CAPÍTULO 17

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Mientras Myron tenía su propio garito pecaminoso y Caelum su morada como un asilo de ancianitos en el Paraíso, el malnacido de Altax parecía tener, no solo una islita en las Bahamas, sino el yate, el jet privado, pisitos en primera línea de la costa y mansiones por doquier repartidas por todo el mundo.

¡Bastardo!

Rian llevaba dos semanas trotando de un país a otro, sin un rumbo establecido, de lugares inciertos a los que solo podían acceder los elegidos de su siempre amargado líder, en los que absolutamente nadie podría adentrarse sin su beneplácito, y comenzaba a estar desesperado por regresar a los cálidos brazos de Jara y hacerla suya. Por completo.

Cuando las puertas se abrieron para él, Rian hizo una mueca de desagrado. Demonios, los mortales necesitarían cita urgente con un oftalmólogo una vez que accedieran al interior de ese lujoso club nocturno bautizado como: El Purgatorio.

Había tenido que parpadear en repetidas ocasiones para aclimatar la visión a los centelleantes y cegadores láser de las luces estroboscópicas multicolores que lo recibieron.

Por primera vez a lo largo de esas dos semanas, Rian se preguntó en qué parte del globo terráqueo aparecería esa noche el corrosivo recinto. Nunca mostraba demasiada curiosidad por saber la ubicación exacta por el mundo ese día, semana o raramente mes, de esa ininterrumpida bacanal de inconfesables vicios, él simplemente viajaba a través del espacio y trasladaba su trasero hacia el lugar, estuviera donde estuviera.

Como Jara supuso de manera perspicaz y soñadora con aquella supuesta fábula de la isla de San Brandán, ese opulento antro aparecía y desaparecía mágicamente de un emplazamiento a otro como si de un liviano maletín se tratara y no de una monumental edificación.

Por las distintas áreas, uno podía encontrase absolutamente de todo: alcohol, drogas, sexo, prostitutas... más sexo. Todo un espectáculo que podía ser laureado en el mejor festival de cine erótico del país y por el que, al parecer, el Iglú de Altax sentía predilección, ya que el hijo de perra solía acudir con frecuencia y casi todas las noches… Y no precisamente a tomarse un Whisky o un Bacardi en la barra o en una de las mesas de la zona VIP.

Declinando varias ofertas sexuales de las muchas rameras de pago y de clientas con ganas de otro tipo de marcha, Rian se encaminó a la planta superior sin prestar excesivo interés al embriagador ambiente de pecado y de belleza que colapsaría todos y cada uno de los sentidos.

Nada más pisar el largo y amplio vestíbulo de la última planta, un ruido llamó su atención. Se detuvo y sonrió con cinismo.

Por lo visto, Altax se estaba montando en esos precisos instantes, en el interior de una de las habitaciones, su propia fiesta privada.

—¿Están sacrificando a alguna perra en celo? —preguntó una voz, acercándose detrás de él: Myron.

El demonio vestía impecable. Unos pantalones de vestir y una camisa de botones ligeramente recogida hasta los codos, todo, en tonos oscuros y de muchísimos dólares.

—Más bien creo que la deben de estar medicando con alguna terapia de choque entre las piernas —apuntó Rian, con ironía.

El sonido que llegaba desde el otro lado era incendiariamente obsceno.

Rian estaba convencido que podría hasta jurar que adivinaría cada una de las embestidas que le estarían dando a la mujer, por el rudo y violento chocar de dos cuerpos que llegaba hasta sus oídos.

—¿Y crees que va para largo? —inquirió de nuevo, con cinismo.

—No lo creo —alegó el otro con una amplia sonrisa de perversidad—. Llevan encerrado menos de un cuarto de hora, pero viendo como grita y jadea la muy puta, que parece que más que follándosela la están matando, no creo que resista quince minutos más sin terminar impedida de por vida de cintura para abajo.

ÁNIMA SEDUCIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora