CAPÍTULO 09

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El estrépito y la blasfemia subsiguiente resonaron con fuerza cuando todos los allí presentes contemplaron las extremidades laceradas y quemadas del entregado y voluntario infortunado, como resultado final de aquella sádica y bestial reunión.

—Una vez más.

Absolutamente todos los distintos pares de ojos del lugar examinaron nuevamente la ancha espalda brutalmente maltratada. Fue cuestión de milésimas de segundos que la sinfonía de roncas voces que se atropellaban las unas a las otras pugnando por predominar, se convirtieran por un breve intervalo en la única melodía del lugar.

—Su cuerpo está demasiado azotado y puede que…

—¡He dicho que una vez más! ¡Debe transitar los laberintos de la muerte! ¡Solo de esa forma permitiré que camine entre los confines de mis Ánimas!

Asintiendo, acataron y cumplieron las órdenes de su líder mientras que la mortífera iluminación que los envolvía en aquella cripta nacida desde las mismísimas entrañas de la tierra, amplificaba el tremebundo zumbido que llenaba y saturaba hasta el más recóndito rincón.

En la catacumba, sobre una lisa y fría losa de granito negro, yacía el comatoso cuerpo de Rian en un estado aletargado, casi, desahuciado.

Había resistido con fiereza y apabullante entereza al protocolo de iniciación. Un solemne culto al que todas y cada una de las Ánimas elegidas debían someterse. Si sobrevivían, eran aptos para deambular entre los dominios de un mundo en donde el eminente príncipe de la muerte, el demonio convertido en ángel y el cordero trasformado en la peor de las bestias, los recibiría bajo su amparo. 

En el momento que el espíritu conductor se acercaba a la figura semidesnuda e inerte, recostada boca abajo sin ningún signo de aparente vitalidad, una mano firme lo detuvo.

—Yo seré su guía.

El agnóstico espíritu observó turbado unos segundos al prominente líder de cabello oscuro y ojos como un cielo azul encapotado por una tormenta, y rápidamente desvió la vista temiendo algún tipo de represalia sí lo veía cuestionar su orden. Y es que, el que su líder se ofreciera como maestro de ceremonia en el sucesivo rito, no era lo acostumbrado.

Asintiendo y con una leve inclinación de cabeza hacia su supremo, finalmente el espíritu se retiró.

Solos, el poderoso Ser se dejó caer junto a la losa en forma de enorme mesa rectangular, y sentándose en el suelo, estiró sus largas piernas hacia delante, apoyando la espalda contra la piedra. A pesar de que tan solo vestía un pantalón negro y su piel de cintura para arriba estaba desabrigada, no pareció inmutarse de cómo el granito de ese duro lecho pasaba, y probablemente gracias a él, del más gélido invierno a un candor más conformante. Pero al parecer, Rian sí que percibió el brusco cambio de temperatura que pareció milagrosamente traerlo de vuelta a la vida.

—Hace mucho tiempo, demasiado —comenzó diciendo el enigmático líder—, asenté e icé este lugar, El Purgatorio, para todos aquellos que una vez muertos, son rechazados en la gloría y en las tinieblas. Se supone que deben purificar y expiar sus culpas, pero las penas que padecen mis infortunios procesados son equivalentes a las del infierno. Y yo mejor que nadie conozco los castigos que erigen los mandamientos del averno... y los del cielo. —Hubo una pausa y luego reveló—: Soy conocedor de todos ellos, porque fui yo quién los autoricé y quién los ha infringido desde el principio de los tiempos.

Rian, que seguía sin poder mover ninguno de sus insensibilizados miembros, tosió.

—El maldito infierno solo es una de tus posesiones —comprendió—.  Quién demonios eres entonces.

ÁNIMA SEDUCIDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora