CAPÍTULO 31: Secretos descubiertos

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—Prometiste que estarías conmigo todos los fines de semana —se quejó la rubita, irritada.

—Mi amor —me agaché para quedar a su altura—, debo ir con Patrick. Tenemos una pista muy importante para encontrar a tu hermana.

—Pero el detective es él. ¿Por qué no va solo? —se cruzó de brazos, enojada.

—Porque necesito a tu mamá allí para hacer mejor mi trabajo, así encontraremos más rápido a Anne —intervino Patrick—. ¿No quieres eso?

—No hablé contigo —respondió tajante.

—¡Luna! No seas grosera —la reprendí.

—Da igual —gruñó, marchándose a su habitación.

—¡Dios! Se está poniendo rebelde últimamente —masajeé mi nuca en un intento de calmarme y me reincorporé—. Lo siento con ustedes. Ella no es así, es solo que...

—Está haciendo un berrinche normal en una niña de su edad —terminó Ally por mí—. No será la primera ni la última vez que tendrás que pasar por eso.

—No te preocupes, Gin. Deberías ver las pataletas de mi sobrino —rió Patrick, logrando relajarme un poco.

—Aun así estuvo mal que fuera tan maleducada. Debo hablar con ella.

—No, ahora debes ir a hablar con esa enfermera e intentar averiguar más información sobre el paradero de Anne —objetó Ally—. Por Luna no te preocupes, yo la cuido.

—Gracias, amiga —tomé sus manos—. Es bueno poder contar siempre contigo.

—Sabes que siempre estaré cuando me necesites. Ahora ve, pistas sobre tu pequeña te esperan —sonrió.

—Sí. Voy.

Me giré hacia Patrick y juntos salimos de mi apartamento. Decidimos transportarnos en su auto, después de todo nos dirigíamos hacia la misma dirección. El trayecto hacia Washington Heights no era muy largo, aun así los minutos se me hacían eternos. Me urgía llegar al domicilio de esa señora.

Durante todo el viaje solo pensaba en las posibilidades de encontrar a Anne en base a la información que esa mujer quisiera o pudiera brindarnos. El hecho de que no vaya a involucrar a la policía en el asunto podría convertirse en un factor importante para que nos cuente lo que sabe al respecto. No obstante, quería tener mente positiva y pensar que cooperaría con nosotros.

Patrick aparcó finalmente frente a una pintoresca casa ubicada cerca del centro de Washington Heights. No lucía como la casa de una persona que recibió una buena comisión por hacer desaparecer a una bebé, sino como la de una simple enfermera que vive de su salario.

Descendimos del auto y nos dirigimos hacia la puerta de la casa color naranja. Antes de tocar el timbre, Patrick se giró hacia mí.

—Gina, recuerda. Ella puede cooperar con nosotros o no, y no hay forma de que podamos coaccionarla u obligarla si no quiere darnos la información. Te sugiero que mantengas la compostura en todo momento, será mejor así.

—Entiendo —asentí.

—Bien —sonrió a medias.

Procedió entonces a tocar el timbre dos veces. Pocos segundos después, abrió la puerta una señora canosa de mediana edad, con algo de sobrepeso y ojeras bajo sus ojos. La reconocí, ella asistió al ginecólogo en varios de mis chequeos rutinarios cuando estaba embarazada. En aquel entonces no parecía ser una mala persona y seguía sin parecerlo ahora, pero la vida me ha enseñado a base de dolorosos golpes que las apariencias engañan.

—¿Puedo ayudarlos en algo? —preguntó en un tono amable.

—Julia Banks, ¿cierto? —dijo Patrick a lo que ella asintió en respuesta—. Nos gustaría hacerle unas preguntas. ¿Tendría la amabilidad de dejarnos pasar?

Por siempre, mi LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora