía helado.

—Gracias por traerme a este lugar de nuevo. Hacía mucho que no venía por aquí.

Rian le quitó de la mano la cuchara a la joven para ser él quién le diera de comer el congelado mantecado, y acto seguido, posar su boca en la de ella y paladear directamente su sabor desde allí.

Cuando se separó, respondió:

—Sabía que lo extrañarías. Siempre te gustó mucho y quería compensarte de algún modo.

—¿Compensarme? ¿Por qué? No lo entiendo —preguntó, recobrándose del, para su gusto, corto beso.

—Porque aún sigas a mi lado… después de todo.

Espontáneamente, la muchacha se encontró jugueteando con la cadena que percibía en el cuello de Rian, y que anteriormente, no recordaba.

—¿Y por qué no lo haría? —Sus dedos encontraron el rostro rígido del hombre y comenzó a deslizarlos, preparada para leer entre las líneas de sus rasgos su posible reacción ante lo que no podía callarse, a pesar de que la voz le temblaba—. E-eres lo más importante en mi vida y no me importa absolutamente nada más. Ni siquiera qué o quién eres. Para mí siempre serás Rian. El mandón y soberbio individuo al que… al que qui-quiero.

ÁNIMA SEDUCIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora