CAPÍTULO 14

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Cuando el estallido final de una contienda suena por última vez en medio del olor nauseabundo de la muerte y de un campo germinado de cadáveres, son solo los fallecidos los que terminan convirtiéndose en los grandes vencedores, porque los que se mantienen erguidos sobre sus pies y conservar una espada ensangrentada entre sus manos, esos, no son más que los despojos estigmatizados que regresaran de la batalla muertos en vida, deliberó el demonio que muchos considerarían que era el jinete de la muerte: Altax.

—Te pondrás bien —comenzó diciendo el gran líder, mientras acuclillado en el suelo atendía a una rubia insufrible que podía asestar y recibir golpes en una pelea sin pestañear, pero cuando revisaban sus heridas de guerra se comportaba quejambrosa, como una recién nacida.

—¡Aaay! Podrías tener un poquito más de cuidado, ¿no? —protestó Atteneri, haciendo infantilmente pucheros—. Como seas así de delicado con ella, la cerradura de su dormitorio siempre permanecerá bajo llave y tú seguirás forzando su puerta para poder…

—¡Ya basta, Atteneri! —gruñó Altax, perdiendo la paciencia con la afilada lengua de la joven.

—Pero… —Su réplica quedó a mitad de camino de su garganta cuando vio los ojos oscurecidos y enlutados de aquel ser, centelleando, severos. 

Rian, que contemplaba la escena, se preguntó sí aquel poderoso demonio guardaba algún tipo de idilio amoroso o meramente sexual con la desesperante y desequilibrada rubia, o por el contrario, se trataba de algo mucho más candoroso.

Para sus más acérrimos enemigos, sería un inesperado dato con el que se frotarían las manos, porque al parecer, la criatura que los subyugaba y al que le debían lealtad, tenía después de todo, algún y secreto punto débil.

—Se recuperará —continuó Altax, dejando a la rubia sola con su retahíla de disconformidades y poniéndose nuevamente en pie, mirando el cuerpo semiinconsciente que Rian sostenía en brazos.

El exiliado demonio bajo la vista para observar el dulce rostro de su mujer. Cuando volvió a reparar en las marcas indiscutibles del maltrato que había recibido, creyó que enloquecería de ira.

—¡Ese bastardo es mío, me oyes Altax! ¡Es mío ¡Y juro que como le haya hecho algo más, no solo lo mataré lentamente, sino que me comeré sus entrañas mientras aún continúe respirando! —prometió con mirada enajenada, estrechándola más posesivo contra su cuerpo para ofrecerle abrigo. La notaba fría y temblaba.

El aludido supo a qué se refería sin necesidad de leer su mente, y negando con la cabeza, dijo:

—No, pero necesitará tiempo para recuperarse.

—¿Por qué?

—Llévala con Laria, es lo mejor.

El rostro de Rian se ensombreció, ominoso.

—Lo mejor es que yo me ocupe de ella. Esta misma noche.

Y una vez más, Altax entendió a qué se refería sin entrometerse en sus pensamientos.

—No será fácil para ella, pero hazlo.

—Esta vez las cosas serán diferentes —vaticinó, mientras un tic nervioso palpitaba en su mandíbula.

La expresión de su líder se endureció y su mirada oscura se heló.

—Aquí hay connotaciones mucho más importantes que cumplir y me importa una mierda sí te lo pone fácil o no. Déjala con Laria para que se restablezca, contigo cerca, no lo hará. Y créeme cuando te digo que necesitará estarlo para que puedas tomar lo que quieras de ella y ella de ti —avisó, sometiendo a la joven a un largo y penetrante escrutinio, como si estuviera colándose en sus sueños—. Si permite en estos momentos que la tengas en brazos, es sencillamente porque está en medio de un sopor que la mantiene adormilada.

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