CAPÍTULO 36: Guiños del pasado

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Desde que me enteré de que Luna es Anne una tormenta tropical sacudió todo en mi mente. Ver a mi rubita y automáticamente recordar cuando tuve a mi bebé en mis brazos, me provocaba un sentimiento de paz y al mismo tiempo me tensaba. Adoré la idea de que mi hija sea ella y haberla encontrado por fin, pero a pesar de que no es mi culpa, me siento culpable por todo lo malo que le ha ocurrido en los últimos años. Se supone que debí estar ahí, protegiéndola, y en su lugar me hundí en mi tristeza cuando mi instinto materno seguía diciéndome que estaba viva.

—Mamá, yo también te quiero, pero ha sido un abrazo muy largo —dijo contra mi pecho.

Llevaba un buen rato abrazándola y perdí la noción del tiempo por completo. Solo pensaba en tenerla entre mis brazos en un intento de consolarnos a ambas por todo el tiempo que estuvimos separadas.

—Oh —me separé de ella—, lo siento, cariño.

—Ya es hora de dormir, pero, ¿me puedes cepillar el cabello? —pidió, adoptando una expresión de cachorrito que derretiría de ternura incluso al Polo Norte.

—Claro que sí.

Me levanté de su cama y busqué su cepillo. Cuando regresé, ella ya estaba de espaldas, esperando ser cepillada; lo adora. Me senté detrás suyo y comencé a peinarla, partiendo de la raíz hasta las puntas. Su cabellera rubia lucía como hebras de oro al ser alisadas. Sí, definitivamente heredó mi cabello.

—Listo, rubita —dejé el cepillo sobre su mesita de noche junto a la lámpara con forma de hipopótamo.

Se giró hacia mí, haciendo un puchero adorable.

—¿Ya?

—Sí, ya no hay más que peinar, ni siquiera tienes nudos.

—Pero quiero que te quedes un rato más conmigo.

—Puedo quedarme hasta que te quedes dormida. ¿Te leo un cuento?

—Sí, por favor —asintió contenta.

Sobre la mesita de noche descansaba un libro de cuentos infantiles que compré para ella hace poco. Aún faltaban varias de esas historias por leer, así que opté por leerle ese.

—Acomódate, princesa —palmeé su almohada indicando que se acostara.

Se acurrucó en la cama y la arropé con su manta de unicornios rosas.

—Ya estoy lista, mami —me miró sonriente.

Quiero hacer esto cada noche. Cepillar su cabello, sentarme a su lado mientras se prepara para domir y leerle un cuento hasta que cierre sus ojitos. Quiero estar para ella todos los días de su vida.

Abrí el libro en la página de uno de los cuentos que aún me faltaba por narrar. Caperucita Roja tocaba hoy.

—Había una vez...

(...)

—Ya está hecho —suspiré luego de terminar con todo el proceso y papeleo que conlleva realizar una prueba de ADN—. Con las muestras de cabello y saliva tanto mía como de Luna podré comprobar si ella es Anne.

Había tomado parte del cabello que mi hija dejó en su cepillo y la muestra de saliva la obtuve de un vaso con agua del que bebió. Quería realizar esas pruebas de ADN cuanto antes.

—No hacía falta que hicieras dos pruebas, Gin. Con una es suficiente —dijo Ally mientras nos sentábamos en dos de los tantos asientos que habían en la sala de espera del laboratorio.

—Es que quiero estar completamente segura, Ally. Además, hubiese preferido hacer el exámen con muestras de sangre, pero Luna aún no sabe nada acerca de que ella es Anne y encima le tiene pavor a las agujas.

Por siempre, mi LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora