CAPÍTULO 28: Las rubias Parker

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Llegando a casa tomé un baño junto a Luna, ella lo requería y yo también. He notado que cada vez necesita menos mi presencia en la bañera y me alegra. Está superando sus miedos, poco a poco, pero lo está haciendo.

Después del reconfortante baño, fuimos de regreso a la habitación de mi pequeña para hacer nuestra corta sesión de spa. Se estaba convirtiendo en costumbre colocarnos mascarillas coreanas, aplicarnos cremas corporales en las piernas y hacernos masajes faciales y peinados iguales la una a la otra. Pero de todo esto mi parte favorita seguía siendo cepillarle el cabello.

Cuando estaba embarazada de Anne, una de las cosas que más me hacía ilusión era cepillar su cabello cuando fuera un poco más grande. No me importaba si sería rubio como el mío o castaño oscuro como el de Derek, solo quería compartir ese dulce momento de madre e hija. Por eso hacerlo con la dorada cabellera de Luna resulta tan bonito y placentero. Es muy dulce compartir un momento tan maternal con la niña de mis ojos.

—Me gusta mucho que me cepilles —ronroneó mientras yo movía el cepillo sobre su largo cabello.

—Yo lo adoro, rubita.

—¿Sabes? Cuando estaba en el orfanato y en las casas de acogida siempre quise que me adoptara una mamá que me cepillara el cabello como tú.

—¿Por qué, linda?

—Porque se supone que eso hacen las mamás, ¿no? Nos leen cuentos antes de dormir, nos dan besos de buenas noches, juegan con nosotros y nos cepillan el cabello.

Escuchar su concepto de lo que se supone que hacen las mamás me había enternecido como nunca. Es cierto que antes de mí no tuvo nunca una figura materna sólida, pero descubrir que para ella acciones tan simples significan tanto me recuerda una vez más lo especial que es esta pequeña.

—Sí, mi amor. Eso hacen las mamás.

—¿Crees que mi mamá lo habría hecho?

Su pregunta me dejó sin palabras. Hasta ahora nunca había comentado ni media palabra acerca de esa mujer, de hecho, ni siquiera me dieron esa información cuando me aceptaron como su madre sustituta. Tampoco lo había considerado importante por la misma razón.

—¿Tu-tu mamá? —tartamudeé.

—Sí. La verdadera. En el orfanato me dijeron que murió cuando nací y por eso me dejaron allí. Si estuviese viva...¿crees que lo habría hecho por mí?

Dejé de cepillarla e hice que se girara para mirarla directo a sus chispeantes ojos azules.

—Si ella estuviese viva, te aseguro que haría todo eso y más. ¿Sabes por qué?

—¿Por qué?

—Porque fue inmensamente afortunada de haber dado a luz a una niña tan especial como tú. Ella lo sabría...y hubiese sido la mejor mamá por ti. Estoy segura.

—¿De verdad?

—De verdad —asentí.

No dijo una palabra más, solo se acercó y me abrazó. Esta es y siempre será su forma favorita de expresar cariño; y la mía también.

—Tu hija también hubiese sido muy afortunada de que fueras su mamá, eres la mejor.

Y entonces lo recordé. Luna no sabía que Anne estaba viva. Cuando regresó estaba muy emocionada y olvidé el tema. Luego me ocupé de pasar más tiempo con ella y buscar un colegio antes de que comenzara el nuevo curso escolar. Además, no tenía ni la más mínima idea de cómo abordar el tema. ¿Cómo se le explica a una niña de 7 años una situación tan complicada?

—Princesa...tengo que contarte algo.

—¿Qué? —preguntó, separándose de mí.

—Mi hija...no está muerta, rubita.

Por siempre, mi LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora