CAPÍTULO 25: Pistas

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—¿¡Qué haces aquí!? —espeté, molesta.

Él solo se dignó a levantarse para caminar hacia mí sin ningún tipo de expresión en su rostro.

—Vayamos a tu apartamento. No querrás llamar la atención, ¿verdad? —murmuró con un tono de voz muy calmado, como suele ser.

Asentí porque, en efecto, lo que teníamos que decirnos el uno al otro era un asunto para tratar en privado. Caminamos con dirección al ascensor y, una vez adentro, subimos hacia mi penthouse. Me molestaba en demasía compartir el oxígeno con él. No mostraba ni una pizca de remordimiento o interés siquiera, permanecía estático y serio.

Al llegar a mi apartamento, tomamos asiento en los muebles de la sala de estar, uno en frente del otro. No quería esperar ni un segundo más, no soportaba la idea de tenerlo aquí contaminando con su presencia el hogar de mis hijas.

—¿Para qué viniste? —pregunté con firmeza.

—Primero que todo, no voy a mostrarme tan sentimental ni dramático como tu madre. No me arrepiento de nada de lo que hice para separarte de esa chiquilla y no esperes que te pida perdón.

Su dureza y su ausencia de culpa solo hacían que lo repudiara más. Cerré mis manos formando puños, preparándome para seguir escuchando lo que tuviese para decir.

—No esperaba que lo hicieras.

—Debes entender, Gina. Los hijos son una inversión y tú eres nuestra única hija.

—¿Inversión? ¿Eso significo para ustedes?

—Invertimos en tu educación, tu formación, todo lo que eres nos lo debes a nosotros. ¿Crees que después de todo ese esfuerzo dejaríamos que mandaras todo a la basura por un muerto de hambre y una mocosa? No.

—Yo los amaba.

—Pero el amor no da la posición social ni el éxito, ni el poder. Ese accidente nos sacó a tu noviecito del camino y deshacerse de una bebé es aún más fácil. Después de que nos encargamos de eso, te convertiste en lo que eres hoy, una mujer exitosa.

¿Cómo podía ser tan materialista? El dinero pierde absolutamente todo el valor cuando te das cuenta de que no puede llenar los vacíos que dejan los sentimientos cuando se van. Mi éxito, mis comodidades, mi posición social, nada de eso es valioso en comparación con el inmenso amor que sentí por Derek y el que siento por mis niñas.

—El amor vale más que el dinero, la posición, el éxito y todo eso que tanto te llena.

—Sabía que saldrías con esos sentimentalismos baratos —rió sin gracia.

—No me interesa lo que pienses. Solo quiero saber qué viniste a decirme y si tienes algo que pueda ayudarme a encontrar a mi hija.

—¿Crees que voy a decirte algo para que encuntres a esa niña? —comenzó a reír—. En serio eres muy ilusa.

—¿Por qué? ¿Por qué no puedes darme alguna pista? ¿¡Qué más te da!? —me levanté—. Me convertí en la mujer exitosa que dices, encontrar a mi hija no va a cambiar nada.

—En algo tienes razón, ya no importa —se encogió de hombros—. Lástima que sea tan tarde.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que si lo hubieses descubierto hace un par de años quizás tuvieses alguna oportunidad de encontrarla, ahora es imposible. Si está viva, no la encontrarás.

—La voy a encontrar, papá —aseguré entre dientes.

—Sé realista, Gina. No malgastes dinero en una causa perdida.

Por siempre, mi LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora