CAPÍTULO 37: Ahora somos tres

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Con el transcurso de los días, más contenta y radiante lucía mi pequeña hermosa. Definitivamente tener a Amy como su profesora había sido un acierto total, tanto en el aspecto académico como en el social. He comprobado que ha entablado muy buena relación con sus compañeritos, sus calificaciones son excelentes y su estado de ánimo lo dice todo.

Ahora estaba en camino a recogerla a la escuela. A diferencia de ir en coche como acostumbro hacerlo, esta vez iba caminando por petición de Luna, dijo que quería aprenderse el camino desde la escuela hasta la casa. Accedí porque me pareció buena idea y ambas necesitábamos estirar las piernas en un lugar que no fuera Central Park, el supermercado o el centro comercial.

Faltándome una cuadra para llegar a la institución, comencé a percibir nuevamente esa extraña sensación de estar siendo observada. Paré en seco un par de veces y observaba a mi alrededor en busca de evidencias que demostraran que no era solo paranoia mía, pero al parecer sí lo era en vista de que no había nada inusual en el ambiente. Además, por raro que suene, me da la impresión de que ese alguien que me vigila no es una presencia negativa, aun así me incomoda muchísimo y me preocupa que esté acechando también a mi hija.

Llegué a la entrada del colegio justo a tiempo, recién sonaba la campana. Esperé unos cinco minutos aproximadamente y la vi salir con su cabello mega despeinado, pero también con una mega sonrisa en su rostro, eso compensaba cualquier peinado deshecho.

—¡Mami! —chilló, llegando hasta mí.

—Hola, rubita. ¿Qué tal tu día?

—¡Fantabuloso! —comenzó a dar saltitos.

—Perfecto. Entonces vamos a casa —extendí mi mano para que la tomara y una vez lo hizo, me dedicó una mirada de confusión.

—¿Y el auto? —preguntó, observando hacia la calle.

—Aparcado en el garaje del edificio. Me pediste que fuéramos caminando a casa hoy.

—Sí, pero pensé que no tendrías tiempo de dejar el auto.

—Super mamá puede hacer lo que sea —dije en un tono de voz más grave.

—Vamos, super mamá —tiró de mi mano.

Comenzamos a caminar a su paso, o sea, no muy rápido, pero no me interesaba. Había olvidado cuándo fue la última vez que caminé por las calles de Manhattan en lugar de transportarme en mi auto. Observar los enormes edificios, el costante movimiento de la gente, las calles repletas de taxis conduciendo al estilo ''Rápidos y Furiosos''; esto es Nueva York, el lugar que amo.

Noté que Luna comenzó a caminar de una forma extraña. Observaba el suelo y por el movimiento de sus pies parecía estar marchando.

—Rubita, ¿por qué caminas así?

—¿Así cómo? —preguntó aún sin apartar la mirada del suelo.

—Así, marchando y sin despegar la vista del suelo.

—Estoy jugando a no pisar las rayas del suelo.

Ahogué una carcajada ante su respuesta y por preocuparme cuando solo estaba jugando a algo tan común como eso.

—¿Puedo jugar contigo?

—Sipi —asintió.

Comencé a caminar al mismo paso lento, evitando pisar esas rayas. Había olvidado cuándo fue la última vez que lo hice, pero retomar una actividad de cuando era pequeña siempre me ha resultado divertido, y ahora con una hija todas esas actividades abundan.

De la nada una ráfaga de viento fuerte, típicas en esta estación del año, hizo volar el gorro de lana rosa que la rubita llevaba.

—¡Mamá, mi gorro! —gritó, tirando de mi mano para buscarlo.

Por siempre, mi LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora